Todo el mundo es un escenario: Anna Karenina, de Joe Wright

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Con alrededor de doce adaptaciones previas de Anna Karenina llevadas al cine –incluyendo una con Greta Garbo y otra con Vivien Leigh- es sencillo entender la decisión del director inglés Joe Wright de querer hacer algo diferente a un convencional drama de época. Lo que ha hecho es sin duda temerario: situar la acción de la novela de Tolstoi en el proscenio y en el escenario de un viejo teatro del siglo XIX. Este único espacio sirve como eje visual y como centro de un elaborado aparataje escenográfico que se revela ante nuestros ojos. Las transiciones espaciales del filme se hacen directamente ahí, cambiando bastidores y decorados, e incluso utilizando la platea, a la que se le suprimen las sillas para convertirla a necesidad en un iluminado salón de baile o en una pista de carreras de caballos.

Que el dramaturgo Tom Stoppard sea el autor del guion de esta versión de Anna Karenina nos hace de inmediato pensar que fue suya la idea de experimentar con las posibilidades del confinamiento teatral, pero en realidad no fue así. Cuando el guion de Stoppard estuvo listo, Wright fue a buscar locaciones a Rusia, pero el resultado de su viaje de reconocimiento no fue satisfactorio. Fue suya la idea de intentar una unidad espacial que estilizaba al extremo la puesta en escena. “Joe [Wright] necesitaba un concepto que lo excitara para hacer de esta novela una película”, cuenta Stoppard en una entrevista para el periódico inglés The Guardian, publicada en septiembre de 2011.

Aaron Johnson y Keira Knightley  en Anna Karenina (2012)

Aaron Johnson y Keira Knightley en Anna Karenina (2012)

El reto –que se asemeja al de Max Ophüls para hacer Lola Montès (1955) utilizando el tinglado de un circo como escenografía- era enorme, sobre todo porque no se trata precisamente de teatro filmado: el punto de vista no es el de un espectador estático sentado en la platea. Wright aprovecha las posibilidades del cine para mover la cámara en unos planos secuencia de gran fluidez, y para utilizar otros platós e incluso escenarios naturales a campo abierto. Todo esto se mezcla en una puesta en escena compleja, con diseño de producción de Sarah Greenwood, vestuario de Jacqueline Durran (ganadora del premio Óscar por este trabajo), música del compositor Dario Marianelli, montaje de Melanie Oliver y fotografía de Seamus McGarvey –todos colaboradores habituales de Joe Wright y que acá tienen un peso enorme- que da como resultado una película a la que solo un adjetivo la define con justicia: suntuosa.

Jude Law y Keira Knightley en Anna Karenina (2012)

Wright es un realizador al que le gusta explorar las posibilidades formales del cine y se deleita en ello. Sus dos películas previas con su actriz y musa Keira Knightley –Orgullo y prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007)- quizá sean narrativamente más convencionales que Anna Karenina, pero ambos filmes contenían pequeñas sorpresas narrativas que, no por gratuitas eran menos valiosas y que hablaban de un realizador interesado en ir más allá de lo convencional, y que expresaba una especial sensibilidad para las historias ubicadas en el pasado.

Anna Karenina (2012)

Su adaptación de la novela de Tolstoi es tan atrevida y transgresora en lo formal que por momentos parece más bien ser hija legítima de Baz Luhrmann pero, sin embargo, Wright no está interesado en profanar un texto clásico. Su intención, por el contrario, es hacerlo atractivo a quienes les parece imposible que una historia de semejante tradición tenga algún ángulo nuevo que haya que explorar. Su aproximación teatral, sublimada y elegante, antes que parecerme distractora y distante como se le ha criticado, me recuerda que es preferible equivocarse arriesgándose, que acertar cuando vamos sobre los pasos seguros de los que ya caminaron por ahí antes.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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