La resurrección de Jack Delroy: El último late night, de Cameron y Colin Cairnes
Las películas suelen beber de otras fuentes fílmicas previas, para a partir de ahí, ofrecer algo novedoso que a su vez rinda tributo a esos vasos nutricios originales. El cine de terror es reciclador experto de fórmulas preconcebidas de éxito, pero pocas veces con resultados a la altura de El último late night (Late Night with the Devil, 2023), de los hermanos australianos Cameron y Colin Cairnes, un filme adscrito al género del “metraje encontrado” (found footage) y que está ambientado en 1977, cuando en Estados Unidos se vivía el “pánico satánico” que dio origen a películas como El bebe de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), El exorcista (The Exorcist, 1973), La profecía (The Omen, 1976) o Carrie (1976) y que generó cientos de denuncias sobre sectas, ritos y posesiones satánicas, fervores ocultistas, secuestros para sacrificios humanos, fenómenos paranormales, mensajes diabólicos codificados en las canciones de rock, y a toda una parafernalia de mitos, libros, testimonios y, sobre todo, paranoia.
El último late night añade algo adicional, un referente asimismo de los años setenta, pero en un campo igual de malsano: el de la lucha inescrupulosa por la sintonía televisiva, tal como nos la mostró Network (1976), pero partiendo de una premisa sin duda enferma: lo que alguien estaría dispuesto a sacrificar en pos de mayores ratings. Así pues el “metraje encontrado” en esta película es el de un show televisivo de media noche, Night Owls, conducido por un locutor de Chicago, Jack Delroy, que para 1977 enfrenta el fracaso de sintonía frente al imbatible Tonight Show de Johnny Carson. Lo que veremos es el episodio emitido el 31 de octubre de 1977 en pleno Halloween, tal como si estuviéramos frente a la cuadrada pantalla de un televisor de esa época y con la calidad visual que existía en esos momentos. El trabajo de producción de la película es muy acertado en ese aspecto, logrando reproducir la estética, el vestuario y el modo de actuar de los participantes de un programa televisivo emitido en vivo.
La película ofrece un contexto sobre Jack Delroy (interpretado por David Dastmalchian), que no voy a revelar acá, pero que explica lo que va a ocurrir cuando lleve a los particulares invitados al programa de esa noche, un grupo de personajes que tiene que hacer que la sintonía levante cabeza sin importar lo que eso implique. Además de los segmentos televisivos, cada vez que el programa va a una pausa vemos el backstage con la inmediatez del tiempo real y la tensión creciente ante lo que está ocurriendo, en medio del caos, frente a las cámaras. Es un acierto del guion que uno de los invitados, Carmichael Haig (Ian Bliss), fuese un veterano hipnotista que ahora es un escéptico de todo lo paranormal, y que busca dar respuestas racionales a eventos que él ve solo como estafas, pues así mantenemos anclados a una explicación lógica frente a lo que observamos en pantalla, por asombroso e inverosímil que parezca, incluyendo la invocación de un demonio menor que aparentemente posee a una adolescente. Sin embargo, Jack Delroy y su productor no van a detenerse ante nada y van empujando el límite de lo paranormal y lo satánico hasta que definitivamente todo se salga de control y no haya como dar explicación a lo inexplicable y a lo terrorífico.
Hay fronteras que es mejor no cruzar sin saber las consecuencias que se deben pagar, y lo que Jack Delroy pretendía que fuese su resurrección mediática termina siendo su condena pública, en medio de una orgia de violencia y sangre que sale al aire, para luego desaparecer durante décadas hasta que alguien encontró el master de esa emisión y –según la propia mitología de este filme- exhibirlo ante nuestros hipnotizados ojos. «Lo que te desconcierta es la naturaleza de mi juego», cantan los Rolling Stones en “Sympathy For The Devil” y eso nos queda claro en la confusión alucinada de Jack Delroy, que confió –con mucha ingenuidad- en el pacto que hizo con alguien que siempre ha sido de poco fiar.
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