Pulsiones irresolutas: Babygirl, de Halina Reijn

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El debut como directora y guionista de la talentosa actriz y novelista neerlandesa Halina Reijn fue Instinto (Instinct, 2019), un drama en el que una psicoterapeuta, Nicoline, se obsesiona con un agresor sexual convicto que se encuentra bajo su subordinación, y que ejerce sobre ella un control emocional que se traslada después a un juego de sumisión, que desnuda las debilidades afectivas y las pulsiones sexuales insatisfechas de esa mujer, que en la pantalla interpreta la gran actriz Carice van Houten. El tercer largometraje de Halina Reijn, Babygirl (2024), es una variación para Hollywood, y para el lucimiento de Nicole Kidman, de las ideas que planteó en Instinto: acá se trata de una mujer que ejerce poder sobre un hombre más joven que ella, pero al que le transfiere voluntariamente dicho poder para que la someta sexualmente, pues en esa sumisión encuentra ella el placer que en su relación matrimonial no encuentra.  

Babygirl (2024)

Nicoline le pregunta a su paciente en la primera consulta que tienen en el reclusorio psiquiátrico donde está internado, “¿Siempre eres tú el que pone las condiciones?”, y eso es exactamente lo que pasa en Babygirl: Romy Mathis (Nicole Kidman), la poderosa CEO de una empresa de logística totalmente automatizada con sede en Nueva York, encuentra en un joven pasante –Samuel (Harris Dickinson)- a un hombre que va a derrumbar sus certezas sociales y a sacar a flote sus necesidades sexuales irresolutas, en las que la sumisión y el masoquismo son indispensables para obtener un placer físico que le es esquivo. Instinto es una película psicológicamente más compleja, hay implícita en ella una relación amor-odio que no deja en paz a la atribulada protagonista, mientras que Babygirl es un filme más explícito desde lo erótico, de mayor cartel y más altos valores de producción, pero no necesariamente por ello más interesante que Instinto. Ambos filmes dialogan entre sí para confrontarnos frente a las necesidades afectivas y sexuales de mujeres empoderadas que no encuentran en sus pares masculinos las respuestas que ellas anhelan y que por ende deben buscarlas en hombres subordinados a ellas, jóvenes que sepan cómo leerlas, que sepan identificar en ellas sus soledades y carencias, y que a la vez disfruten ejerciendo sobre ellas el poder que estas mujeres les han concedido.

Babygirl (2024)

Poder-sumisión, subordinación-control, estas son las variables opuestas de ambas películas, y sin duda la experiencia que Halina Reijn ha adquirido como cineasta es la que le ha permitido ir variando su propuesta temática original hasta hacerla un producto atractivo para Hollywood y para una protagonista como Nicole Kidman, que con 57 años al momento de rodar la película, enfrenta el tener cada vez menos ofertas en una industria como el cine, donde las actrices vienen con fecha de caducidad. Babygirl era la oportunidad de retarse a sí misma, exponiendo en la pantalla su sensualidad y su atractivo físico en un rol donde la actividad sexual en la que se involucra tiene un alto componente de humillación personal, como si se le castigara por el poder y el control que ejerce desde el alto cargo laboral que ostenta. Ese tipo de juegos perversos de seducción sí que sabía manejarlos el maestro Luis Buñuel en su cine, sin tener que recurrir a escenas explicitas o a una banda sonora de música electrónica que por muchos instantes asemeja un gemido sexual como en Babygirl.

Babygirl (2024)

¿Son perversos los requerimientos sexuales de Romy? Hay una escena en la que ella –cubierto su rostro con una sabana como si le diera vergüenza mirarlo- le pide a su marido (que interpreta Antonio Banderas) que hagan durante el sexo algo específico que previamente hemos visto que a ella la satisface físicamente, pero él no entiende lo que su esposa quiere decirle. Esto lo que crea es una barrera entre la pareja, acumulando un rencor que ella va a capitalizar cuando encuentre en Samuel un receptor sin prejuicios para sus inquietudes y urgencias. A él se entrega a sabiendas del riesgo o quizá debido a ese mismo riesgo, pero anhelando quien la complazca sin juzgarla, pues lo que para algunos puede ser una perversión, para otros es simplemente la extensión de las fronteras convencionales de las pulsiones sexuales particulares. Samuel la complace porque el placer que él obtiene es doble: satisface sus impulsos sádicos y a la vez somete en la intimidad a la mujer que en la cotidianidad es una líder todopoderosa.

Babygirl (2024)

Obviamente no voy a revelar detalles del final de un filme que apunta al abismo, derivado del juego arriesgado y obsesivo al que Romy decidió someterse, pero me basta decir que la directora Halina Reijn ha mostrado una comprensible sororidad relacionada con que la satisfacción de las pulsiones sexuales de una mujer hoy en día no tiene por qué conllevar una consecuencia punitiva, sino más bien derivar en un crecimiento personal que le permita expresar con libertad lo que antes debía quedar oculto, irresoluto y por ende traumatizante. Eso ya nunca más.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.          

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