Con Romy en el corazón

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La primera vez que vi ese movimiento fue en una película episódica codirigida por Fellini, De Sica, Monicelli y Visconti, llamada Boccaccio ’70 (1962). El episodio de Visconti es Il lavoro, y está construido con su habitual sofisticación: el díscolo conde Ottavio se enfrenta a su esposa, Pupe, tras revelar la prensa un escándalo de infidelidades y juergas con prostitutas. La joven condesa toma las cosas con cierta tranquilidad, pues le tiene preparada una sorpresa a su marido. Pero primero se da una ducha y sale envuelta en una toalla verde. Le pide a Ottavio que le seque la espalda y él llega junto a nosotros a esa hermosa piel cubierta de gotas de agua. Al presentirlo, ella voltea la cabeza sobre su hombro derecho para verlo y ahí, al contemplar de cerca el rostro de Pupe, quedamos todos rendidos, sin posibilidad alguna de resistir. Pupe era Romy Schneider -en ese entonces de 23 años- y su mirada nos hechizaba.

Lo más curioso es que el mismo movimiento lo repitió en su película más emblemática, Las cosas de la vida (1970), cuando se levanta de la cama y se sienta a escribir. Pierre, su pareja, se queda contemplándole la espalda y ella voltea de nuevo sobre su hombro derecho y sonríe mientras lo mira a través de sus gafas de pasta. Y lo mejor: volverá a hacerlo, refrendando su coquetería, en Max y los chatarreros (1971), interpretando a Lily, la prostituta alemana que obsesiona al veterano detective Max. ¿La recuerdan desnuda, metida en la bañera, mientras Max le toma fotos? La cámara la enfoca desde la espalda y ella otra vez nos mira y esos ojos claros nos atraviesan. ¿Hubo en el cine europeo un rostro más hermoso que ese?

Los lectores más veteranos deben recordar, sin duda, a esta preciosa actriz de origen austriaco, a esta inverosímilmente bella Romy Schneider, que el próximo 29 de mayo ajustará 30 años de haber fallecido, dejando tras de sí una carrera prolífica de casi 60 filmes, considerando que al morir contaba apenas con 43 años. La jovencita que encarnara a la princesa Isabel de Baviera, la Sissi de tres películas que la hicieron tremendamente popular, se convertiría en una magnífica actriz, capaz de enfrentarse a los más complejos papeles, sacrificando incluso su imbatible belleza en pro de los requerimientos de un director. Y a las órdenes de artistas como Otto Preminger, Orson Welles, Joseph Losey, H-G Clouzot, Claude Sautet o Costa-Gavras trabajaría Romy, sin saber que muchas veces el principal valor de esos filmes era ella. Siempre ella.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 24/05/12). Pag. 22
© Casa Editorial El Tiempo, 2012

Romy en Las cosas de la vida (1970)

Romy en Las cosas de la vida (1970)

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