La difícil redención: 50 años de La dolce vita

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Juan Carlos González A.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá) 04/02/10 Pág. 1-14
Casa Editorial El Tiempo, 2010

El 3 de febrero de 1960 se estrenó en Roma una película que constituye un punto y aparte en la carrera de Federico Fellini. La dolce vita se convertiría en un doble símbolo: por el aspecto personal sería dejar de lado su interés en la historias con un componente narrativo estructurado y de tradición realista, como La strada y Las noches de Cabiria; mientras que en un plano colectivo la película señalaría la irrupción del cine moderno tal como Godard, Antonioni o Bergman empezaban a entenderlo y aplicarlo desde sus respectivas filmografías.

Llegaban los años 60 y con ellos, otras maneras de entender el mundo que el cine iba a reflejar. Fellini lo captó inmediatamente y por eso desechó la idea que él y sus confiables coguionistas Tullio Pinelli y Ennio Flaiano habían pensado realizar, como era la de continuar la historia de Moraldo, el protagonista de Los inútiles, llevándoselo para Roma a enfrentar las vicisitudes de un pueblerino en la gran ciudad. Ese personaje fue reemplazado por un protagonista curtido -periodista de farándula- en el que podrían confluir los personajes necesarios para plasmar el gran fresco social que Fellini pretendía.

Roma a finales de los años 50 se estaba volviendo un polo mediático. No sólo como destino turístico de primer orden, sino como una alternativa a los grandes costos de producción que representaba filmar en Hollywood. Grandes producciones se realizaron en la capital italiana y eso ayudó a que la ciudad se volviera una fiesta social permanente. Los cafés céntricos eran el eje desde donde se planeaban los desbordes nocturnos y eran también el sitio para dejarse fotografiar por los reporteros gráficos. Ese ambiente de excesos era un material suculento para Fellini, que vio la oportunidad de hacer una crítica a una sociedad que parecía haberles vuelto la espalda a los problemas importantes, regodeándose en su riqueza, belleza y vacío.

En Marcello Mastroianni encuentra el director al actor capaz de encarnar a un hombre en apariencia cínico y despreocupado, pero que en el fondo está cansado de tanta banalidad y quiere encontrar una redención a todas luces difícil. Marcello Rubini se llamaría, y con él emprenderemos un viaje a la noche romana mientras a su lado desfila una serie de personajes variopintos que no hacen sino sumarle más hastío. Al final, Fellini tampoco le ofrece respuestas.

Prohibida por la Iglesia en su momento, La dolce vita se ve a 50 años de distancia como un testimonio valiente y a la vez como un recordatorio de lo que ocurre cuando el vistoso oropel obnubila nuestros sentidos.

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