Dos camisas viejas y una postal: Brokeback Mountain, de Ang Lee

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“La realidad nunca ha sido de mucho uso por aquí”, la frase -de un ranchero de Wyoming retirado- la recoge Anne Proulx en Close range: Wyoming stories, su libro de cuentos publicado en 1999 donde se encuentra Brokeback Mountain. Y quizá así sea y esta historia de encuentros y desencuentros entre dos vaqueros no sea real, como quieren imaginarlo los que se niegan a aceptar que la impoluta y viril imagen del cowboy tenga matices más humanos y más complejos. Ellos mismos fueron los que se quejaron de Joe Buck, el vaquero texano que se prostituía en Perdidos en la noche (Midnight Cowboy, 1969) y son los mismos que se deben estar preguntando que fue de los tiempos de John Wayne y de los westerns de Howard Hawks. Sí, son ellos los que están seguros que esta historia no es real.

Lo que no parecen tampoco dispuestos a ver es que la narración de Ang Lee -todo un camaleón de los géneros fílmicos- va más allá de la anécdota de los dos vaqueros gays para ofrecernos una exposición sensible sobre la fuerza de los sentimientos, del amor que supera el tiempo, el espacio y las barreras de todo tipo para renovarse siempre, para persistir como sea. El recuerdo de esos días de juventud en que ambos cuidaban ovejas en una alta montaña de Wyoming ilumina sus existencias y les da valor para soportar el hecho de que su pasión es secreta, que nunca podrá salir a la luz. Les pertenece sólo a ambos y eso es más que suficiente.

 Brokeback Mountain (2005)

Brokeback Mountain (2005)

Jack Twist y Ennis del Mar sólo están juntos una temporada y luego sus caminos se separan. Ambos tratan de adaptarse a un mundo rígido y tradicionalista que les exige comportarse como lo haría cualquier vaquero: montan toros en un rodeo, trabajan en un rancho, se casan, tienen hijos. Se evitan, ponen kilómetros entre ambos, sabedores que un contacto cercano, por mínimo que fuera, pondría en peligro el andamiaje que han construido para protegerse de unos sentimientos tan arrolladores como peligrosos. Saben que si se ven podría sobrevenir una catástrofe. Y ocurre: tras cuatro años se reencuentran y es como el primer día. Regocijados en un afecto que los supera, que no son capaces de dominar, tratan de verse con una periodicidad que les permita salvaguardar las apariencias sociales y familiares. Y así los vemos ir y venir a los brazos del otro durante veinte años. Hay urgencias imposibles de aplazar. Hay fuegos que no se apagan.

 Brokeback Mountain (2005)

Brokeback Mountain (2005)

En la descripción de esta pasión la película triunfa de manera rotunda. Sobre todo por que es universal, patrimonio de parejas hetero y homosexuales que pueden verse aquí reflejadas en la exaltación de Twist (Jack Gyllenhaal) y en la contención silenciosa de Del Mar (un asombroso Heath Ledger). En el contraste entre ellos el filme despliega una gama de sensaciones y sentimientos que logran conmover al espectador y hacerle remover recuerdos y evocar antiguas vivencias. La forma en que Del Mar espera la llegada de Twist en ese apartamento -en compañía de su esposa y sus hijas- luego de años de no verse es absolutamente verosímil. Esa ansiedad la hemos sentido, esas ganas de tener al objeto de nuestro afecto entre los brazos ya las hemos vivido. Ese temblor es familiar. Esa necesidad absoluta de verse, de sentirse y de tocarse hace parte de lo que somos: estamos vivos, no lo olvidemos.

Brokeback Mountain (2005)

Que la película sea capaz de expresar y reflejar esos afectos con tal claridad es algo que la dignifica ante nuestros ojos. Y esas bondades se deben tanto a la actuación entre tímida y reservada de Ledger, a la dirección rigurosa de Ang Lee, así como a la adaptación de Diana Ossana -a su vez coproductora- y ese veterano escritor llamado Larry McMurtry, el mismo de La última película (The Last Picture Show, 1971) que muestra que sigue estando en muy buena forma.

Alguna vez leí o escuche -lamento no recordar con precisión donde- que existe el interrogante de sí un recuerdo es algo que se tiene o algo que se pierde. Al final de Brokeback Mountain Ennis del Mar abre el closet de su casa rodante y allí hay dos camisas viejas y una postal. Son un símbolo. Son, también, el recuerdo. Son de una época ya pasada, son -lo sabe- una oportunidad perdida. Son, en últimas, la memoria que le permite seguir vivo.

Publicado en la revista Arcadia no. 05 (Bogotá, febrero/2006), pág. 28
©Publicaciones Semana S.A., 2006

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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