Algo a que aferrarse: Paisaje en la niebla, de Theo Angelopoulos

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Quiero evocar una escena de una película memorable: Estamos frente al mar. Pero por favor no se imaginen un mar tropical, soleado y con palmeras. Es un mar frío, gris, opaco como ese cielo de otoño que además contemplamos. A esa playa desierta llegan en una moto tres personas: un hombre joven, una adolescente y un niño, hermanos estos dos últimos. Se llaman Orestes, Voula y Alexandros. Los hermanitos no conocen el mar pero no muestran mayor sorpresa. En esa playa de arena blanca hay un carromato que sirve de improvisada tienda, unas mesas con sus sillas y una rocola que misteriosamente funciona. Parece, por la puesta en escena, una película de Federico Fellini. El hombre pone a funcionar el aparato y se oye una canción de rock. Le propone a la adolescente bailar, ella duda, le dice que no sabe, él insiste y propone enseñarle. La toma de la mano y se acercan al mar, caminando Orestes hacia atrás. Pone una mano de Voula en su cintura y él posa una mano en su hombro. Ella lo mira. Ahora él improvisa un paso de baile. La chica no lo sigue. La música rock da paso a la banda sonora –grave y muy hermosa- de Eleni Karaindrou que venimos escuchando desde el inicio del filme. La cámara se queda quieta, pero Voula no. Ella, sin dejar de mirarlo fijamente, da un paso hacia atrás. Un único paso que resume todo el dolor, toda la desconfianza y el temor acumulados a lo largo de un penoso y prolongado viaje geográfico en el que ambos hermanos han aceptado con resignación las vicisitudes y desdichas –el hambre, el frío, la lluvia, el cansancio, los abusos inenarrables- apegados a una ilusión, a una gota de esperanza que les permite seguir viviendo.

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Es una escena profundamente intensa de Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988), del maestro griego Theo Angelopoulos, un autor emparentado –en sus búsquedas intelectuales y en su abordaje formal- con Bergman, Ozu, Antonioni, Tarkovski, Wenders y con el mismo Fellini, y por eso mismo, creador de un universo cinematográfico intelectual y artístico no siempre accesible a todos los espectadores. Su cine mira el pasado griego para a partir de ahí reflexionar sobre los orígenes de un presente imperfecto y un futuro condicional. Su cine es un punto de partida, no de llegada. Sus películas se antojan brechas, caminos mal trazados, senderos inexplorados que nos invitan a recorrerlos, así no sepamos hacia donde nos dirigimos. Probablemente terminaremos en el interior de nosotros mismos.

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Paisaje en la niebla –que ganó para Angelopoulos el Premio Europeo de Cine y el León de plata en Venecia- resume con propiedad todas las constantes de su obra, pero lo hace desde una perspectiva mucho más cercana para el público, al tener el punto de vista de dos niños y no de unos adultos desencantados, como habitualmente nos presentaba. Para quien no conozca la obra de Angelopoulos este filme es una buena forma de introducirse a su mundo fílmico, para a partir de ahí abordar títulos más complejos como El viaje de los comediantes, Viaje a Cythera, La mirada de Ulises y, sobre todo, La eternidad y un día, la hermosa película por la que obtuvo la Palma de oro en Cannes.

Con un guion escrito por Angelopoulos, Thanassis Valtinos y el italiano Tonino Guerra –quien colaboró como guionista de Antonioni y de Fellini- Paisaje en la niebla es una particular road movie que describe la ansiedad de Voula y Alexandros por conocer a su padre, un hombre que nunca han visto y que según les cuenta su madre, se marchó a Alemania. Los dos hermanos fantasean con él e incluso juegan a tomar un tren a Alemania que los lleve hasta su lado. Un día dejan de jugar y abordan el tren. Su viaje hasta lo desconocido comienza. En las películas de Angelopoulos siempre hay una disculpa que impulsa a los personajes a la acción, sea unos antiquísimos rollos fílmicos, la elaboración de un documental sobre unos refugiados, o el encuentro con un niño exiliado. Usualmente esa disculpa no es más que eso, pues los personajes terminan olvidando tarde o temprano lo que los llevó inicialmente a moverse, pero en Paisaje en la niebla lo quimérico de la situación se torna especialmente grave, pues es el material del que están hechos los sueños de esos niños.

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Encontrar a su padre, así temprano en el filme Voula y los espectadores nos enteremos que tal búsqueda es inútil, sigue siendo su principal motivación: en realidad es lo único que les queda. Nosotros –compadecidos por ellos- los seguimos acompañando. Quizá un milagro ocurra, sobre todo porqué Angelopoulos solía hacer de sus películas alegorías, así que no era inusual que abandonaran lo real y se tornaran oníricas o fantasiosas. La narración es ante todo un lienzo que él decora a su amaño. Los recuerdos y el presente se entrelazan sin solución de continuidad: un personaje del pasado se instala en el mundo de hoy, unos músicos aparecen de la nada y se convierten en banda sonora… En Paisaje en la niebla los niños escapan de una estación de policía mientras todos en la calle están paralizados viendo como empieza a nevar. Solo ellos se mueven.

Paisaje en la niebla (Topio stin omichli, 1988)

Ese movimiento es otra constante de su cine, la última que voy a considerar. Los personajes se desplazan, regresan, desaparecen, se encuentran luego. Tienen en las fronteras territoriales un referente constante. Ese deambular da carácter episódico a sus obras y les permite a los personajes espacio para desarrollar unos monólogos interiores donde el acento está puesto en lo poético. Aunque oímos a Voula leer una carta dirigida a su padre, los niños reflexionan muy poco, están callados, cargando estoicos sus desdichas, sin tiempo que perder hablando. El suyo es un viaje de iniciación, no de culminación como el del protagonista de La eternidad y un día. Entre la bruma vemos a Voula y Alexandros tomados de la mano. Algo ven a través de la niebla, algo claro –por fin- en medio de tanta noche.

Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (12/02/12). Págs. 6-7
©El Colombiano, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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