El hedor del dinero: El lobo de Wall Street , de Martin Scorsese

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Los personajes habituales del cine de Martin Scorsese no son exactamente modelos de buena conducta. Hay mafiosos, bandidos, traficantes, drogadictos, asesinos, apostadores, psicópatas, obsesos, paranoicos, misóginos, abusadores, bebedores y seres autodestructivos. Y, obvio, la violencia es el factor común que los une a todos. Exceptuando sus películas centradas en figuras espirituales (Cristo, el Dalai Lama) y su filme orientado a todos los públicos, La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011), su cine de ficción se deleita explorando los límites de la conducta humana y se maravilla en los casos más extremadamente retadores y patológicos.

El protagonista de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Jordan Belfort (interpretado por Leonardo DiCaprio en su quinta colaboración con este director), es probablemente una de las criaturas más complejas y fascinantes de su cine, sobre todo porque no venía exactamente del lumpen y porque además Belford es un personaje real y la historia que Scorsese nos relata es la suya. Fundador de la compañía de inversiones Stratton Oakmont, que engañaba incautos prometiéndoles quimeras y que logró birlarles más de 200 millones de dólares al venderles acciones de dudoso valor, Belfort fue condenado en el 2003 por fraude en el mercado de valores, obligado a pagar más 110 millones de dólares de multa y a pasar 22 meses en prisión. Este sujeto escribió posteriormente dos libros de memorias –The Wolf of Wall Street y Catching the Wolf of Wall Street– y ahora se la pasa dando charlas motivacionales donde cuenta su experiencia de vida y las lecciones que ser un timador de alto vuelo le dejó. Además obviamente disfruta del dinero recibido por la venta de los derechos de la adaptación cinematográfica de su libro. Para completar, solo ha restituido menos de 250.000 dólares de la multa que se le impuso. No sabe perder.

Jonah Hill y Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

Jonah Hill y Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

¿Que le atrajo tanto a Scorsese de este ladrón de cuello blanco? En entrevista con Richard James Havis, el director afirma que “Nuestra película solo raspa la superficie de lo que realmente ocurrió. Yo quería tratar de descubrir los que todos ellos pensaban y quería descubrir como funcionaban sus mentes. Estaba fascinado por su ignorancia y quería saber porque actuaban así” (1). Para Scorsese el asunto se antojaba un reto: mostrarnos una nueva forma de violencia en la pantalla, una que no incluyera las balas, la sangre y la sevicia a las que nos tiene acostumbrados, pero que fuera igual de intensa: la violencia derivada de la codicia sin freno.

Nuestro protagonista consume casi todos los estupefacientes y drogas de recreo imaginables, pero ninguna tiene tanto efecto en él como el olor del dinero. Estamos entre finales de los años ochenta y principios de los años noventa, y Belford sabe que con dólares compra no solo mujeres (no se pierdan de ver a Margot Robbie en calidad de mujer trofeo), yates, autos, mansiones y cocaína, sino además poder, conciencias y almas. El dinero le da vigor y fuerza, lo hace sentir el macho alfa de una tribu de corredores de bolsa que lo venera ciegamente como si se tratara de un dios atávico y pagano. Él lidera esa horda de empleados con un discurso motivacional mesiánico, amoral, testiculado y misógino que los exalta hasta convertirlos en una mezcla de hombres de las cavernas y autómatas vociferantes y calientes. Especular vendiendo acciones y tener un orgasmo parecen ser lo mismo para Belford y su pandilla de gamberros.

Margot Robbie y Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

Margot Robbie y Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

La película tiene un antecedente cinematográfico previo no muy renombrado llamado Boiler Room (2000), escrito y dirigido por Ben Younger, un filme que narra el mismo esquema de venta telefónica “a presión” de acciones de compañías de poca monta por parte de un grupo de corredores de bolsa, pero que incluye elementos adicionales como una relación paterno-filial sin resolver y la aparición de escrúpulos en el protagonista, interpretado por Giovanni Ribisi. Además los vendedores de acciones de Boiler Room parecen ejecutivos camorristas que buscan pleito en bares y no hacen mayor alarde del dinero que ganan (sin mencionar el orgullo que sienten por sus Ferrari). Curiosamente las mujeres están ausentes de sus radares, excepto una que es interés romántico del protagonista. Pueden estar seguros que Scorsese y su guionista Terence Winter –productor y escritor de la serie Los Soprano– no iban a permitirse debilidades como esas.

El lobo de Wall Street funciona por saturación. Lo que vemos es una seguidilla fatigante de vejámenes individuales y colectivos cometidos por Belford, su aliado Donnie Azoff (Jonah Hill), sus acólitos cercanos y la masa de empleados de la empresa. Orgías, fiestas, delirios y alucinaciones derivados del consumo de drogas (el Quaalud era la novedad hipnótica del momento), abusos de poder, sobornos, excesos físicos y verbales de todo tipo… la lista se antoja eterna y la película parece incapaz de avanzar narrativamente, solazándose en cada nueva travesura perversa de estos bandidos que juegan al tiro al blanco con enanos, le pagan a una oficinista para que se rape la cabeza y contratan prostitutas para tener sexo en público en la oficina. No hay asomo de introspección y muchos menos de remordimiento alguno en sus actos, ellos hacen lo que hacen porque tienen el dinero suficiente y las hormonas a tope. El incómodo vacío que uno siente al terminar este filme se debe exactamente a la carencia de humanidad que Belfort y sus acólitos demuestran.

Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street (2013)

Las tres horas de duración de El lobo de Wall Street no nos dan tregua, sobre todo porque el tono de la narración es esperpéntico y satírico y jamás punitivo o reflexivo: nunca vemos la perspectiva de los incautos que cayeron en la trampa de los inversionistas (como si lo hace Boiler Room). Obviamente esto juega a favor de la actuación, en esta ocasión histriónica y desbordada, de Leonardo DiCaprio, que parece haber disfrutado cada momento de un filme que no puede tomarse en serio, sencillamente porque Jordan Belfort tampoco lo hacía. La película refleja exactamente su caótico estado moral y mental, tal como el segmento final de Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) estaba contagiado del acelere existencial de Henry Hill, el personaje que interpretó Ray Liotta.

A nadie le gusta que los malvados duerman bien y que se salgan con la suya, pero recordemos que esta es la historia de Jordan Belfort, que ya pagó –por lo menos parcialmente- su deuda con la justicia y la sociedad, y que ya está en la calle. Su libro se reeditó a propósito del estreno del filme y no fuera raro que en el contrato que hizo con la Paramount Pictures y con Red Granite para la venta de los derechos cinematográficos del texto se estipule que reciba un porcentaje sobre la taquilla de la película. Alcanzo a oírlo reírse de nosotros.

Referencia:
1. Richard James Havis, ‘Martin Scorsese explains why The Wolf of Wall Street goes to extremes’, página web: South Chine Morning Post, disponible en: http://www.scmp.com/lifestyle/arts-culture/article/1425248/martin-scorsese-explains-why-wolf-wall-street-goes-extremes, consulta: marzo 10 de 2014

Publicado en una versión más breve en la edición digital de la revista Kinetoscopio No. 105 (Medellín, vol. 24, 2014)
©Centro Colombo Americano, 2014

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