Un presidente, dos directores

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Abraham Lincoln es una figura vigente, como lo confirma la nueva película de Steven Spielberg, que bebe de un filme clásico de John Ford. Entre los dos ofrecen un retrato completo de un personaje apasionante.

Con el reciente estreno en el país de Lincoln (2012) de Steven Spielberg, es bueno darle un vistazo a las veces en las que previamente el cine se ha ocupado de la vida y milagros de este estadista. Aunque el sentido común nos lleve a pensar que un presidente tan admirado como Abraham Lincoln ha sido objeto de múltiples biografías fílmicas, la verdad es que no son tantas las veces que su figura ha sido llevada al cine. Además de David Griffith en El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915) y en Abraham Lincoln (1930), y John Cromwell con Abe Lincoln in Illinois (1940), basada en un drama de Robert E. Sherwood que ganó el premio Pulitzer, la verdad es que el mejor retrato de este prócer lo hizo nada menos que John Ford con El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939). Obviamente la reciente Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, 2012) del ruso Timur Bekmambetov no pasa de ser una rareza casi profana.

Spielberg y Ford son autores de mucho prestigio a los que nos les queda grande la tarea de acercarse a la figura de un personaje de tanta estatura, frente a quien el público no admitiría titubeo o irrespeto alguno. A Lincoln no se le puede tomar a la ligera, y creo que ambos fueron conscientes de ello y del tamaño de la empresa, pues los dos filmes prefirieron un abordaje parcial a su vida y no intentar una biografía completa. Spielberg se enfoca en los últimos meses de vida del presidente, cuando se empeñó en lograr la aprobación de la 13ª enmienda a la Constitución, mientras Ford opta por describirnos sus inicios como abogado en Springfield, Illinois, logrando -en palabras del gran director soviético Sergei Eisenstein- sintetizar en su filme “todas las cualidades que sobresalen en el papel histórico-político llevado a cabo por ese gigante americano”.

Spielberg contó con un guion del dramaturgo Tony Kushner, que a su vez adaptó una parte del libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, de Doris Kearns Goodwin, publicado en el 2005. Sobre la decisión de tomar solo una parte de su vida, el guionista Kushner responde en una entrevista de James Rocchi publicada en noviembre del año anterior que “Mientras más leía sobre Lincoln, más veía que había algunos temas que mantenían repitiéndose en sus cuatro años en la Casa Blanca. Y parecían ser para mí los temas principales de esos años y me hablaban de las muchas formas en las que Lincoln fue un gran presidente, un gran estadista y un gran ser humano. Aunque eso estaba bien, los conflictos volvían a repetirse una y otra vez. [Pensaba] si pudiera encontrar uno, idealmente uno del que no todo el mundo supiera, que pudiera erigirse en microcosmos de su administración entera. Y pienso que lo encontré”.

Sally Field y Daniel Day-Lewis en Lincoln (2012)

Sally Field y Daniel Day-Lewis en Lincoln (2012)

La mayoría del filme transcurre en el mes de enero de 1865, cuando Lincoln se decidió a proponer la enmienda constitucional que abolía la esclavitud. A lo largo de ese mes veremos las componendas que se armaron, las alianzas que se forjaron y las presiones ejercidas por un cabildeo activo que buscaba –al precio que fuera- que la iniciativa presidencial no fuera derrotada en el Congreso. La figura paternal y bonachona de Lincoln pasa en ocasiones a un segundo plano, opacado por sus delegados, que deben ejercer un poder político del que él prefiere estar al margen, obviamente ejerciendo el control de todos los actos de aquellos que obran en su nombre.

Daniel Day-Lewis da vida a un personaje cuyas facciones están inmortalizadas en estatuas, mausoleos, libros, pinturas, dibujos, monedas, billetes y todo tipo de material gráfico. Lincoln es un ícono que supera las fronteras estadounidenses. Representarlo correctamente era todo un reto, pero el prestigioso actor inglés hace una interpretación magnífica. Tenía en realidad un buen modelo que seguir: el Lincoln que Henry Fonda interpretó para John Ford en 1939. La primera vez que en El joven Lincoln vemos al personaje que Fonda da vida, nos sorprende: parece una versión joven de Daniel Day-Lewis. Es su mismo rostro, su mismo gesto dubitativo y tímido al hablar, su aspecto desgarbado, su cojera, su inclinación al caminar. Curiosamente, más que una copia, lo que uno ve como espectador es una progresión del personaje de una película a la otra. El joven idealista de Fonda se convierte en el político avezado de Day-Lewis sin que en el proceso pierda nada de su carisma ni su humanidad. Ha ganado arrugas, poder y gloria, pero en el fondo ese ser bondadoso y contador de anécdotas es el mismo. Eso añade aún más lustre a la interpretación de Day-Lewis.

Henry Fonda en El joven Lincoln (1939)

Henry Fonda en El joven Lincoln (1939)

Pero vamos a John Ford. Lincoln no le era ajeno y en su filmografía ya había aparecido en El caballo de hierro (The Iron Horse, 1924) interpretado por Charles Edward Bull, y su asesinato es el origen del drama de The Prisoner of Shark Island (1936). Además su hermano, Francis Ford, lo había interpretado en varias películas entre 1912 y 1915. Para John Ford, Lincoln era el símbolo de los Estados Unidos, y siempre se refería a él de manera cercana, como si se tratara de un amigo. En El joven Lincoln, explicaba Ford que “la idea era transmitir la sensación de que, incluso de joven, ese hombre estaba destinado a grandes cosas”.

El guion del prolífico Lamar Trotti –que reemplazó en la tarea a Howard Estabrook, que ya había escrito un esbozo de guion en 1935- es ficción, pero se inspiró en un juicio que presenció cuando fue periodista en Georgia. A ese le sumó un detalle del juicio de Duff Armstrong a quien Lincoln defendió en 1857. Lo que el guionista buscaba era ante todo una serie de anécdotas que ejemplificaran el talante de Lincoln, su misericordia y su inteligencia desprovista de toda soberbia.

Henry Fonda en El joven Lincoln (1939)

Henry Fonda en El joven Lincoln (1939)

Ford traduce las intenciones de Trotti en un filme de extrema sencillez formal, pero de gran fuerza dramática y simbólica. Su Lincoln al principio es un hombre solitario y confundido, incapaz de saber hasta dónde quiere y puede llegar, casi que atrapado por sus limitaciones educativas y su aislamiento social. Lentamente va adquiriendo valor y demostrando, como abogado, la importancia del sentido común y de la fe en la bondad inherente de la gente. La superioridad moral sobre sus semejantes, que él ejerce sin engreimiento alguno, le permite irse ganando- como sin quererlo- la admiración de unos conciudadanos que unos años después les darán su voto. Ahora es solo una promesa, una posibilidad, una semilla sembrada en terreno fértil, un “gran hombre en forma de crisálida” en palabras del biógrafo Scott Eyman. Ford se solaza en esa potencialidad para hacer el retrato íntimo, gracioso y bien intencionado de un hombre aparentemente común, pero destinado a la grandeza, a entrar en la historia.

Escribe Tag Gallagher es su magnífico libro John Ford, el hombre y su cine que “Lincoln es el epítome del héroe fordiano: soltero y solitario, poseído por un conocimiento superior que le permite servir de intermediario allí donde reine la intolerancia y proclamar un Nuevo Testamento, aunque haya que recurrir a la violencia o al engaño. Juez y sacerdote, sacrificado como Cristo, reúne a una familia y al final se marcha”. Mejor resumen de El joven Lincoln y su grandeza no he leído jamás.

Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 10/02/13). Págs. 12-13
©El Colombiano, 2013

El joven Lincoln poster

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