Los dioses falibles: Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson

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Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así en los vasos de madera como en los de piedra.
-Éxodo 7:19

La secuencia de apertura de Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007) nos resume en algo menos de quince minutos, sin diálogo alguno, lo que va a ser el resto de esta cinta: la lucha obstinada de un hombre por enriquecerse extrayéndole a la tierra sus tesoros. La naturaleza los tiene a buen resguardo, entre rocas y profundidades tectónicas, pero él hará todo lo que tenga que hacer para sonsacárselos, guiado por la única brújula en la que confía: su gigantesca ambición. Su codicia va aunada a una soledad que se antoja natural: al principio es un gambusino aislado buscando plata en una mina artesanal en Nuevo México a finales del siglo XIX, después se convertirá en un petrolero que se asocia por conveniencia a otros ante la imposibilidad de hacer solo la tarea de taladrar y construir pozos en la primera década del siglo XX. Pero nuestro personaje, Daniel Plainview (en una interpretación que le mereció a Daniel Day-Lewis el premio Oscar) siempre estará solo, ningún lazo lo ata, el hijo que lo acompaña es un huérfano que él acogió y que le sirve bien a sus propósitos de tener una familia como fachada, nunca se le ve junto a una mujer, jamás podremos entrar a su mente. Decepcionado de todo y de todos, su único motor es la ganancia que obtenga. Dinero. Ese es su credo y su fe. El único dios que se antoja infalible. A ese culto se entrega y esa adoración es la que vamos a ver en una narración que va de 1989 a 1927, cuando ya ha consolidado su imperio. Daniel vive en ese entonces en un castillo, lleno de lujos y acompañado apenas de un mayordomo. La remembranza del Xanadu de Charles Foster Kane es instantánea: ambos llegaron a la cima que sus ambiciones les dictaron. Ambos no saben qué hacer ya allá.

 Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Para llegar a ese punto Daniel tuvo, como es natural suponer, varios tropiezos, y Petróleo sangriento quiere que los veamos, sobre todo porque su naturaleza no es exactamente física, sino derivada del choque que ocurre cuando un hombre que solo confía en sí mismo y en las garantías que su país da a la libre empresa, se enfrenta a quienes confían en otras deidades. Es el caso de Eli Sunday (un excelente Paul Dano), el joven predicador de la iglesia de la Tercera Revelación, edificada sobre terreno aparentemente rocoso, pero en cuyas profundidades hay petróleo en abundancia. Daniel quiere explotar esos terrenos y Eli quiere la salvación del alma de este petrolero. Si debido a ello Eli recibe beneficios económicos por las regalías de ese petróleo, no hay problema: la iglesia recibe generosa y agradecida este tributo. Un hombre aparentemente frágil, un pastor demasiado embelesado en su fe, pero tan alucinado en su fervor como Daniel en su codicia, se convierte en un portentoso enemigo, en un feroz opositor que exige sacrificios, que exige conversiones… que exige dinero. El conflicto entre ambas voluntades está planteado aparentemente como un combate entre un ser amoral y un hombre con profundas convicciones religiosas, y Paul Thomas Anderson, que escribió el guión para la pantalla a partir de las primeras 150 páginas de Oil!, una novela escrita en 1927 por Upton Sinclair, no va a ahorrarnos detalle de esa batalla que en realidad es un desenmascaramiento mutuo de la que no quedarán sino derrotados.

Daniel no es el afable y carismático empresario –con una inflexión de voz que se asemeja a la de John Huston, el autor, por si lo hemos olvidado, de El tesoro de la Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948)- que parece ser a la hora de convencer a los propietarios de los terrenos que le apetecen, su familia es falsa, sus apetitos económicos no conocen hartazgo, su desilusión y su desprecio por la humanidad son evidentes. Pero este personaje, que es capaz de abrazar la religión que sea con tal de obtener una concesión de terreno, no es exactamente un timador. Es un hombre de negocios inescrupuloso y que no tolera rivales, pero que acepta unas reglas de juego económicas, mercantiles y legislativas que le permiten ser parte de ese mundo. Además –y eso es típico de los personajes de P.T. Anderson- es un hombre con unas inmensas dolencias y carencias familiares y que sería feliz de tener una familia o por lo menos un sucedáneo de ella, como ocurre con la presencia de su hijo adoptivo o tras la aparición de su hermano medio. Daniel quiere creer en los lazos de sangre, pero el tipo de vida que escogió se ha encargado de negárselos.

Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Anderson, parapetado tras la figura de Daniel, quiere hacer caer los falsos profetas y por eso desconfía tanto de Eli. Este pastor no es solo el vehemente exorcista y encantador de serpientes que mantiene enceguecida a su comunidad, tras él se esconde un personaje de la misma sed de Daniel, pero revestido de un aura de rectitud y superioridad moral con la que disimula muy bien sus muy terrenales fines. Ambos personajes dan miedo, pero Eli lo causa todavía más, pues es capaz de movilizar consciencias, de subyugar voluntades, de jugar con los anhelos de salvación de alguien. Parece tener convencido a todos, excepto a Daniel que huele al lobo debajo de la piel de oveja. Por eso es capaz de enfrentarlo, por eso no le tiene temor, por eso sabe que tiene que destruirlo. Eli es la concreción de la desilusión que P.T. Anderson tiene sobre todo aquel que alguna vez se antojó capaz de guiar a los demás creyéndose de alguna forma iluminado. Ya en Magnolia (1999) lo vimos y en The Master (2012) volveremos a apreciarlo. No hay tales maestros, hay tipos que venden ilusiones hechas de humo y hay quienes están dispuestos a comprarlas. ¿Alguien se acuerda de Wise Blood (1979) de John Huston? Parece que P.T. Anderson sí.

Daniel Plainview y Eli Sunday, parecen el anverso y el reverso de una moneda pero no hay tal. Ambos son dos espectros distintos de la misma enfermedad, de la codicia rampante que no conoce de sensatez. Ambos están enfermos y Petróleo sangriento es la descripción detallada –clínica, cínica- de su mal. Es un portentoso retrato dual, una magistral lección de cómo se aprovechan dos personajes para ilustrar una decepción profunda respecto a los alcances y los falsos valores del ser humano. Anderson no tiene compasión por ninguno de los dos, como ellos tampoco lo tienen por nadie. Al final los enfrenta para ver como se desmoronan mutuamente, para constatar junto a nosotros como el fin del uno es –lo saben- el fin del otro. Aceptan, muy a su pesar, que no hay Dios alguno que logre redimirlos.

Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007)

Haciendo honor a su tema, Petróleo sangriento es una película evidentemente ambiciosa pero que satisface sus aspiraciones de grandeza, rematadas por su dedicatoria a Robert Altman al final de los créditos. Anderson se ha decidido por una descripción minuciosa de la época y de las condiciones en las que se extraía el petróleo que tiene una rigurosidad digna del cine de Stanley Kubrick y para la que contó con la dirección de arte de Jack Fisk, el diseñador de producción habitual de las películas de Terrence Malick, del que heredó esos largos planos secuencia y esos tiempos muertos contemplativos y hermosos que la bella y premiada fotografía de Robert Elswit celebra. Esta película bebe claramente de ambas fuentes cinéfilas destilándolas para encontrar su propio y peculiar sabor, que yo creo más cercano al calculado impacto de Kubrick que a la observación naturalista y existencialista de Malick. En cualquiera de los dos sentidos el trabajo de investigación fue largo y dispendioso. Anderson examinó documentos, fotografías, museos y se apoyó además en la biografía del magnate petrolero Edward L. Doheny, Dark Side of Fortune, escrita por Margaret Leslie Davis en 1998. La película fue rodada en Marfa, Texas, donde George Stevens filmó Gigante (Giant, 1956), que se convierte en otro modelo que Anderson siguió.

La amalgama da como resultado un filme sin duda épico, pero no a la manera externa de Magnolia (1999), sino interesado más bien en profundizar hasta el límite los motivos humanos, en hacer una exploración antropológica de los agitados demonios interiores de unos seres como los que ayudaron, con sus incontrolables pulsiones, a construir el imperio norteamericano tal como lo conocemos.

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 102 (Medellín, vol. 23, 2013) Págs. 43-46
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2013

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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