Solo cenizas: La tierra y la sombra, de César A. Acevedo

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Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre
-Álvaro Mutis, 204

La película que obtuvo por primera vez para Colombia la Cámara de oro en el Festival de Cannes este año sorprende por una pasmosa economía de recursos, que contrasta con el gran impacto emocional que genera. La tierra y la sombra (2015), de César Augusto Acevedo, es un drama donde no sobra ni un solo plano ni una sola línea de diálogo; está tan concentrado su relato que uno teme distraerse un instante y perderse de algún detalle crucial.

Para retratar adecuadamente el estoicismo de nuestros campesinos ante la adversidad se necesitaba de un relato así: seco, de mínimos adornos formales, con pocos movimientos de cámara. Acevedo, también guionista, privilegia los diálogos –escasos pero contundentes- pero dota a la cinta de una inesperada belleza plástica que surge del estatismo y la penumbra del cuadro.

La historia de Alfonso (interpretado por Haimer Leal), un hombre que retorna a su casa en medio de los cañaduzales del Valle del Cauca ante la enfermedad de Gerardo, su hijo adulto, para encontrar ahí a su mujer de la que años se había distanciado, está narrada con absoluto control de la puesta en escena. No hay gestos que desentonen, no hay zancadillas sentimentales, no hay cambios inesperados e imposibles. Esa distancia en el trato, ese respeto de los personajes frente a los otros, esa resignación frente al destino no son falsas. Así se porta en este país quien todo lo ha carecido, quien no se cree con derecho a nada porque jamás ha recibido nada. Ese arraigo a la tierra es natural: es lo único que pueden considerar como propio. Además de las necesidades, obviamente.

Aunque el comentario social está presente en la situación de los corteros de caña, tanto laboral como de salubridad (es muy probable que la enfermedad de Gerardo sea ocupacional), esa no es la preocupación principal del filme. Es el drama privado, es la familia que se desmorona la que le importa a Acevedo. Un derrumbe que empezó cuando Alfonso se fue, cuando su mujer quedó sola con un hijo, cuando la caña invadió el paisaje. Gerardo creció, consiguió una mujer, tuvo también un hijo, pero ahora está incapacitado para llevar a casa el sustento. Son los últimos días de un hogar los que se nos cuentan, es la amargura de saber que nada va a cambiar las cosas, que los desposeídos están condenados a su suerte. A ver caer cenizas. A morir.

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