Una mujer al acecho: El inocente, de Luchino Visconti

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Durante la postproducción de Ludwig en 1972, Luchino Visconti sufrió una enfermedad cerebrovascular que le paralizó el hemicuerpo izquierdo. Tenía en ese momento 66 años y parecía ser ya el fin de su carrera. Sin embargo tras pasar dos meses hospitalizado en Zurich y afrontar un largo proceso de rehabilitación montó una obra teatral de Harold Pinter y una ópera, y estaba decidido a filmar otro largometraje. La elección fue un drama de Mario Praz, Grupo de familia (Gruppo di famiglia in un interno), convertida en guión por Suso Cecchi D’Amico, Enrico Medioli y el propio Visconti. Se trataba de una obra en un espacio cerrado, lo que le permitía dirigirla pese a sus limitaciones físicas. La película se estrenó el 10 de diciembre de 1974 y lo asombroso es que Visconti quería seguir activo. “Juro que ni los años ni la enfermedad han acabado con mis ganas de vivir y de luchar. Me siento dispuesto para hacer diez películas más, no solo una… Películas, teatro, comedias musicales, quiero hacerlo todo. Con pasión. Porque siempre hay que arder de pasión cuando se enfrenta uno a cualquier cosa. Además, estamos aquí para esto, para arder hasta la muerte, que es el último acto de la vida, lo que completa nuestras hazañas transformándonos en cenizas” (1), decía.

El inocente (L’innocente, 1976)

Él quería rodar La montaña mágica, de Thomas Mann, pero encontrar un productor fue imposible en esos momentos y en las circunstancias suyas. Una opción interesante era una novela de Gabriele D’Annunzio. Pensaron en El placer, pero los derechos ya estaban tomados. Entonces se decidieron por El inocente, escrita en 1892. D’Annunzio (1863 – 1938) fue un autor polémico por sus ideas pro fascistas, pero que hizo una carrera literaria prolífica y de gran impacto entre sus contemporáneos. Sus textos eran ejemplo del “decadentismo” literario, en el que se describe una época –el fin del siglo XIX- marcada por cambios sociales que las clases altas prefieren ignorar, encerrados en su propia burbuja. En sus libros D’Annunzio opta por no criticarlos, sino describirlos con detalle, fascinado por unos personajes hedonistas y libertinos con los que se identifica. Pese a que Visconti despreciaba sus ideas nacional socialistas, D’Annunzio parecía el autor perfecto para un director como él, obsesionado en sus últimos años por los tiempos ya idos y por la muerte. “Se sentía atraído también por el estilo de vida decadente que D’Annunzio había inventado para él (magníficas casas super-decoradas, deudas, champán y arrogancia), por la abundancia de sus queridas y por su apetito sexual, que no había sido muy distinto al suyo” (2).

Visconti quería a Alain Delon y Romy Schneider para los papeles protagónicos, pero ante la imposibilidad de contar con ellos se decidió por Giarcarlo Giannini y Laura Antonelli, que tenía boquiabiertos a los italianos por sus atrevidos papeles en filmes tan populares y exitosos como Malizia (1973) y Peccato veniale (1974), ambos de Salvatore Samperi. Sobre la actriz dijo Visconti que “ella tiene esa misteriosa cualidad que yo llamo encanto, a saber, belleza, más inteligencia” (3).

Giancarlo Giannini y Laura Antonelli en El inocente (1976)

Giancarlo Giannini y Laura Antonelli en El inocente (L’innocente, 1976)

El guión –coescrito de nuevo por Suso Cecchi D’Amico y Enrico Medioli- así como los preparativos para el rodaje lo mantenían ocupado y distraído de las limitaciones impuestas por su discapacidad. Sin embargo, para su infortunio, el 3 de abril de 1975 se fracturó su pierna derecha, la que en ese momento le servía de único apoyo. Ante la disyuntiva de tener que cancelar el proyecto, suspendido temporalmente por este accidente, tuvo que resignarse a dirigir –avergonzado, incómodo y adolorido- desde una silla de ruedas.

Tras acabar el rodaje Visconti empezó el montaje pero cada vez estaba más debilitado y lleno de úlceras de presión en su cuerpo. Empeoró durante el doblaje del filme y falleció en su hogar romano el 17 de marzo de 1976 a las 5:30 pm, tras haber escuchado la Segunda Sinfonía de Brahms a lo largo de ese día. El inocente se estrenaría póstumamente durante el Festival de Cannes de ese año.

Laura Antonelli en El inocente (1976)

Laura Antonelli en El inocente (L’innocente, 1976)

En El inocente, según Henry Bacon, “Visconti reconstruyó la era y la clase social en la que había nacido, como ya la había hecho en Muerte en Venecia. El adaptar la novela de D’Annunzio implicó un retorno a algo familiar, recordado con amarga nostalgia y con desapego, con conciencia de su debilidad e incluso su depravación” (4). Es la mano derecha del propio Visconti la que recorre las páginas de una edición en italiano de la novela El inocente durante los créditos de la película, para darle un sello aún más autobiográfico a una cinta que describe –tan suntuosa y puntillosamente como él nos tiene acostumbrados- .una clase social privilegiada y ociosa, incapaz de tener introspección alguna sobre sus actos. El protagonista es Tullio Hermil (Giancarlo Giannini) un aristócrata obsesionado por su amante, la condesa Teresa Raffo (Jennifer O’Neill), una hermosa y atractiva viuda; mientras ignora a su esposa Giuliana (Laura Antonelli), con quien mantiene relaciones prácticamente fraternas. Inteligente, Visconti sitúa a Giuliana (y con ella a la actriz que la interpreta) en un segundo plano, mientras pone de relieve la coquetería y la sensualidad de Teresa, que enloquece de deseo a Tullio, que no tiene inconveniente en justificar su infidelidad ante su esposa, que parece resignarse ante la “superioridad” de su marido, que lo pone por encima de religiones, moral o compromiso alguno.

Jennifer O´Neill en el último fotograma de El inocente (1976)

Jennifer O´Neill en el último fotograma de El inocente (L’innocente, 1976)

El giro que propone Visconti es hacer que Tullio vea que se equivocó al menospreciar la presunta pasividad de su esposa y regrese a ella, para encontrar de nuevo a la mujer de la que alguna vez se enamoró. Y ahí si aparece la Laura Antonelli que el público ansiaba ver, sensual, desinhibida, deleitándonos con su cuerpo rotundo que Visconti parece acariciar con la cámara. Tullio se antoja sinceramente enamorado y no como reacción a los celos que le provoca el interés que un escritor siente por su mujer. Es en la segunda hora del filme donde Giuliana toma el control: atrae y manipula a su esposo para lograr sus fines, que ha logrado ocultar muy bien, ya que representan un escándalo familiar que a Tullio no le interesa que se difunda. Y cuando al final le revela cuales eran sus verdaderos propósitos, logra derribar la muralla de seguridad y confianza que Tullio ha construido durante años, dejándolo vacío, sin sentido. Su intento de regresar donde la Condesa fracasa y ya solo le queda un camino. Un último gesto dramático que acaba de un tajo con sus culpas.

Visconti con Giancarlo Giannini y Laura Antonelli durante una pausa del rodaje

Visconti con Giancarlo Giannini y Laura Antonelli durante una pausa del rodaje

Como testamento fílmico de un maestro, El inocente es una digna despedida de Visconti, una cinta dotada de una exuberancia visual casi excesiva en los detalles formales de decorado, iluminación y vestuario, y que además cuenta del desmoronamiento espiritual de un ser que de alguna forma representa toda una manera de vivir que Visconti había saboreado y que ahora reducido a su lecho de enfermo solo rememora con nostalgia y dolor. Su película estaba lista, era ya el momento de morir.

Referencias:
1. Gaia Servadio, Luchino Visconti, Barcelona, Ultramar,1983, p. 258
2. Ibid
3. Sam Roberts, “Laura Antonelli Dies at 73; Popular, and Seductive, Italian Actress”, página web: New York Times, disponible online en: http://nyti.ms/1LKurAG consulta, junio 24 de 2015
4. Henry Bacon, Luchino Visconti, Explorations of Beauty and Decay, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p.214

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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