Truffaut, 25 años de ausencia: El alma al aire

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El pasado 21 de octubre conmemoramos 25 años del fallecimiento de François Truffaut, uno de los principales protagonistas de la nueva ola del cine francés, movimiento cuyo cincuentenario se ha celebrado a lo largo de este año y cuyo punto de partida muchos identifican con el estreno en el Festival de Cannes de Los cuatrocientos golpes, el primer y entrañable filme de este realizador.

Sin embargo para llegar a ese punto inicial de su carrera tuvieron que pasar muchas cosas. Víctima de una infancia solitaria y carente de afecto, Truffaut fue un adolescente rebelde e incomprendido que encontró en la cinefilia su refugio. Gracias a ella conoció a André Bazin, el crítico de cine que se convertiría en mentor y figura paterna, y que le abriría las puertas de la publicación que él mismo fundó, la mítica revista Cahiers du Cinéma. En sus páginas Truffaut se formaría como apasionado e irreverente crítico, compartiendo militancia y sueños con Godard, Rohmer y Chabrol. Todos vieron que el cine francés necesitaba de un cambio urgente en sus estructuras temáticas y narrativas, y lentamente fueron dando el paso hacia la dirección de cine, constituyendo esa nueva ola que sacó al cine de los estudios y lo llevó a las calles, para retratar los anhelos de una nueva generación que quería reconocerse en las imágenes de celuloide.

De toda esa camada de directores, Truffaut fue el más autobiográfico, sensible y emotivo. Antoine Doinel, el protagonista de Los cuatrocientos golpes, se convertiría en su alter ego, y en una serie de películas –que se prolongan con Antoine y Colette y van hasta El amor en fuga– seguiremos de cerca su vida y milagros. Ahí está Truffaut sublimado en ese joven abandonado, adolorido, con ansias de libertad y amor. Pero también Truffaut, en una búsqueda constante de su pasado y sus motivos, se reflejó en otras infancias no menos complejas como lo vimos en El niño salvaje y en La piel dura. Amante de los libros, el cine de género y las mujeres, a todos esos afectos les dedicó hermosas películas como Jules y Jim, La novia vestía de negro, La noche americana, La historia de Adela H. y El hombre que amaba a las mujeres, título con el que no dudo se identificaba bien.

Hay algo difícil de explicar del cine de Truffaut: hay en él una cercanía cómplice, que nace de su mirada fresca, carente de pretensiones intelectuales, sociales o políticas y que hace que lo disfrutemos sin prevenciones. Sus películas fueron espejo de un alma al aire, enamorada de un medio que le dio todo, incluyendo muchas razones para vivir y trascender. Tenía por qué estar agradecido.

Publicado en el periódico El Tiempo (29/10/09). Pág. 1-18
©Casa Editorial El Tiempo, 2009

Truffaut frente a un teatro donde se exhibe "El bello Sergio", de Claude Chabrol

Truffaut frente a un teatro donde se exhibe “El bello Sergio”, de Claude Chabrol

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