Imágenes de madurez: Una historia sencilla, de David Lynch

Compartir:

Hay todo un juego de palabras e interpretaciones en el nombre original de esta película de David Lynch. The Straight Story puede referirse, sin ir más lejos, al apellido del protagonista, Alvin Straight, de cuya historia seremos testigos. Pero si uno considera la filmografía previa de Lynch, este filme parece llevar en su nombre una marca que lo distingue entre los demás de su mismo creador. Ese Straight habla de cosas como “derecho”, “recto”, “correcto” o “en orden”, en oposición al retorcimiento estilístico que caracterizan al cine del autor de Duna y de Lost Highway. ¿Se trata entonces de la película “normal” de David Lynch? No. Se trata de su obra más humana y más sensible hasta la fecha: lo más próximo a una obra maestra.

Y no es que hayamos olvidado a Terciopelo azul, génesis y a la vez cumbre de los temas recurrentes de este director, explorador urticante de la Norteamérica suburbana, de esa small-town USA aparentemente feliz, pero llena de pasadizos oscuros y barrocos donde maldad y locura se amalgaman en personajes tan repelentes como Frank Booth, Marietta Pace o el inefable Bobby Peru de Corazón salvaje, puestos por su creador en situaciones surreales y tan absurdas como el contenido de una pesadilla. Lo que ocurre es que Una historia sencilla es otra cosa, una vuelta de tuerca, un cambio de ritmo, un mirarse por dentro como autor y ver si era posible contar algo distinto sin traicionarse, algo quizás amable. Y David Lynch, para nuestra fortuna, lo logró.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999)

Pero no es fácil hacerse a la idea: cuando el filme empieza estamos en Laurens, un pueblecito otoñal suspendido en el tiempo, uno de esos sitios sin autos en las calles, llenos de grupos de perros que andan errabundos y donde nunca pasa nada -excepto en las películas de David Lynch. Luego de los créditos y de algunas imágenes del lugar, vemos un par de casas separadas por un patio, donde una señora gorda y fofa se tiende al sol. Discreta, la cámara del veterano maestro Freddie Francis se acerca y desciende en silencio hacia ese patio que la señora ha abandonado brevemente en busca de comida. Casi podemos presentir que la cámara va a seguir bajando y que entre el prado veremos una oreja cubierta de hormigas rojas o a la obesa dama convulsionando o con un balazo en la frente. El movimiento de la cámara continúa, pero ahora gira a la izquierda para mostrarnos un lado de una de las casas, y luego se detiene frente a una ventana cerrada tras la que oímos un golpe sordo. Alguien en esa casa se ha caído. Tan prevenidos como hace unos instantes, pensamos en un crimen pasional, en el primer asesinato de la película. Pero cuando después nos enteramos del origen del golpe, entendemos que todo ese juego visual correspondía sólo a un divertimento narrativo tan elegante como gratuito, dispuesto para involucrarnos en una historia que carece de cualquier recoveco macabro y de sorpresas de baja estofa. Tranquilos, nadie salido de Eraserhead camina por aquí.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999)

Laurens, Iowa, parece estar habitado solo por ancianos y uno de ellos es Alvin Straight (interpretado por Richard Farnsworth), tan redneck y tan tozudo como cualquiera de sus congéneres. De Straight sabemos muy poco: básicamente que su salud se deteriora con rapidez, que le acompaña Rose (Sissy Spacek), una hija con un moderado retraso mental, y que su hermano Lyle (Harry Dean Stanton) ha sufrido un ataque. Ahora Alvin -tras años de distanciamiento- entiende que es hora, quizás la última, de visitar de nuevo a su hermano. Lo que veremos entonces es la crónica de su improbable viaje a Wisconsin a bordo de una podadora de césped, crónica que es también la de su vida, sus pesares y recuerdos. La curiosa anécdota que dio origen a Una historia sencilla se basa en una noticia publicada hace unos años en The New York Times. En ella los autores relataban la aventura de un personaje real homónimo, que en 1994 realizó tal travesía antes de fallecer dos años después, y a quien Lynch dedica el filme.

Puestos ya en conocimiento de las intenciones del anciano, empieza entonces una road movie de paso lento, de carreteras eternas, de campos sembrados, de silencios y reflexiones. La película se mueve al ritmo de Alvin y su parsimonioso vehículo, a los que sólo acompaña la hermosa música de Angelo Badalamenti (¿recuerdan el tema de Twin Peaks?), tan integrada a las imágenes que se antoja difícil imaginarlas sin su sutil pero definitiva presencia. En un momento, una cámara omnisciente acompaña a Alvin en el camino, luego sube juguetona, mira al cielo y se fija allí unos momentos, para volver después a la carretera y constatar que Alvin -caracol con ruedas- apenas ha avanzado, dignamente, un par de metros. Y seguirá así, no lo duden, hasta lograr su objetivo.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999)

En el camino, los ojos azules de Alvin Straight contemplan una región que no le es ajena, pero que quizás no vuelva a ver. A su paso va dejando inesperadas lecciones de dignidad y sencillez entre aquellos que comparten momentáneamente con él su periplo episódico, sin que por ello estemos frente a una fábula moral o a un derroche de sabiduría común. El anciano es sobre todo un cronista de su propia historia, la que nos va contando poco a poco, a medida que encuentra un interlocutor digno de sus confidencias no siempre fáciles. Sereno y pleno de decencia, Alvin es un sobreviviente: de la guerra, del alcohol, de los conflictos familiares.

A pesar del inocultable amor con el que ha construido a su protagonista, Lynch guarda una gran distancia con él: los motivos del anciano son tan propios y sus decisiones y obsesiones tan irrebatibles que intentar explicarlas o justificarlas hubiera sido tonto. Tanto en este filme como en el resto de su cine, sus personajes están retratados desde lejos, sin crítica alguna pero también sin condescendencia ninguna. Con el resto del reparto sucede lo mismo, aunque el director no aguantó las ganas de incluir en su galería de rarezas a un par de mellizos mecánicos y a una altisonante conductora proclive a atropellar ciervos, puestos allí buscando un efecto cómico y para recordarnos que “Hay mucha gente rara por allá afuera”, como afirma la esposa de uno de los involuntarios hospederos del anciano.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999)

De ahí que sea notable que Lynch nunca se ría de Alvin: la dignidad de su personaje lo hace inmune a esos deslices. Y también a cualquier traición. Por eso el final de la película es igual a todo el metraje anterior: sin sobresaltos, sin falsas sorpresas, sin reencuentros emotivos. Dos ancianos con mucho dolor y mucha vida a cuestas vuelven a verse y eso es todo. Quizás no haya mucho qué decir en esos instantes, quizás haya mucho que perdonar. El director prefiere, respetuoso, dejarlos solos. Nosotros también.

Un colofón triste: Richard Farnsworth se suicidó en su casa el 6 de octubre de 2000, derrotado por el cáncer. Tenía ochenta años y una carrera llena de altibajos a cuestas. Una historia sencilla fue su testamento como actor, y se antoja una despedida bella y honesta. Esperamos que para David Lynch esta cinta sea, por el contrario, un renacimiento como director de cine y como creador comprometido. Talento es lo que hay.

Publicado en la revista El Malpensante no. 26 (Bogotá, noviembre-diciembre/2000), págs. 112-113
©Editorial El Malpensante S.A., 2000

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

Compartir: