5 encuentros con Chris Marker
“Somos huérfanos de Chris Marker”
-Gilles Jacob
En realidad Chris Marker se llamaba Christian François Bouche-Villeneuve, había nacido el 29 de julio de 1921 y murió exactamente 91 años después. Estudió filosofía con Sartre, fue miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial; junto a Resnais, Varda y Robbe-Grillet integró “la orilla izquierda” paralela a la nueva ola francesa, militó en los movimientos radicales de izquierda e hizo del documental su vida. Una existencia difícil de circunscribir, pues Marker fue a la vez escritor, fotógrafo, asistente de dirección, camarógrafo, viajero, autor multimedia y amante de los gatos (hasta escogió a un gato como alter-ego). Sin mencionar que no concedía entrevistas
Lo suyo fue el documental subjetivo, el filme-ensayo o como lo expresó André Bazin, el “ensayo documentado por el filme”. A las imágenes, Marker sumó la palabra, la opinión, la reflexión, la poesía, la ironía. Dejaba así en manos del espectador un filme mucho más complejo que la suma de sus partes. La política, la injusticia, la historia, la memoria, la tecnología y el cine fueron objetos de su mirada intelectual. “Me hubiera gustado vivir en una época pacífica para poderme dedicar a filmar lo que de verdad prefiero, chicas y gatos”, decía. En homenaje a su prolífica obra, van estos cinco momentos de su cine, un recorrido por décadas, imágenes, palabras e ideas.
Las estatuas también mueren (1953)
“Cuando los hombres mueren, se convierten en historia. Una vez que las estatuas mueren, se convierten en arte. Esta botánica de la muerte es lo que llamamos cultura”, nos cuenta el narrador de este documental filmado –y firmado- por Marker y Alain Resnais, cuando la nueva ola francesa aún no existía.
Los treinta minutos de duración de Las estatuas también mueren (Les statues meurent aussi, 1953) no son exactamente sobre el ocaso de las estatuas africanas que yacen en museos franceses, sin que su valor como objetos decorativos llegue a explicar jamás lo que representaron para las sociedades que las crearon. No. Su propósito es político (fue un encargo de la revista y editorial Présence Africaine), su narración editorializa, juzga, critica y comenta con velocidad y agudeza. De un momento a otro pasamos de las estatuas a la denuncia colonialista. África es nuestro laboratorio, como si los blancos fuéramos extraterrestres que quisiéramos hacer experimentos con la población negra, cuya cultura colapsa ante nuestro influjo. Ahora son una marioneta cuyas habilidades deportivas y musicales nos divierten, sin que pensemos en la desnaturalización a la que fueron sometidos.
Tras debutar en el Festival de Cannes en 1953 y ganar el premio Jean Vigo en 1954, este documental fue prohibido en Francia entre 1953 y 1963. Ese año circuló una versión truncada y solo en 1968 pudo verse en su extensión completa. Era demasiado arriesgado y peligroso. Demasiado sincero, podría decirse.
La jetée (1962)
“Nada distingue a los recuerdos de los momentos comunes. Solo más tarde se vuelven memorables por las cicatrices que dejan. Ese rostro iba ser la única imagen de la época de paz que iba a sobrevivir a la guerra”, nos dice el narrador de este filme de ciencia ficción, el único trabajo argumental de Chris Marker. Una historia apocalíptica que narra lo acontecido tras una Tercera Guerra Mundial, que ha desolado todo por la radiación. En los subterráneos de París los vencedores del conflicto hacen experimentos con prisioneros de guerra a los que someten a viajes en el tiempo. Uno de los conejillos de indias tiene la imagen del rostro de una mujer clavado en su memoria desde la infancia, cuando la vio en el aeropuerto de Orly. Ahora vuelve al pasado, ya adulto, para encontrarla, para vivir con ella instantes de felicidad (¿tendré que mencionar que son fugaces?).
Un viaje al futuro le ofrece escapar a ese presente en el que está prisionero, pero él quiere regresar de nuevo al pasado, revivir sus recuerdos, imaginar una vida junto a ella. Las marcas en el tronco de una secoya les hablan del tiempo pasado -y evocan a Vértigo (1958)- y los animales disecados en un museo de historia natural les hablan del tiempo detenido. ¿Y el tiempo recobrado? ¿Qué pasará cuando nuestro protagonista regrese al aeropuerto de Orly en el momento en que la vio por primera vez?
Terry Gilliam se inspiró en La jetée para hacer Doce monos (1995), que no pudo reproducir toda la poesía y el simbolismo que Marker puso en su filme. Por cierto, ¿ya les conté que las imágenes de La jetée son fotos –sí: fijas, inmóviles, detenidas- como si fueran las de una fotonovela?
Le fond de l’air est rouge (1977)
Paris, mayo de 1968. En una entrevista para la televisión le preguntan a Alain Peyrefitte, ministro de educación francés, que piensa hacer ante la situación tensa que se vivía en las calles en ese momento. Y él responde: “Mi intención es decir sí al diálogo constructivo y no a la violencia. Hay que poner fin a la escalada de violencia. Debemos hacerlo todo sin pasión. Debemos recuperar la calma y permitir que todos reflexionemos”. Chris Marker no hace ningún comentario a las declaraciones ilusas de este funcionario. ¿Para qué? Hace largos minutos nos está mostrando la violenta represión policial al movimiento francés del 68 y luego de las palabras de Peyrefitte veremos una París destrozada: autos volcados, piedras, palos, fuego en las calles, heridos, gritos, gente que corre. Imágenes más elocuentes que cualquier declaración. Peyrefitte renunciaría a su cargo el 28 de mayo de ese año.
Esto hace parte de Le fond de l’air est rouge, un documental originalmente de cuatro horas de duración, reeditado en 1993 con una hora menos y dividido en dos partes (“las manos frágiles” y “las manos cortadas”), que traza la historia de los movimientos revolucionarios de los años sesenta y setenta: Vietnam, Cuba, Bolivia, Chile, Francia, Checoslovaquia, México, Irán. Pletórico de testimonios, declaraciones y discursos de quienes estuvieron ahí (Castro, Jorge Semprún, Daniel Cohn-Bendit, Allende), el filme es un enorme lienzo histórico que el propio Marker sintió que debía poner al día y por eso en 1993 lo presentó de nuevo con un epilogo en que se muestra entre escéptico y decepcionado, anotando que ya el enemigo es el terrorismo y no el comunismo. En su última secuencia vemos –metafórico- a un helicóptero en el aire, disparándoles a unos lobos para mantener controlada su población. “El consuelo es que, quince años después, algunos lobos aún sobreviven”, acota Marker.
Sans soleil (1982)
«Él me escribió: “Habría pasado toda mi vida tratando de comprender la función que tiene recordar, que no es lo contrario de olvidar, sino más bien su funda. Nosotros no recordamos, podemos reescribir la memoria como reescribimos la Historia. ¿Cómo puede uno recordar la sed?”»
La receptora de esa carta es Florence Delay, que la lee para nosotros en voz alta. Quien la envía es Sandor Krasna, que también le provee las imágenes que acompañan cada misiva, cada testimonio, cada frase de Sans soleil. ¿Son ella y Sandor creaciones de Chris Marker, que ha inventado todo esto? ¿Es él el autor de esas cartas, que no son más que un juego propuesto para dar vida a un guión de construcción epistolar? Probablemente. Pero eso no importa, eso solo es el trasfondo de un filme tan inclasificable como bellísimo: una bitácora visual de alguien que escribe –y filma- desde África y desde Japón para hablarnos de contrastes, de ritos, de ceremonias, de hallazgos casuales, de sorpresas culturales, de costumbres que no entendemos. Pero, sobre todo, Sans soleil nos habla de la memoria, de los recuerdos, de Vértigo y La jetée. Todo enmarcado en palabras, en frases que a la vez son líricas y contundentes, frases que uno quisiera copiar, llevar consigo, citar cada vez que alguien necesite un poco de luz.
Un día en la vida de Andrei Arsénevich (2000)
“Y la tierra, presente hasta el punto de filmarla de cerca, al nivel de las raíces. ¿Cuántas veces se enfrentan los personajes a la tierra, al lodo, al barro del que fueron hechos, del que parecen no haberse liberado y escogen enterrarse en él?” La pregunta que nos hace la narradora de este filme está haciendo referencia a la relación entre los elementos naturales y el cine de Andrei Tarkovski, el director ruso retratado por Chris Marker en Un día en la vida de Andrei Arsénevich, un documental para la serie de la televisión francesa Cinéma, de notre temps estrenado en el año 2000.
Mezclando imágenes de sus filmes con momentos de los últimos días de la vida de Tarkovski, exiliado en París, Marker traza hilos conductores entre el realizador y su creación, mientras intenta acercarse al sentido de la filmografía de este autor, logrando una excepcional reflexión sobre lo que Tarkovski quería mostrarnos con su cine. “Mi objetivo es poner al cine al mismo nivel que las otras artes”, expresaba el ruso, y Marker nos enseña el tamaño de esa empresa analizando cuidadosamente su técnica, sus temas recurrentes, su devoción al cine. Los directores de cine no le eran ajenos a Marker. En A.K. (1985) nos mostró a Kurosawa en acción y en Le tombeau d’Alexandre (1993) se refiere a la vida de Aleksandr Medvedkin. Pero nunca como acá fue tan analítico y a la vez tan cálido.
Esta es la historia de un adiós y nunca nos lo ocultan. Tarkovski estaba enfermo y desde la cama supervisó el montaje de Sacrificio (1986), su último filme. Luego se fue, a finales de diciembre de 1986. Sus funerales en París se celebraron en la iglesia ortodoxa rusa de la ciudad. La iglesia de San Alexander Nevsky, para ser más precisos. Que ese sea el nombre de una película de Sergei Eisenstein no puede ser casual, ¿verdad?
Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 19/08/12). Págs. 10-11
©El Colombiano, 2012
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