Nanking, ciudad abierta: Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan

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Concluyó el 25 de septiembre el Festival de Cine de San Sebastián, con triunfo para el director escocés Peter Mullan y su filme Neds. Mientras tanto, en nuestro país, la película que ganó este mismo certamen el año pasado ya lleva dos aplazamientos consecutivos. Ojalá ahora sí se le permita ver a Bogotá la magnífica Ciudad de vida y muerte (Nanking! Nanking!, 2009), tercera película del joven director chino Lu Chuan.

Situada en el marco de la Segunda Guerra Chino-Japonesa, la historia nos lleva a diciembre de 1937, cuando las tropas invasoras japonesas someten a Nanking, en ese entonces la capital de la República China. Tras la huida del ejército local, la retaliación sobre la población civil fue brutal: se calcula que más de 300.000 personas fueron torturadas y asesinadas, y más de 20.000 mujeres fueron violadas por los soldados japoneses.

Con un presupuesto de 12 millones de dólares, Lu Chuan realiza un filme de épicas proporciones, que describe con crudo detalle, pero con elegante destreza formal, los inenarrables hechos que se dieron en esos meses en esa ciudad, tanto desde la perspectiva de los habitantes de la ciudad, como desde el ángulo japonés. En su hermosa fotografía en blanco y negro -y al hacer referencia a un empresario alemán afiliado al partido nazi que luchó por crear una zona de seguridad que les permitiera a los refugiados, a las mujeres y a los niños estar a salvo-, la película remite con facilidad a La lista de Schindler. A la asociación colabora la narración, que está más cercana a la sensibilidad occidental que al estilo oriental, que tiende a ser menos expositivo y más intimista. Sin embargo, el eco a Spielberg llega hasta ahí, pues el director norteamericano -al que Lu Chuan dice admirar- no sería capaz de mostrar de manera tan explícita y desgarradora los horrores de una guerra.

Y de eso se trata Ciudad de vida y muerte: de asombrarnos de cuán lejos puede llegar el ser humano en su capacidad de hacer actos abominables. La estética preciosista del filme permite sublimar un poco el impacto, pero el peso de los actos de crueldad es demasiado para no ser advertido. La primera parte de la película describe las matanzas grupales de soldados chinos que, asesinados, semejan un mar de cuerpos que se pierden en el horizonte. La segunda parte del filme tiene nombres, rostros, dolores cercanos, traiciones por desespero, hastíos inesperados, desolación, más muertos y acaso una luz de esperanza.

Estamos ante el recordatorio de un evento terrible, traído a nosotros por una película tan dolorosa como irremediablemente bella e inolvidable.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 30/09/10). Pág. 1-20
©Casa Editorial El Tiempo, 2011

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