Una película con dolor lumbar: Soul Kitchen, de Fatih Akin

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Tanto a Zinos -el protagonista de Soul Kitchen (2009)- como a la película misma, les aqueja un dolor en la espalda. Él tiene una lumbalgia por una hernia discal, ella sufre de un dolor agudo exactamente en la columna vertebral del cine: en la narración que nos está contando. El pronóstico para ambos es reservado. Zinos requiere cirugía, Soul Kitchen pide a gritos un guion más inteligente, que no dependa del chiste burdo, de la zancadilla gruesa, del giro obvio, del cliché gastadísimo y predecible. Y ante la ausencia de una historia ingeniosa y original –y siguiendo con el símil clínico- el director y guionista alemán Fatih Akin ha optado por un manejo paliativo: hacerle una infusión de buena música, desparpajo y una atmósfera ultra cool en lo formal de la que Guy Ritchie hubiera estado orgulloso.

Pero tan deslumbrante terapia, que sin duda obnubila y distrae, no logra hacer olvidar que en el fondo la dolencia continua ahí, invariable, llenando de obviedades un relato inofensivo que en sí no cuenta nada nuevo. Divierte por momentos, pero además de ese escapismo fugaz, no ofrece nada más sustancioso. La película está condenada a agonizar, víctima de sus errores pueriles, para fallecer convertida en olvido tan pronto el proyector se apaga. Perdurar en el recuerdo no será su paraíso.

Lástima. Fatih Akin viene haciendo una obra dramática interesante –entre nosotros se han exhibido las eficientes Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007)- donde los conflictos derivados de la inmigración turca y griega a Alemania son centrales y fuente de reflexión sobre la dinámica social en transformación que los países europeos y sus sociedades están asumiendo frente a la contundente presencia del migrante. Akin, de origen turco, sabe de que habla y eso se refleja en la sinceridad del abordaje temático que sus filmes exhiben. Tras hacer estos dramas y el documental Crossing the Bridge: The Sound of Istanbul (2005), Akin decidió cambiar de registro y ensayar a hacer una comedia donde también el choque cultural fuera el factor diferenciador. Zinos Kazantsakis (el actor Adam Bousdoukos), el protagonista de origen griego, es el propietario y cocinero de un restaurante –llamado Soul Kitchen- en la periferia de Hamburgo, quien ante su lesión lumbar contrata a un chef gitano temperamental que transforma el convencional menú en una atrevida propuesta de cocina contemporánea con el subsecuente éxito del local, que también sirve de improvisada discoteca. El fantasma de la caricatura recorre la película de principio a fin, haciéndole daño a unos personajes que alcanzamos a sentir entrañables –escapados de Snatch, The Commitments, El festín de Babette o Alta fidelidad– pero que al final terminan siendo bochornosamente patéticos en su esquematismo. ¿No son muy obvios el hermano gánster, el amigo alemán hipócrita, la novia glacial, la fisioterapeuta de buen corazón, el viejo lobo de mar extraído de una historieta de Tintín? ¿Por qué no huir de esos estereotipos tan pintorescos como cómodos? ¿Por qué no presentarnos una situación y unos personajes que no sean tan complacientes?

Por fortuna, para hacernos menos decepcionante la experiencia, existe la banda sonora de Soul Kitchen. Por ahí desfilan Curtis Mayfield, Kool and the Gang, Quincy Jones, Louis Armstrong o Mongo Santamaría haciendo muy bien lo suyo. Ruth Brown canta I Don´t Know y esa voz fuera de este mundo compensa la torpeza de la puesta en escena de este filme. Hasta un dolor lumbar alivia.

Publicado en la revista Arcadia No. 67 (Bogotá, mayo de 2011). Pág. 68
©Publicaciones Semana S.A., 2011

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