Perder es cuestión de método: El color del dinero, de Martin Scorsese

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“Para algunos jugadores la suerte misma es un arte”
-La voz de Martin Scorsese, al inicio de El color del dinero

¿Qué habría sido de “Fast” Eddie Nelson, el protagonista de El audaz? Es más, ¿Qué pasará con las vidas de la enorme mayoría de personajes que un día vemos en una película? Junto a ellos compartimos un par de horas de su existencia ficticia, para luego verlos desaparecer tras los créditos de un filme y no volver a interesarnos en el futuro de esos seres. Paul Newman a lo mejor se preguntó lo mismo algún día, sobre todo al enterarse que Walter Tevis, el autor de la novela con la que Robert Rossen hizo El audaz (The Hustler, 1961), continuó la descripción de la vida del protagonista -Eddie Felson- en una segunda novela, El color del dinero, publicada en 1984, precisamente el año en el que Tevis murió. Scorsese –tras rodar After Hours– estaba en Londres cuando Paul Newman, un admirador de Toro salvaje, lo llamó a preguntarle si estaba interesado en filmar la adaptación del libro, que ya el actor había encargado a un escritor desde hacía cerca de un año. Scorsese estaba gratamente sorprendido por la llamada: “Una estrella de cine es alguien que uno ve en la pantalla grande cuando se tienen diez u once años. Con De Niro y los otros tipos era una cosa distinta. Eramos amigos. Como que crecimos juntos creativamente… pero con Paul, yo iba y veía mil películas distintas en su rostro, imágenes que había visto en esa pantalla grande cuando tenía doce años. Eso impresiona”, le comentaba Scorsese a Mary Pat Kelly en Martin Scorsese: A Journey (Thunder’s Mouth Press).

Paul Newman en El audaz (The Hustler, 1961)

Las razones de Paul Newman eran poderosas: él fue quien interpretó a Eddie Felson para Rossen, aunque inicialmente su agente había descartado el rol. Además en ese entonces Newman estaba comprometido para rodar Two for the Seesaw junto a Elizabeth Taylor, pero la actriz se encontró con enormes problemas durante el rodaje de Cleopatra y el actor pudo al fin de cuentas hacer el protagónico de El audaz, papel que ya se había prometido a Bobby Darin, pero que terminó en sus manos.

Rossen filmó un película austera, amarga y pesimista que se centra en la vida de Felson, un joven billarista que vive de engañar (to hustle) a sus oponentes, haciéndoles creer que es un mal jugador, para al final derrotarlos cuando ya las apuestas en su contra han subido. Le acompaña un compinche de poca monta que le ayuda a dar más credibilidad a sus mentiras y que cobra parte de las ganancias. También de poca monta es la vida de ambos. Son dos seres marginales, dos tipos anónimos que encontraron un pequeño filón y que no saben bien que hacer con el. Un día se topan con Minnesota Fats (interpretado por Jackie Gleason), un legendario jugador con el que Eddie Felson va a jugar una partida interminable que se sale de control y en la que termina derrotado, víctima de su propia ingenuidad y ambición.

Paul Newman en El audaz (The Hustler, 1961)

Sin embargo su talento no pasa inadvertido para Bert Gordon (George S. Scott), un apostador y avivato que se propone utilizarlo para apuestas de alto nivel en grandes torneos. Felson cae en ese juego, para comprometer en el la vida de una sencilla mujer que lo ha acogido y ganar para su manejador una gran suma. Aunque las secuencias del juego de billar pool son de gran belleza, el interés de Rossen era ahondar en el drama moral del personaje, en el hastío que le produce su situación personal, en la incapacidad de ser feliz junto a la mujer que le abrió un golpeado corazón, en los sacrificios (humanos) que debe hacer para alcanzar un éxito que para él nada representa, pues para Eddie Felson su talento inconmensurable para el billar se convirtió en su principal fuente de dolor. Por eso al final lo vemos derrotado, incluso luego de derrotar por fin en un último juego a Minnesota Fats. Ese hombre está acabado moralmente. Acabado.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

-“Renuncié. En realidad alguien me retiró. A veces uno da con la gente equivocada”. Responde Eddie Felson, veinticinco años después, a la pregunta de por qué ya no juega billar. Su interlocutor es Vincent Lauria (Tom Cruise), un joven en el que se ve identificado, como si se mirase en un espejo y viera allí su pasado. Ya estamos en El color del dinero (The Color of Money, 1986) y Eddie continúa haciendo trampas, pero su negocio es el licor: hacer pasar licor barato por licor de marca. En el bar donde está haciendo negocios –y seduciendo a la propietaria- hay mesas de billar y en una de ellas está Vincent. Eddie gira la cabeza, sorprendido por el vigor con que emplea el taco de billar, y lo ve. Y se ve. Scorsese juega con los primeros planos del rostro de Paul Newman, con su expresión asombrada donde algo en la memoria hace “click” cada vez que Vincent juega. Hay en el joven una alegría y una ingenuidad que Eddie añora y de repente entiende que –como ocurrió con él hace décadas- es posible aprovecharse de ese candor, arruinándolo como si esa pureza fuera algo no tolerable en el billar.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

En el texto Scorsese on Scorsese (Faber & Faber), el director aclara la idea: “Nuestro concepto era que “Fast” Eddie Felson no era la clase de tipo que, después de perderlo todo al final del primer filme, simplemente dobló la página y no hizo nada en los siguientes veinticinco años. Él es un gran embaucador y si Bert Gordon [el personaje de George C. Scott] en El audaz era rudo y malo, la única forma con la que yo sabía que “Fast” Eddie podía sobrevivir era si era más rudo, más malo y más corrupto que Bert. Es una manera de sobrevivir, volverse todo lo que él odiaba. Y en un momento se da cuenta que está demasiado viejo para cambiar, hasta que ve al muchacho. Toma al joven bajo sus alas y trata de corromperlo, convertirlo en Eddie. Pero en vez de eso lo que ocurre es que intercambian roles. Yo no sabía cómo podía pasar eso, pues en ese momento no teníamos argumento. Por lo menos Eddie tendría que jugar de nuevo, le gustara o no. No importaba si ganaba o perdía, pero él tendría que jugar”.

Scorsese no quería el guion que Paul Newman proponía y le pidió considerar al novelista Richard Price, autor de The Wanderers y Bloodbrothers, y a quien conocía bien. Ambos visitaron al actor en California, le propusieron esta idea general y luego fueron trabajando en un guion que desarrollaron con la supervisión del actor a lo largo de nueve meses y en el que fueron tomando progresiva distancia de la novela original, que era básicamente una agridulce historia de amor, para terminar arribando –era de esperarse- a una de las penosas búsquedas personales que caracterizan al cine de este director.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

Quizá por eso la presencia de una mega estrella como Paul Newman y un actor tan promisorio como Cruise –el mismo año en que se lanzó Top Gun– no fueron suficientes para convencer a los ejecutivos de 20th Century-Fox y de Columbia respecto a las bondades de este proyecto, que al final aceptaron Jeffrey Katzenberg y Michael Eisner para Touchstone, la división “adulta” de Disney, con el compromiso de que si la película superaba el presupuesto, Newman y Scorsese aportarían un tercio de su salario para completar el filme. El rodaje en Chicago estuvo por debajo de los días proyectados, y El color del dinero terminaría costando trece millones de dólares, uno y medio menos de lo presupuestado.

Hablábamos hace un momento de una búsqueda: la de Eddie va a llevarlo, quizá muy a su pesar, a lo mejor de sí mismo. Un viaje interior que le demuestra que es tan vulnerable como el propio novato que él pretendía corromper. De repente Eddie ve que, pese a sus esfuerzos, es incapaz de convencer a Vincent de que perder es cuestión de método y que al simular debilidad y flaquezas puede más tarde revertir la situación y poner las ganancias de su lado. El veterano embaucador se descubre frágil ante la tozudez indomable y la habilidad innata del joven jugador, incapaz de simular debilidades que no tiene, incapaz de volverse -aparentemente- un artista del engaño. En ese momento empieza para Eddie ese viaje que mencionamos, ese retorno a sus raíces puras, ese “I´m back” que pronuncia exultante en el último fotograma del filme cuando su transformación ha sido completa y ya se siente libre, sin culpas, en paz, sin peso alguno en la conciencia.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

Pero para llegar allá –estamos en una película de Scorsese- Eddie tiene que sufrir en silencio: le espera la soledad, el engaño (un joven Forest Whitaker casi se roba además la película en una escena memorable en la que engatusa a Eddie), la humillación, la decepción y la reconciliación moral, representada esta última en el abandono que hace de un importante juego en Atlantic City. Como lo declara el director en el texto The Cinema of Martin Scorsese, de Lawrence S. Friedman (Continuum Publishing): “La película tiene que ver con un ser que cambia su estilo de vida, que altera sus valores. Su arena es una mesa de billar, pero lo que hace no importa. El filme tiene que ver con el engaño, luego la caridad; la perversión, luego la pureza”.

Todo este proceso va dándose frente a nuestros ojos, pero sin embargo es tal la exuberancia visual de los juegos de pool –cortesía del gran cinematografista alemán Michael Ballhaus- que es posible que el espectador se encandile con la superficie lustrosa de las bolas multicolores, con la estética de video clip en la que la mesa de billar se convierte en un escenario para actos de magia y con la efectiva banda sonora al comando de Robbie Robertson, y no capte el sentido último de la expedición espiritual que Scorsese y Price proponen, y que puede representarse con el acto de ver. Eddie -parafraseando a la cita del evangelio de San Juan (9:24-26) que aparece al final de Toro salvaje– antes era ciego y ahora ve. Y en la película el hecho de ir al oftalmólogo y el ponerse unas gafas recetadas cambian su perspectiva: ahora ve mejor, ahora entiende que no estaba viendo y ni obrando bien.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

Es obvio que la estética hiperrealista de El audaz hace más fácil asociar ese filme a la propuesta reflexiva que Robert Rossen planteó, pero no por carecer de tal estética (aunque cabe anotar que Scorsese propuso filmar la película en blanco y negro, idea que los productores le pidieron descartar) El color del dinero no se presta a tal tipo de mirada profunda y compleja. Es probable que Scorsese se haya sentido presionado: no era su proyecto, la idea se estaba trabajando antes de que él se vinculara, Paul Newman tenía un enorme status, había un estudio importante que complacer… todo eso le hizo hacer concesiones hacia lo popular, hacia el montaje acelerado, hacia la golosina visual –véanse las tomas de los trucos de billar- que se autocomplace en su fútil belleza. Pero ese era el cascarón vendible. Lo interno, lo verdaderamente importante no era negociable. Y eso sigue ahí, es probable que oculto, pero incólume.

El color del dinero (The Color of Money, 1986)

La etiqueta de producto comercial disfrutable aunada al nombre de Scosese probó ser exitosa. La película tuvo una taquilla de cincuenta y dos millones de dólares, la más alta de su cine hasta ese momento y le dio a Paul Newman un merecido Oscar a mejor actor luego de seis nominaciones, incluida una por El audaz. La cinta además logró candidaturas a los premios de la Academia de Hollywood para Mary Elizabeth Mastrantonio (actriz de reparto), Richard Price (guión adaptado) y Boris Leven (dirección artística).

Buen final para una película criticada en su momento -su final abierto y carente de una confrontación última decepcionó a muchos- pero que mostró ser, para todos los involucrados en ella, un talismán. Hubo suerte. Y tenerla es un arte, ¿no?

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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