Para poder seguir vivos: Todo comenzó por el fin, de Luis Ospina

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1. Prólogo en primera persona.
Mis padres, Camilo y Nidia, se casaron en Cali en abril de 1965. Alquilaron un apartamento de dos habitaciones en el segundo piso del edificio San Fernando, muy cerca a la casa de mis abuelos maternos. En esa época pagaban 750 pesos mensuales de arriendo. Yo nací en diciembre de 1966 y mi hermano Mauricio en marzo de 1969. Ese apartamento que miraba a la carrera 34 fue nuestro hogar hasta 1980.

Toda nuestra infancia y sus recuerdos están en el barrio del mismo nombre del edificio y del mismo nombre del teatro que quedaba diagonal al apartamento. Desde que tengo uso de razón fui a cine al San Fernando en los años setenta. No tengo que imaginar como era, solo tengo que evocarlo en mi memoria y volver ahí. No sé cuantas películas vi allí con Mauricio, pero no faltábamos ningún fin de semana. Jerry Lewis, Louis de Funès, Cantinflas, Tarzán, Abbott & Costello y Disney en todas sus formas, de Robin Hood a Cupido motorizado, eran algunos de los protagonistas de los matinales dominicales que disfrutábamos.

El teatro San Fernando durante una función del Cine Club de Cali.

El teatro San Fernando, con Andrés Caicedo, durante una función del Cine Club de Cali.

Lejos estábamos de saber que en esa misma sala de cine, los sábados, se reunía el Cine Club de Cali. Solo éramos unos niños que compartimos, sin que lo supiéramos, el mismo espacio y la misma época con Andrés Caicedo, Luis Ospina, Carlos Mayolo y los cinéfilos por ellos convocados. Mejor dicho, convocados por el cine. ¿Vi allá por casualidad a Andrés Caicedo alguna vez? No lo sé. Y si así ocurrió sencillamente no lo reconocí. No tenía por qué saber quién era.

Ahora veo Todo comenzó por el fin (2015) y entiendo que la primera beneficiada es mi infancia, que vuelve a observar ese teatro en actividad, que vuelve a entrar a cine al San Fernando. Yo prefería la platea, mi hermano el balcón. Mi mamá nos compraba cucuruchos de maní y nos leía los subtítulos de las películas.

2. Up Close & Personal con Luis Ospina.
Siempre he sabido que Luis Ospína es un cinéfilo absoluto, una cinemateca andante. Ahora gracias a su filme también sé que es un tratado ambulante de medicina interna, gastroenterología, cirugía, cuidados intensivos y oncología.

En el 2012, mientras reunía el material documental para Todo comenzó por el fin, cayó enfermo. Por lo que la película nos cuenta sufrió una hematemesis, consultó y se le realizó una endoscopia con biopsia que mostró la presencia de un tumor del estroma gastrointestinal (un GIST: gastrointestinal stromal tumor). Tendría que ser sometido a una cirugía de extirpación del tumor. Ospina teme por su vida y graba su testimonio hospitalizado, pues su filme recibió una subvención estatal y debe completarse, vivo o muerto su director. De ahí que deje comprometidos públicamente a Sandro Romero y a Rubén Mendoza a terminar este proyecto si las cosas salen mal. Supone que este material de sus últimos días puede ser el colofón para el filme, el The End definitivo. Una nueva vuelta de tuerca a Relámpago sobre el agua (Lightning Over Water, 1980) y a Nuestra película (1993) con un inesperado e involuntario protagonista: él mismo.

Luis Ospina en UCI

Luis Ospina en UCI

Se dedicó entonces a documentar su proceso diagnóstico y terapéutico para nosotros. Sería su testamento fílmico, pensó. Por eso fue prolijo, quizá demasiado, en la descripción de su cuadro clínico y en el de sus complicaciones postoperatorias, que fueron por cierto bastante preocupantes. Su cuadro clínico parece descrito ex profeso para el médico cinéfilo, dos palabras que, me temo, se han vuelto un oxímoron. Esta hospitalización, curiosamente, reemplaza a la descripción de su obra fílmica, en la que no se ahonda en este relato. Hay una mención no muy halagüeña a Vía cerrada (1964), y algo sabremos de su trabajo junto a Carlos Mayolo en sus cortometrajes comunes, vemos algunos instantes de Pura sangre (1982) y de Soplo de vida (1999), pero Luis aquí prefiere obrar como catalizador de las historias de sus amigos antes que ser el protagonista. ¿Pudor, acaso? Comprendo que no es sencillo hablar de lo que uno mismo ha hecho, pero eso nos privó de saber más de su rol dentro de este grupo, considerando además que él fue el único que se formó en una escuela de cine en Estados Unidos. ¿Qué pasó esos años? ¿Qué le dejó esa formación académica? ¿Por que se decidió por el documental como forma artística? ¿Por qué se fue de Cali? ¿Qué representó para él la muerte de sus amigos? Se queda uno con ganas de saber un poco más.

Luis Ospina en Todo comenzó por el fin (2015)

Luis Ospina en Todo comenzó por el fin (2015)

A los que vamos a conocer son a sus colaboradores cercanos, pues Luis organiza en su apartamento en Bogotá un almuerzo al que invita a sus amigos y a quienes han constituido su equipo técnico a lo largo de los años. Con ellos va departir un rato y a rememorar lo que fueron los años de actividad del grupo de Cali, el “Caliwood” como fue bautizado no sé por quién. Esa conversación de sobremesa es uno de los ejes que hacen girar el documental. No es algo estructurado ni planificado, es una reunión de compinches recordando anécdotas de unos años especialmente movidos y felices. Aparte de esta conversación coral y de un inmenso material de archivo, Luis inserta entrevistas con personas que fueron significativas en las vidas de Andrés Caicedo y de Carlos Mayolo, o de ambos, o de los tres. Las fronteras se difuminan, el grupo parecía compartirlo todo.

3. Andrés Caicedo: Batallas hubo.
La cinefilia unió a Andrés y a Luis. El primero quería conocer a un hombre que hubiera visto más películas que él y lo encontró. “Hermano, no vaya a creer que conocerlo a usted no me produjo sus cositas. Nada más comenzando porque es la única persona que conozco que ha visto más cine del que yo he visto. Digo, si yo hubiera podido demostrarle la sorpresa que fue conocerlo, si yo pudiera ser menos pobre, menos vulgar, si pudiera llegar a hacer un acto de la admiración, enriquecer el deslumbramiento, dejar cosas para que me piensen, para que me pensés, digo, si ese Andrés al que le mandás saludes, si yo estuviera bien seguro de que soy yo, si yo no fuera sólo la represión que me han hecho, ninguna libertad, sólo represión, ninguna expresión propia que atestigüe la lucha, la ganancia, nada: mi única expresión es la represión, es decir, lo que no me dejaron ser, mi cobardía”, le escribe en una carta fechada en 1971.

Ramiro Arbeláez, Andrés Caicedo y Luis, Ospina, en la cabina de proyección del Teatro San Fernando

Ramiro Arbeláez, Andrés Caicedo y Luis, Ospina, en la cabina de proyección del Teatro San Fernando

Andrés respiraba cine y la cinefilia parecía no solo apasionarlo sino a la vez intoxicarlo. Lo suyo era fiebre, velocidad, ansias. Escribía, escribía, escribía. Dramas, cuentos, novelas, guiones, reseñas, cartas. Veía y veía cine. Era inaudita su capacidad para ver tantas películas y sentarse a escribir sobre ellas. A la ecuación de sexo, drogas y rock & roll, Andrés sumo el cine como cuarto elemento. Él fue el principal gestor del cine club de Cali en el teatro San Fernando. Él hizo que en esa pantalla se vieran imágenes que superaban lo parroquial y trasportaban a los asistentes al cine de autor, en una labor didáctica a la que se entregó por difícil que fuera conseguir el material. Había que ver cine como fuera.

Luis Ospina reconstruye sus pasos con los testimonios de cuatro mujeres: su hermana Rosario Caicedo, Pilar Villamizar que protagonizó Angelita y Miguel Ángel, Patricia Restrepo que fue su compañera y Clarisol Lemus, la jovencita de Angelitos empantanados. Cuatro miradas, un mismo misterio: el de un hombre que quería huir de sí mismo, que no parecía sentirse cómodo ni en su ciudad, ni en su familia, ni en su cuerpo. Todos le parecían prisiones y por eso escapó tanto, consecuente además con un espíritu fatalista que lo habitaba. La literatura, el cine, el sexo, la música y las drogas le ayudaron a huir de los límites, de la “represión”, de todas las imposiciones que ser adulto implicaba satisfacer. Demasiadas batallas que librar. Prefirió decir basta el 4 de marzo de 1977 y convertirse en símbolo. Y en mito.

4. Nadie se salva de la rumba. Mayolo tampoco.
El acelere como modo de vida era lo que practicaba Carlos Mayolo. Vivía embalado, prendido, a mil. Así conquistaba, amaba, creaba, dirigía, rodaba, se emparrandaba, tomaba y fumaba. También Luis Ospina se apoya en testimonios femeninos para hablar de él: Patricia Restrepo que fue también su pareja, y Beatriz Caballero con quien compartió sus últimos años. Hubo otras, muchas otras, que también hablan de él. Incluso una que solo estuvo con él en el plano profesional, Vicky Hernández Todas, sin excepción, con especial cariño. No hay recriminación alguna, solo el recuerdo de un hombre que parecía obligado a hacer erupción antes que a vivir. Los minutos dedicados a Mayolo son muy conmovedores sobre todo porque asistimos a su declive físico, a su desmoronamiento tras tantos excesos. No es que nadie le advirtiera ni quisiera ayudarle, es que estaba infectado con el virus de la autodestrucción, que parece estar asociado fuertemente a la creación artística. No hay terapia antiviral conocida para ese mal.

Luis Ospina y Carlos Mayolo.

Luis Ospina y Carlos Mayolo.

En enero de 1972 Andrés Caicedo le escribe una carta en la que le dice “No me lo explico, o me niego, esta labor ha tenido que ser armónica, dadora de paz, y sin embargo no ha sido así, no basta con decir, como vos decís, “yo me cago de la risa y me importa un culo”, y que la película la vamos a terminar, semejante paso que ha sido, por lo menos para mí, la importancia que tiene, no creo equivocarme, si digo que para vos es lo mismo, y que a todas estas estemos apurados, acosados, porque se tiene que terminar aunque no nos podemos ver, hermano, yo me mantengo en un conflicto porque quiero guardar un buen recuerdo de todo esto, y temo, realmente, que no vaya a ser así”. Mayolo fue indomable e impredecible desde siempre, Andrés lo sabía, todos los sabían. También tenían claro que pese a todo, y en medio de lo errático, surgiría la chispa de genialidad que haría funcionar lo que parecía insoluble. Sandro Romero fue testigo de eso en La mansión de Araucaima (1986) cuando todo estaba a punto de quedar irremediablemente perdido, y cada uno de los que trabajó con él lo entendía.

Un día la gozadera de Mayolo le pasó la cuenta de cobro. Y su cuerpo ya no tenía con que pagarla.

5. The Long Goodbye.
Aunque este texto está dividido artificialmente para resaltar la vida de los tres protagonistas principales, Todo comenzó por el fin se refiere a cada uno de ellos en un flujo continuo de información, como corresponde al grupo que conformaron. En ciertos momentos se hace énfasis sobre uno u otro, pero siempre hay una conciencia colectiva, de un trabajo en equipo donde cada quien cumplía una tarea, pero donde todos perseguían una causa común. Andrés se fue demasiado rápido, pero ahora parece tener más reconocimiento y vigencia que nunca. Mayolo logró hacer largometrajes cuando eso era un milagro de la tenacidad, mientras Luis Ospina continúa aquí, devenido por derecho propio en una figura de autoridad y en un referente para los nuevos cineastas.

Andrés Caicedo en las escalas del Teatro San Fernando...

Andrés Caicedo en las escalas del Teatro San Fernando…

¿Por qué existe Todo comenzó por el fin? Casi al final, Sandro Romero –inesperado polo a tierra del grupo- aventura que era necesario para “poder seguir vivos”, para poder contarle a todos que en Santiago de Cali, hacia 1971 y durante unos veinte años, se gestó un proyecto artístico que tomando las banderas de la rebeldía, la contracultura y del goce, hizo del cine un reducto para apasionar, para conquistar, para crear, para desbaratar, para sorprender. Y hasta para morir. Luis Ospina era el llamado a hacer esta película, tan necesaria para ayudarnos a superar la amnesia frente a lo que hemos sido.

Ahora sí, para terminar, el fin.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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