Alambrista en una cuerda muy floja: The Walk, de Robert Zemeckis
Los efectos visuales del cine no son un fin en sí mismo, no pueden serlo. Si una película se apoya exclusivamente en ellos, creyendo que pueden reemplazar o hacer olvidar la narración, comete un error. Error que se viene haciendo cada vez más común en el cine comercial, que cree que con aturdir y saturar los sentidos del espectador es suficiente, descuidando el relato. Sin embargo mi convicción –y no me siento solo en esta apreciación- es que lo qué la película cuenta no puede ser inferior a cómo lo cuenta: debe ser tanto o más importante. El cine es un arte audiovisual dramático y como tal debe darle relevancia a la narración. Lo demás colabora en la experiencia pero no puede desplazar ni menos aplastar al relato.
Esta reflexión, que no es nada novedosa ni está revelando un arcano, viene a cuento frente al estreno de En la cuerda floja (The Walk, 2015), de Robert Zemeckis, un recuento en primera persona de la hazaña del alambrista francés Philippe Petit, que el 7 de agosto de 1974 hizo una caminata entre las terrazas de las dos torres del World Trade Center neoyorquino tras instalar subrepticiamente un alambre la noche previa. El adjetivo que creo que mejor describe a una película como En la cuerda floja es “innecesaria”. Aunque recrear este hecho de tremenda valentía y inaudito equilibrio se antoja muy interesante, ya existe un documental que con todo detalle nos ilustró sobre lo sucedido. Se trata de Man on Wire (2008) dirigido por James Marsh y construido a partir del libro To Reach The Clouds: My High Wire Walk Between The Twin Towers escrito por Petit. El documental ganó el premio Óscar en su categoría y el BAFTA como mejor película británica.
Man on Wire tiene a Philippe Petit hablándole a la cámara y contándonos su historia. Le acompañan los testimonios de su expareja y de varios de sus cómplices en “el golpe” que representó irrumpir en las torres gemelas e instalar un cable entre las terraza de ambas al amparo de la noche. Obviamente hay varias recreaciones de su pasado en París y del plan para subir el equipo técnico necesario hasta la cumbre del WTC. De la caminata en sí misma solo hay fotografías en blanco y negro, no hay registro en video de semejante faena. Probablemente ninguno de los involucrados llevó una cámara para filmar o, si lo hicieron, no le cedieron a James Marsh los derechos de la grabación.
Ahora entra Hollywood. Es como si Robert Zemeckis y el guionista Christopher Browne tras leer el mismo libro (en realidad To Reach The Clouds es la base del guión) y luego de ver Man on Wire se dijeran “Que malas recreaciones hicieron. Mostrémosles lo que es tener un buen armamental de efectos especiales”. Así pues deciden utilizar también el recurso de la primera persona y poner al actor Joseph Gordon-Levitt a hacer las veces de Petit para que nos cuente su vida desde la antorcha de la estatua de la libertad, mientras las torres del WTC se ven al fondo. En la cuerda floja amplia el pasado de Petit e introduce nuevos personajes sin que esto tenga algún fin distinto a rellenar el metraje. Además todo tiene un tono de fábula empalagosa que en nada beneficia a una historia que Man on Wire resumió mejor.
La segunda parte del filme, ya durante “el golpe” en las torres gemelas mejora en intensidad. El trabajo de efectos especiales durante la caminata (en una cinta que además está en 3D y es posible verla en IMAX) nos muestra detalladamente y en ángulos imposibles el impresionante riesgo al que se sometió el alambrista. Sin embargo afectan y merman el suspenso de esta secuencia dos hechos: uno, que tras ver Man on Wire hay un permanente déjà vu sobre lo que nos muestran (“esta película como que ya la vimos”); y dos, que ya sabemos que nuestro protagonista sobrevivió: él mismo está relatando los eventos. Y Zemeckis no es Billy Wilder como para hacer que un muerto sea el narrador de un filme.
Es una lástima que para mostrarnos la recreación de esta caminata no se haya recurrido a una narración más creativa, a elaborar un drama real que nos involucrara. Todo se ve demasiado prefabricado para llegar a ese momento. En la cuerda floja es una secuencia brillantemente ejecutada rodeada por todas partes de un metraje descartable. Hacer una demostración de desarrollo tecnológico no equivale a hacer buen cine.
A Zemeckis, que es experto en falsificaciones –I Wanna Hold Your Hand (1978), Forrest Gump (1994)-, le parece un logro imitar (falsear más bien) la realidad. Pero pese a lo bien reconstruida que está la hazaña de Petit el artificio pesa demasiado: en el fondo siempre fui consciente que al que vi fue un actor llamado Joseph Gordon-Levitt (o probablemente a su doble) y que este jamás se puso en peligro durante el rodaje (lamento no haber experimentado la “suspensión de la incredulidad” imprescindible para el cine de ficción. Tuvo que haber influido el hecho de estar basada la cinta en sucesos reales que un documental reciente me enseñó). Man on Wire contó con menos recursos, pero en cambio nos mostró al hombre que en verdad tuvo el coraje de realizar un acto que ya nadie, ni nunca, va a poder volver a hacer.