El cohete en el ojo: El viaje a la luna, de Georges Méliès

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“¿Méliès? A él le debo todo”.
– David W. Griffith

Albores del siglo XX: todo estaba por inventarse, incluida -si alguno lo duda- hasta la propia gramática del cine. Es entonces cuando Georges Méliès –el artista, el empresario, el prestidigitador, el dibujante- se atrevió a dar un paso intuitivo hacia una dirección inesperada: haría de las películas un espectáculo, un recipiente perfecto para sus trucos, para su inveterada vocación de mago. En sus manos el cine, que apenas empezaba a caminar, nos mostró su capacidad para hacernos soñar, para trasportarnos lejos de la realidad y explorar otros mundos a los que nunca llegaremos, sencillamente porque no existen o porque nuestra frágil humanidad no alcanza para visitarlos. En Méliès se conjuga la suerte del tahúr con la sabiduría nativa de quien ha forjado a pulso su destino. Cuando el cine se dio a conocer públicamente se pensó un asunto inaudito e irracional: ¡Eran imágenes en movimiento! Y, sin embargo, Méliès le daría al cine un relumbre aún mayor, acercándolo a lo sobrenatural, al registro ya no de la realidad en estado puro, sino de los pensamientos, los sueños y los deseos. En eso radica su importancia, de ese tamaño es el calibre de su gloria.

El viaje a la luna (1902)

El viaje a la luna (1902)

El cine llegó a Méliès de manera directa, tocando –literalmente- su puerta. Antoine Lumière había alquilado un estudio fotográfico encima del teatro Robert-Houdin, propiedad de Méliès, y fue él quién lo invitó a la primera exhibición del cinematógrafo de sus hijos. A sus treinta y cuatro años fue testigo de primera mano de un prodigio que le causó una enorme impresión. De inmediato vio las posibilidades que podría tener el cine como espectáculo y le pidió a los Lumière que le vendieran su aparato. Al estos negarse, adquirió en Inglaterra el bioscopo (Teatrografo) de Robert William Paul, que era un aparato parecido, pero mucho más imperfecto que el cinematógrafo. Inicialmente proyectó allí cortometrajes de Edison, como parte de su espectáculo teatral y de variedades, pero pronto lo modificó y le hizo mejoras, desarrollando su propia cámara –el Kinetógrafo- y empezó a rodar películas, por demás convencionales, en las que se documentaba el día a día tal como los Lumière hacían. La originalidad de Méliès empieza cuando, por casualidad, llega al trucaje cinematográfico.

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El viaje a la luna (1902)

Filmaba en la Place de l’Opera cuando súbitamente la cámara se le atascó. Pararon el rodaje, arreglaron rápidamente el desperfecto y siguieron filmando. Más tarde, al proyectar lo filmado, observaron que un bus se convertía en un coche fúnebre y una mujer ocupaba el lugar donde un segundo antes se apreciaba a un hombre. De ese modo, con la técnica de stop-motion, empezaron a incorporar los trucajes a la filmación. Para 1898 declaraba que “Un truco lleva a otro. Ante el éxito de este nuevo estilo, me he puesto a descubrir nuevos procesos y en sucesión he concebido cambios de escena a escena originados por manipulación de la cámara: desapariciones, metamorfosis obtenidas por sobreimpresiones en fondos negros o porciones de la pantalla reservadas para decorados; luego sobreimpresiones en fondos blancos previamente expuestos obtenidos por medio de un dispositivo que no voy a revelar, puesto que los imitadores todavía no han descubierto el secreto completo. Luego vinieron trucos de decapitación, o de duplicación de personajes, de escenas interpretadas todas por el mismo actor… finalmente, al emplear los especiales conocimientos de ilusiones que 25 años en el teatro Robert-Houdin me han dado, introduje en el cine los trucos de la maquinaria, mecánica, óptica, prestidigitación, etc. No dudo en afirmar que en la cinematografía hoy es posible realizar las cosas más imposibles e improbables” (1).

El viaje a la luna (1902)

El viaje a la luna (1902)

Al iniciarse el siglo XX su fama se acrecentaba. En 1901 estrenó filmes como Barba azul (Barbe-bleue), Caperucita roja (Le petit chaperon rouge) y Dislocación extraordinaria (Dislocation mysterieuse). Y en 1902 realizó algunas de sus películas más celebradas, como El hombre de la cabeza de hule (L’homme a la tete de coaoutchouc) y La estatua del diablo (Le diable géant ou le miracle de la madonne), pero sí hay una película que representa a su cine es, sin duda, otra realización de ese mismo año, su filme número 400, El viaje a la luna (Le voyage dans la lune), filmado en mayo. Como antecedente, uno de sus cortos realizados a fines del siglo XIX, mostraba una fantasía lunar llamada La lune a un metre, sin embargo había en su historia orígenes literarios de evidente influjo.

En respuesta a un cuestionario, respondía Méliès a propósito de su filme que “La idea de El viaje a la luna me la dio el libro de Julio Verne, De la tierra a la luna. En este los hombres no pueden llegar hasta la luna, la rodean y regresan a la tierra luego de haber fracasado en su expedición. Así que imaginé, usando el procedimiento de Julio Verne (cañón y cápsula espacial) llegar hasta la luna y componer cierto número de originales y divertidas vistas como de fábula del interior y exterior de la luna, mostrar algunos monstruos selenitas, y añadir uno o dos efectos artísticos (jóvenes representando las estrellas, cometas, etc, efectos de nieve, el fondo del mar, etc)…” (2). La mayoría de las fuentes coinciden en que Verne fue la inspiración para el diseño de la nave viajera y su mecanismo de propulsión, mientras Los primeros hombres en la Luna de H.G. Wells, publicada apenas un año antes, le ayudó a Méliès a crear las aventuras que se suceden en el satélite.

El viaje a la luna (1902)

El viaje a la luna (1902)

El director amalgamó ambas novelas, quitándole la precisión científica de Verne y el comentario social de Wells. El resultante es un filme que es, de algún modo, una sátira bien intencionada que critica a la conservadora comunidad científica de su tiempo. Un club astronómico se reúne para llevar a la luna a un grupo de seis expedicionarios –encabezado por Barbenfouillis (el propio Méliès)- que, dentro de una cápsula espacial, son lanzados por medio de un enorme cañón hacia el satélite, alunizando en uno de sus ojos. Allí, en medio de una geografía muy particular pasan una noche, para encontrar luego a unos curiosos y saltarines selenitas que los hacen prisioneros. Tras una breve lucha logran escapar y regresar a la Tierra amarizando en el océano.

La película está compuesta por treinta lienzos (tableaux) en los cuales se conserva una unidad de acción dentro de una misma unidad espacial. Ante una cámara estática desfilan los personajes, ubicados secuencialmente -según el orden del argumento- en diferentes escenarios. No hay acciones simultáneas en otras locaciones. Se pasa de una escena a otra –de un lienzo a otro- con un corte directo o con un fundido. La cámara conserva siempre su posición, herencia teatral, incluso en el momento en que la cápsula espacial impacta la luna. Para crear la ilusión de movimiento hacia delante de la cápsula, que se podría conseguir moviendo la cámara hacia delante, se recurrió a un proceso inverso, a mover la luna (el rostro de una mujer) hacia el lente de la cámara.

El viaje a la luna (1902)

El viaje a la luna (1902)

Los decorados de cada lienzo son pura fantasía, recreados de una manera muy teatral con cartón y telas pintadas. No se apunta al realismo, sino a un abigarramiento de elementos de índole teatral y cuasi circense. Recordaba Méliès que “La película tuvo un costo de cerca de 10.000 francos, una suma de dinero relativamente grande para la época, debido principalmente a la maquinaria involucrada en el vestuario de cartón y en la ropa usada por los selenitas. Sus armaduras, rostros, pies, todo fue hecho específicamente y, en consecuencia, fue muy caro. Yo mismo hice los modelos en arcilla; las molduras de yeso y los vestidos fueron hechos por un confeccionista de máscaras especiales, acostumbrado a trabajar con papier maché…” (3).

Ante el desprecio de los actores de teatro, que veían en el cine algo bajo, no digno de sus virtudes histriónicas, Méliès tuvo que buscar sus actores en otra parte: “Recuerdo que en El viaje a la luna, la luna (la dama en la luna llena) era Bleinette Bernon, una cantante de music hall, las estrellas eran bailarinas de ballet del Chatelet y los protagonistas Victor André del Théatre de Cluny, Delpierre, Farjaux, Kelm, Brunnet, cantantes de music hall y yo mismo. Los selenitas eran acróbatas del Folies-Bergere” (4). Más tarde, cuando los actores de teatro descubren lo que pueden ganarse con el cine se agolpan ante la oficina del director en busca de empleo.

El viaje a la luna (1902)

El viaje a la luna (1902)

Méliès no consideraba a este filme su mejor trabajo, a pesar del éxito que obtuvo. De las ganancias generadas por la cinta sólo pudo disfrutar de una porción del dinero, pues El viaje a la luna sufrió los embates de la piratería, a pesar de la insistencia del director de colocar el sello de su empresa, Star Films, y la fecha de registro de derechos en cada escena. Un astuto embaucador, Siegmund Lubin borró las marcas y puso en circulación una copia pobremente coloreada a mano. Con el título Un viaje a Marte distribuyó Lubin en Estados Unidos un duplicado ilegal de la película. Relata la historia que Lubin involuntariamente trató de venderle al mismísimo Méliès una copia de su propia cinta. Incluso los técnicos de la Edison robaron una copia y la presentaron en ese país. Fue fácil, pues hasta ese momento las películas de Méliès eran distribuidas en Estados Unidos por la American Mutoscope & Biograph Company, de propiedad de Edison.

Para salvaguardar sus intereses, Méliès abre en una oficina Nueva York en septiembre de 1902, supervisada por su hermano Gastón. A partir de ahí se producirían dos negativos de cada película, uno se quedaría en Francia y el otro sería registrado en Estados Unidos. Eran las épocas de esplendor, que tristemente no durarían. Su técnica narrativa no evolucionó a la par con sus trucos y el estatismo teatral de sus películas terminó por cansar al público. Para Méliès todos estos trucos eran un fin en sí mismo con los cuales buscaba únicamente causar el asombro del espectador, como si fuera magia, pero no pensó –como sí lo hizo D.W. Griffith- en hacer de ellos un recurso narrativo que le permitiera contar historias en términos netamente visuales. Mientras que en 1901 filmó 29 películas, en 1912 sólo realizó cuatro, ninguna de las cuales tuvo éxito.

Georges Méliès en su tienda de juguetes en la estación de tren de Montparnasse

Georges Méliès en su tienda de juguetes en la estación de tren de Montparnasse

Empezaba un rápido declive, que incluiría deudas millonarias a ambos lados del Atlántico, la muerte de su esposa y de su hermano Gastón, el cierre de su oficina en Nueva York, de su teatro, el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, la pérdida de la mayoría de los negativos de sus películas y la total ruina económica. Por fortuna al principio de los años treinta su obra fue redescubierta y Méliès, que sobrevivía tras un puesto de juguetes en la estación de Montparnasse, pudo vivir los últimos años de su vida con tranquilidad y el reconocimiento de propios y extraños. Fallecería el 21 de enero de 1938.

¿Su legado? Un puñado de asombro, de obras donde la imaginación es la reina, donde no hay límites, donde siempre es posible seguir soñando. Y entre esas películas, una, El viaje a la luna, que a más de un siglo de su estreno, todavía sorprende por sus alcances, por su mirada entre ingenua y sugestiva, por su pasmosa capacidad de conmovernos.

Referencias:
1. Georges Méliès, sitio web: The emergency of Trick photography, disponible en:
http://classes.dma.ucla.edu/Spring04/161A/projects/Adam_Fanton/a_3.html, consulta: febrero 2 de 2012
2. Melies on A Trip to the Moon, sitio web: Melies on A Trip to the Moon, disponible en: http://www.geocities.ws/melies61/meliesquote.html, consulta: febrero 2 de 2012
3. Méliès and The New Century, sitio web: Méliès and The New Century, disponible online en:
http://www.classichorror.free-online.co.uk/TML/melies3.htm, consulta: febrero 2 de 2012
4. Ibid.

Publicado originalmente en la Revista Universidad de Antioquia no. 287 (Medellín, enero-marzo /07) págs. 142-144
©Editorial Universidad de Antioquia, 2007

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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