Caudales peligrosos: Lilith, de Robert Rossen
“Recuerdo que tuve la impresión de que había en Rossen, y en su film, algo muy precioso y secreto que no reencontraré nunca más”.
-Jean Seberg
Leamos a Primo Levi en su libro Lilit y otros relatos: “la historia de Eva está escrita y la sabe todo el mundo; mientras que la de Lilit sólo se cuenta oralmente, y por eso la sabe poca gente (bueno, no «la» sino «las», pues son muchas las historias) […] El Señor no sólo los hizo iguales, sino que con la arcilla hizo además una forma única; mejor dicho, un Golem, una forma sin forma. Era una figura con dos espaldas; es decir, el hombre y la mujer ya juntos. Luego los separó de un tajo. […] Adán quiso que Lilit se acostase en el suelo. Lilit no estaba de acuerdo. […] Lilit vive precisamente en el mar Rojo, pero que todas las noches levanta el vuelo, se da una vuelta por el mundo, rompe los cristales de las casas en las que hay niños e intenta sofocarlos. Es menester estar atentos; si logra entrar, se la atrapa debajo de un plato volcado, y ya no puede hacer daño. Otras veces entra en el cuerpo del hombre, y éste queda embrujado”. Lilit según la tradición fue la primera mujer de Adán, no quiso yacer debajo de él y huyó del edén. Es la encarnación de la transgresión, la rebeldia, la mujer devoradora. El cine tiene una Lilith (1964).
Nuestra Lilith entra a su habitación y con gran picardía le cierra la puerta en las narices a su amante, dejándolo afuera. La cámara entonces se centra -con un primer plano que no va a irse- sobre su hermoso rostro y a partir de ahí hay solo miradas, sonrisas y ruidos, ni una palabra. A través de su expresión entendemos que él ha abierto la puerta y entrado a la habitación. Ella está feliz, lo abraza y lo besa, pero se oyen pasos y ruidos afuera. Pueden descubrirlos. Se quedan quietos, esperando. Los pasos se alejan y a ellos vuelve la pasión que contuvieron unos instantes. La escena concluye pero los espectadores quedamos en éxtasis, en el rapture que un psiquiatra que es parte de esta película, utiliza para definir lo que Lilith expresa y proyecta, un éxtasis vital que el director Robert Rossen, en su décimo y último largometraje logra transmitirnos de manera perfecta.
¿Quieren otro ejemplo? Ella y Vincent –así se llama él- caminan cerca a la orilla de un lago y Lilith se mete al agua, se agacha y besa su figura reflejada en la superficie del lago haciéndola desaparecer: “Mírela. Quiere ser como yo. Es preciosa. Mis besos la matan. Es como todas las demás. El amor las destruye”, nos dice. Ahora entra más metros al agua y desaparece entre la niebla, Vincent la llama por su nombre y ella, como una diosa que emerge entre el lago y la neblina aparece súbitamente, dichosa de que él ha dicho su nombre por primera vez.
Robert Rossen expresaba sobre Lilith que “tiene un arrobamiento en torno a ella que es irresistible. Hay algo glorioso en Lilith, y aun así detestamos sus fantasías y las encontramos espantosas. Ella podría ser como un delicado cristal que se ha rajado por el golpe de alguna intolerable revelación… como si hubiera sido destruida a causa de su propia excelencia. Lilith es una de las honrosas heridas del hombre en su lucha por comprender… es una de las heroínas del universo -su más fina partícula y su más noble víctima.”
A él lo interpreta Warren Beatty y a ella Jean Seberg, dos seres bellos. Él es un joven que va a emplearse como terapista ocupacional en un asilo siquiátrico, ella es una paciente ahí recluida. Cuando la película empieza a ella no la vemos de frente, solo sus hombros y su cabeza cuando mira por una ventana enrejada. Es a través de los ojos de Vincent que la vemos por primera vez, cuando la convence para dejar su voluntario aislamiento e ir a un picnic. Es una mujer hermosa, demasiado hermosa para el deteriorado estado mental que se supone es el motivo de su encierro. El contraste de su imagen con la de las demás pacientes es no solo llamativo sino además poco creíble, a menos que Vincent la esté mirando -y con él la cámara del veterano Eugen Schüftan- con ojos enamorados. No parece casual que nadie más del equipo del asilo se relacione o interactúe con ella, solo otros pacientes (que la aceptan como es) y unos niños (que tienen ojos inocentes) son los únicos seres distintos a Vincent a los que ella se acerca. Acaba de reforzar esta idea el hecho de que cuando Vincent empieza a desilusionarse de ella y a sufrir una serie de golpes emocionales –su exnovia, casada con otro, se le ofrece- de repente ya Lilith no luce tan hermosa, se ve vulgar, descuidada, sus ojos no son vivaces, ahora reflejan la locura.
¿Puede ser la locura simplemente infelicidad? -pregunta uno de los pacientes (interpretado por Peter Fonda). Lilith no se ve infeliz, pero su estado mental está alterado. Y eso lo sabe y lo ve Vincent que, sin embargo, no puede evitar caer en sus redes. Hay telarañas en los créditos de este filme y hay telarañas en una exposición que el siquiatra jefe del asilo hace. Él cae en la telaraña de esa mujer, un ser demasiado atractivo y enigmático, una mujer con una sed de sentir que arrastra con lo que sea. “Ella quiere dejar la marca de su deseo en cada criatura viviente”, expresa Lilith de sí misma, hablando en tercera persona, hablando desde afuera de sí. Ahí vive. Obsesionada por el agua, por los caudales, por su reflejo, Lilith es un rompecabezas que empieza en su mente fracturada y se prolonga en su sensualidad andante.
Cualquiera se daría cuenta que meterse con Lilith no conlleva nada bueno, pero Vincent es un ser igualmente perturbado: exveterano de una guerra innominada (¿Corea?) en la que fue herido, ha vuelto a su pueblo para encontrar a su novia casada e insatisfecha. Vincent vive con su abuela, su madre muerta es un recuerdo perenne y obsesivo, no ha conseguido un trabajo estable y según sus propias palabras nunca ha podido hacer lo correcto. En su tiempo libre mira la televisión y toma cerveza encerrado en su habitación. Es un ser tan aislado como Lilith. Quizás por eso se apega tanto a ella, que lo acepta como es, sin preguntas, sin prejuicios, con una libertad irracional que él también anhela. Pero Lilith no quiere ataduras: es araña y mariposa a la vez (ambos símbolos están en la secuencia inicial de créditos) y azuza a Vincent involucrándose en una relación lesbiana con otra paciente, en una escena bastante fuerte para los estándares de la época y que termina con una justificación de Lilith que es de enmarcar: “¿Si descubrieras a tu Dios amando a otros, tanto como te ama a ti, ¿lo odiarías por eso?” Vincent la besa violentamente después de eso. En otra escena seduce a un niño, besándolo y diciéndole quién sabe que secretos al oído mientras Vincent la mira. Es uno de los momentos más perturbadores que he visto jamás en una película. Él ve todo esto y se lanza por el abismo de una pasión enfermiza –el adjetivo la define muy acertadamente- que al principio disfruta, pero después terminará por destruirlo.
Lilith –basada en una novela de J.R. Salamanca- era apenas la tercera película de Rossen después de su obligado exilio europeo, ocasionado por su inclusión en la “lista negra” y por la delación que hizo de una buena cantidad de miembros del partido comunista, lo que terminaría por arruinar su carrera en Hollywood. Sin embargo Lilith sería su último filme, pues una diabetes que lo fue minando progresivamente, asociada a una enigmática afección cutánea y a una enfermedad coronaria, lo mató a los 57 años, el 18 de febrero de 1966. El rodaje fue difícil debido a su salud pero inicialmente tuvo en Warren Beatty un gran apoyo. “Rossen recibió con beneplácito la participación de Beatty en Lilith, tratándolo más como un amigo y colaborador que como un actor bajo contrato. Lo involucró en revisiones del guion y en la selección del reparto” escribe Peter Biskind en su libro Star: How Warren Beatty Seduced America.
Más adelante recoge una declaración de Jean Seberg, en la que anota que “Al principio Rossen y él tenían una relación extrañamente fraternal, muy intima, incluso muy de cómplices. Curiosamente esta relación de intimidad concluyó en el primer día del rodaje y desde ahí no hizo sino deteriorarse más y más”. Al parecer Warren Beatty le expresó a Rossen su inconformidad por la forma en que estaba dirigiendo la película y este lo tomó a mal. El actor amenazó con abandonar el rodaje, pero los productores se lo impidieron. Desde ese momento torpedeó el filme con una actitud pasivo agresiva y exigiéndose al mínimo. Jean Seberg le escribió a un amigo suyo durante la filmación que “el comportamiento de Warren Beatty es increíble. El va a destruir a todos, incluyéndose a él mismo”.
Pese a eso la película pudo concluirse, ser considerada para exhibirse en el Festival de cine de Venecia y estrenarse en octubre de 1964, con anémica respuesta de taquilla: su audacia formal, cercana a la nueva ola francesa y su temática trágica y siquiátrica la hicieron incomprensible para los espectadores. En Europa, por el contrario, tuvo una acogida más cálida. El crítico Jean-André Fieschi escribió de ella que “Lilith es, junto con Vértigo de Hitchcock, la más compleja plasmación en una forma cinematográfica de lo inaccesible e indefinible de la complejidad de la mente humana”. Fue el tiempo el que logró reivindicarla. Lilith le pregunta a Vincent, “¿Crees qué amarme es pecaminoso?”. Y el público norteamericano de los años sesenta pensó que amar este filme realmente era peligroso. Estaban equivocados.
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