El asesino entre nosotros: M, de Fritz Lang

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“¿Quién es el asesino? ¿Cuál es su aspecto? ¿Dónde se oculta? Nadie lo conoce, y sin embargo está entre nosotros, y cualquiera que esté sentado a nuestro lado puede serlo…”
-Apartes de un aviso de prensa en M

En El desprecio (Le Mépris, 1963), el director Jean-Luc Godard incluyó un pequeño pero significativo papel para Fritz Lang, en ese entonces ya con 73 años de edad. En este filme el veterano director alemán se representaba a sí mismo: un realizador clásico enfrentado a la ordinariez de los deseos de un productor que no entiende su arte. Hay en El desprecio una breve línea de diálogo que quiero recordar: el guionista Paul Javal (Michel Piccoli, debutando en el cine) le presenta a Lang a su esposa Camille (nadie menos que Brigitte Bardot) diciéndole a ella que Lang “es el que hizo ese western con Marlene Dietrich”. A lo que este responde sin aspavientos que “Prefiero M”.

Ya habían pasado 32 años desde el estreno de M, Lang había hecho 22 películas más en su etapa norteamericana, había vuelto a Alemania, y realizado allá Los mil ojos del Dr. Mabuse (Die 1000 Augen des Dr. Mabuse, 1960), y sin embargo M seguía y seguiría siendo su película preferida. No son difíciles de entender los motivos de ese favoritismo: M (1931) representa una anhelada libertad creativa y es a su vez la concreción de muchos de los hallazgos e intuiciones de su cine previo, pero que en este punto alcanzan un desarrollo y una madurez que hacen de este filme una experiencia tan lograda y moderna como se alcanzaba en pocas de las cintas contemporáneas a ella.

M (1931)

M (1931)

La mencionada libertad para hacer el filme explica parte del milagro. En entrevista con Bernard Rosenberg y Harry Silverstein realizada en 1970, Lang recordaba que en ese momento de su carrera en Alemania estaba teniendo problemas contractuales con la productora UFA y hasta había decidido abandonar el cine y volverse químico: “De cualquier forma, alguien más me pidió que hiciera una película para él. Yo me rehusé porqué no quería trabajar con él. De un lado tenía una demanda civil con la UFA Y de otro lado este hombre venía y venía y venía cada fin de semana hasta que sucumbí: ‘Muy bien, pero con una condición. Podré hacer cualquier cosa que quiera y usted no podrá decir nada’. En ese momento estaba casado y le pregunté a mi esposa ‘¿Cuál es el más despreciable crimen que puedas imaginar?’. Empezamos a hablar sobre la idea y repentinamente pensé, ‘Un asesino con una desviación sexual que mata un niño’ ” (1).

Como en casi todas sus obras el guion lo escribió junto a su segunda esposa, Thea von Harbou, guionista, novelista exitosa y activista militante del ascendente Partido Nacional Socialista. Se inspiraron en casos reales de asesinos seriales como Haarmann, Grossmann, Denke y sobre todo en las andanzas de Peter Kürten, el “monstruo de Dusseldorf” (aunque Lang afirmaba que el guion del filme estuvo listo antes que este hubiese sido capturado). El título iba a ser Mörder unter uns (El asesino entre nosotros), pero cuando el director quiso rodar en los hangares Zeppelinhalle, ahora convertidos en estudio, su gerente le señaló que no podía hacerlo, tal como rememoraba Lang ante Peter Bogdanovich: “Él dijo ‘No, no queremos alquilártelo’. Dije ‘¿Por qué no? ‘. Dijo ‘Tu sabes’. Le dije ‘¿Qué quieres decir con “tú sabes”? No seas estúpido, Uhoo, tengo mucho que hacer’. Dijo: ‘No, no. Y de paso creo que no deberías hacer este película’. ‘¿Qué? ‘, le dije. Dijo: ‘Sí, creo que no deberías hacer este película. Tú sabes por qué. Herirás los sentimientos de muchos que son importantes. Será muy malo para tí’. Dije: ‘Dime, ¿por qué una historia sobre un asesino de niños heriría los sentimientos de nadie? No hay historia de amor, te lo garantizo…’. Él dijo: ‘¿Qué? ¿Sobre qué trata esta historia?’. Dije: ‘¡Sobre un asesino de niños! ‘. Y en ese momento le agarré la solapa y noté algo, le di la vuelta y allí estaba una esvástica: era un miembro del partido nazi. Y creían –ciegamente- que el título Asesino entre nosotros quería decir una película contra los nazis” (2). De ahí que prefiriera cambiar el título, haciendo ahora referencia a la “M” de tiza que al asesino le pintan inadvertidamente en la parte posterior de su abrigo para reconocerlo.

M (1931)

M (1931)

La película sería protagonizada por el húngaro Peter Lorre, prácticamente un desconocido en el cine, pero que había alcanzado alguna notoriedad en la escena teatral berlinesa gracias a su trabajo para Bertold Brecht. Precisamente preparaba una obra con este autor simultáneamente al rodaje de M, por lo que no es raro que Brecht haya influido directamente en la concepción que el actor hizo de su personaje, el psicópata Hans Beckert, sin mencionar el influjo que obras suyas como La opera de los tres centavos tuvieron sobre el guion del filme, algo que el propio Lang reconocía abiertamente. Lorre interpretó a un hombre aparentemente pusilánime, de una vida gris y secundaria, que al ver a una niña parece poseído por una pulsión interna incontrolable y más grande que él mismo que lo obliga a matar. Su papel es absolutamente contenido, para explotar en la secuencia cumbre en que es detenido por los criminales de la ciudad y explica -entre lágrimas, gritos y súplicas- la naturaleza del fuego interior que lo domina. “Yo tenía a Peter Lorre en mente cuando estaba escribiendo el guion. Era un actor que estaba surgiendo y había actuado en dos o tres cosas en el teatro en Berlín, pero nunca antes en la pantalla. No le hice un screen test, yo estaba convencido que era adecuado para el rol. Fue muy difícil saber como dirigirlo; pienso que un buen director no es el que impone su personalidad sobre la del actor; pienso que un buen director es aquel que obtiene lo mejor de su actor” (3), explicaba Lang en una entrevista. Lorre continuaría una carrera exitosa en Europa y en Hollywood, donde siempre interpretó a personajes con un toque de introspección y psicopatía como lo demuestran sus brillantes intervenciones en El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1934), El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941), Casablanca (1942) o La burla del diablo (Beat the Devil, 1953): todos lobos enfundados en piel de oveja.

M (1931)

M (1931)

Esa falta de características patológicas externas constituyen el punto de partida del filme, que tiene al cuerpo de policía sin pistas claras y tratando de encontrar al criminal, explorando muy de cerca al bajo mundo. Los ladrones, contrabandistas, traficantes, apostadores y prostitutas ya no pueden llevar una vida “normal” ante el asedio constante de la ley y por eso deciden organizar una búsqueda independiente del asesino para encontrarlo y sacarlo de en medio. Así, M es en realidad la descripción de dos búsquedas paralelas, la de los detectives y la del hampa, unidos por única vez en un singular propósito común.

Lang relata esta historia impregnándola de miedo y paranoia. La comunidad tiene pánico y ve sospechosos en cualquier parte; los hampones tienen pavor de las frecuentes incursiones policiales; la ley teme que continúen los crímenes de niñas sin poder encontrar al esquivo culpable. Todos esos temores se reflejan en una puesta en escena lúgubre, fría, nocturna, donde la Alemania festiva de finales de los años veinte no se ve y sólo quedan calles lóbregas, refugios de mendigos, comisarías llenas de humo, salones clandestinos, edificios abandonados, lumpen social: el verdadero reflejo de la inflación, especulación y amoralidad que caracterizaban igualmente al país, a esa decadente República de Weimar dando sus últimos estertores. Ese panorama urbano es el verdadero protagonista de la película, pues el personaje de Beckert es más una ausencia que una presencia, más un enigma que una certeza. Tom Gunning en su texto sobre este director afirma que “Lang imagina a Beckert de alguna manera como abstracto e insustancial”(4) y anotemos que la primera vez que el asesino aparece es sólo su sombra lo que vemos. De ahí que sea la descripción de la ciudad y sus habitantes la que está en el centro del relato, por eso la película también se conoce con el subtítulo de Una ciudad busca a un asesino, uno que sin duda estaba entre ellos, que era fruto de un profundo malestar social que Lang no dudó en describirnos: ante nuestra mirada yace el esqueleto amoral de una sociedad que se moría por dentro, mientras en el exterior se vivía una fiesta que el director se negó a mostrarnos, como anticipándose al terror que se incubaba desde las esferas políticas estatales.

M (1931)

M (1931)

Todos los recursos visuales expresionistas que Lang conocía bien están puestos ahora al servicio (y a la vez beneficiados) del sonido. En este, su primer filme sonoro, el director aborda esta novedad como algo orgánico y sustancial al cuerpo narrativo de su filme, algo que le aporta cualidades dramáticas más allá de la anécdota técnica. Es tan inteligente el uso que Lang hace de este, que no parece que el sonido fuera un elemento nuevo para él. Y lo utiliza en una película de suspenso criminal donde una melodía de Grieg silbada por un psicópata anticipa un asesinato; donde una voz de una escena siguiente lee un anuncio de una escena previa; donde el grito de una madre llamando a su hija resuena en el vacío; donde la tonada que unos niños cantan parece anticipar la tragedia; donde oímos lo que un ciego oye y lo dejamos de oír cuando él se tapa los oídos.

El sonido expande en M las posibilidades expresivas de una cinta llena de maravillosas sorpresas visuales y auditivas. El montaje incluyó ambos elementos con absoluta maestría: la voz de un madre que reclama la presencia de su hija ausente se oye en su ámbito cercano y luego atraviesa espacios y continua en off en otros sitios, completamente solitarios, que hacen eco del dolor que se anticipa cuando vemos una pelota que termina de rodar y se detiene en un descampado y un globo con forma humana se enreda en unos cables de energía. Son el balón y el globo que la niña, que esta madre llama a gritos, tenía antes de desaparecer de la mano de Hans Beckert, el asesino que silva a Grieg (como curiosidad, Lorre no sabía silbar y a quien se oye es al propio Lang). Otro momento especialmente brillante del montaje ocurre cuando los líderes del hampa se reúnen para discutir como atrapar al asesino. Simultáneamente los detectives se reúnen en otro lugar para hacer lo mismo. Lang y su montador Paul Falkenberg muestran ambas reuniones en paralelo, con una característica notoria: la frase que empieza un grupo la termina el otro, con una precisión y un ajuste magistrales, conformando un único diálogo, una única empresa: atrapar al asesino.

M (1931)

M (1931)

Lang afirmaba que cada película tiene una dinámica propia, unas necesidades específicas, unas reglas o leyes únicas que hacían posible para un filme, como lo expresaba Lotte Eisner en su bello texto sobre el director; “desarrollar su propio estilo de acuerdo a su tema” (5). En M la cámara de Fritz Arno Wagner es más que una testigo, es una protagonista igualmente contagiada de la angustia del relato: se mueve sin restricciones, husmea, nos mira desde lo alto, parece ella misma querer encontrar a Beckert. Ya lo decía Eisner: “No hay plano en Lang que sea exclusivamente festivo o gratuito; sus composiciones siempre revelan algo”(6) y aquí el director intenta algo arriesgado: confeccionar un relato realista pero contado con medios visuales elaborados y extremadamente modernos, con metáforas visuales, con movimientos y posiciones de la cámara más dinámicos y menos aplicados a la gramática realista, esa donde la lente se dedica sólo a registrar sin otra intervención. Por el contrario en M la cámara opina, editorializa, da cuenta del desasosiego de la gente, de su percepción alterada, de su paranoia creciente.

M (1931)

Veamos la escena inicial del filme, que ya hemos mencionado previamente dos veces en este texto: Elsie no llega de la escuela y la madre se torna más desesperada. La cámara registra con precisión clínica sus reacciones, sus falsas ilusiones, su voz interior que le dice que algo extraño está pasando con su hija ausente ya para siempre, y en ese momento la imagen se hace de símbolos para reflejar esa ausencia: un hueco interminable de escaleras, un patio con ropa tendida, un plato servido en una mesa. Pero hay mucho más en este filme asombroso: un anciano sospechoso de ser el asesino tiene un careo callejero con un hombre que lo acusa. La cámara amplifica la diferencia de estatura de ambos: el sospechoso se ve empequeñecido, el acusador se antoja enorme; la policía hace una redada en un antro subterráneo y puede verse el desespero de los ocupantes del lugar intentando salir atropellándose por el mismo sitio por donde la policía está entrando; el inspector Lohmann está sentado en su oficina tras una noche en vela y la cámara –que lo ha mostrado de frente en su escritorio- de repente lo enfoca desde abajo, con un ángulo que lo deforma y lo magnifica, enfatizando sus genitales entre sus piernas abiertas; luego imágenes sucesivas, silenciosas y cuasi forenses del destrozo que dejaron los criminales de la ciudad en su búsqueda de Beckert: vigilantes amordazados en el suelo, puertas destrozadas, boquetes en las paredes, huecos en los techos; al final Beckert capturado se descubre aterrorizado ante un enorme tribunal del pueblo mientras una panorámica eterna nos muestra a todo el conjunto de criminales en pleno que lo buscaban para hacer justicia con su propia mano…

Imagen del rodaje de M (1931)

Imagen del rodaje de M (1931)

A propósito de esta captura informal y del juicio que hará la ley, Lang siempre afirmó que “Sin embargo el tenor del filme no es la sentencia del asesino, sino la advertencia a las madres: Tienen que cuidar mejor a sus hijos” (7), como anticipándose a la reacción del público ante el final abierto del filme y a la presencia en el último plano (no siempre disponible en algunas copias incompletas del filme) de tres mujeres de luto, llorando la pérdida de sus hijas y lamentando no haberlas cuidado mejor. Debían sin embargo continuar atentas, el asesino –la historia lo confirmaría- seguía entre ellos. No es sino leer lo que Joseph Goebbels escribía en su diario luego de haber visto la película para que lo entendamos con claridad: “¡Fantástica!. Contra el sollozo humanitario. A favor de la pena de muerte. Bien hecha. Lang será nuestro director algún día” (8).

La pesadilla aún no había comenzado.

Referencias:
1. Bernard Rosenberg y Harry Silverstein, “Interview with Fritz Lang”, en: Barry Keith Grant, ed., Fritz Lang Interviews, Jackson, University Press of Mississippi, 2003, p. 136

2. Peter Bogdanovich, Fritz Lang en América, 3ª ed., Madrid, Editorial Fundamentos, 1991, p. 119

3. Alexander Walker, “Interview with Fritz Lang”, en: Barry Keith Grant, ed., Fritz Lang Interviews, Jackson, University Press of Mississippi, 2003, p. 78

4. Tom Gunning, The films of Fritz Lang. Allegories of vision and modernity, 2a reimpresión, Londres, British Film Institute, 2006, p. 172

5. Lotte Eisner, Fritz Lang, Nueva York, Da Capo Press, 1976, p. 140

6. Ibíd., p. 116

7. Gero Gandert, “Fritz Lang on M: An interview”, en: Barry Keith Grant, ed., Fritz Lang Interviews, Jackson, University Press of Mississippi, 2003, p. 34

8. J. Hoberman, “Strange Bird”, Film Comment, Nueva York, vol. 41 No. 6 , noviembre-diciembre de 2005, p. 40

Publicado en el libro Imágenes escritas: Obras maestras del cine, Fondo editorial Universidad Eafit, Medellín, 2014, p. 95-102
©Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2014

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