Estrategias de depredación: Que el cielo la juzgue, de John M. Stahl

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“Leave her to heaven / And to those thorns that in her bosom lodge / To prick and sting her.”
-William Shakespeare, Hamlet

La película más taquillera de la Twentieth Century-Fox en toda la década de los años cuarenta se estrenó a finales de 1945. En ese momento, en la postguerra inmediata, los filmes bélicos estaban en rápida retirada, reemplazados por los dramas masculinos (incluido el film noir), relacionados con los desajustes personales y sociales asociados con la guerra. Los westerns y los musicales seguían en boga, y además florecieron los romances y las comedias familiares. Sin embargo, a ninguno de estos géneros pertenecía esa película a la que hago mención.

En un mismo lustro las mujeres norteamericanas recibieron dos mensajes contradictorios: el primero –al entrar Estados Unidos a la guerra- fue que era hora de asumir el rol laboral de los hombres, de convertirse en proveedor y en responsable del hogar. Había que tomar una posición dominante y activa. Muchas mujeres disfrutaron de una libertad que nunca antes habían tenido y eso incluía recibir un salario, liderar proyectos, cultivarse profesionalmente. El segundo mensaje –al término de la guerra- fue en sentido opuesto: dejen sus trabajos, vuélvanse dóciles, reciban de nuevo a su pareja o busquen una, conformen un hogar, ayuden a los hombres a superar sus traumas y heridas de guerra, tengan hijos.

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

Por eso en ese momento surgieron en Hollywood los dramas y las comedias protagonizados por mujeres trabajadoras, los cuales seguían tres vertientes: “criticaban los trabajos del pink collar ghetto que les esperaban a la mayoría de las mujeres que seguían en la fuerza laboral, mostrándonos como, invariablemente, trataban de escapar de ahí consiguiendo un marido; retrataban a las mujeres atrapadas entre una vocación profesional y el amor puro; o dramatizaban el precio pagado por las mujeres que sacrificaban el amor y el hogar por una carrera” (1). El mensaje era claro: era hora de volver a casa y conformar un sagrado hogar tal como antes, dejando que los excombatientes asumieran el rol de proveedor. Al mes de haber concluido la Segunda Guerra Mundial, 600.000 mujeres fueron despedidas de sus puestos de trabajo. La cifra subió a dos millones para noviembre de 1946 (2).

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

Los argumentos de ese tipo de filmes mostraban habitualmente a las mujeres como seres sumisos, felices de recuperar a sus antiguas parejas, deseosas del vínculo conyugal, de la maternidad, del florecimiento de una familia. Y aunque el Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945), parece al principio dirigirse en esa dirección, en realidad el filme escapaba a esas convenciones de género, mostrándonos la perspectiva de una mujer absolutamente indescifrable y que exhibía unos rasgos de comportamiento que quizá muchas mujeres condenaban en público, pero que –y eso jamás lo confesarían- en privado aprobaban y compartían. Por eso este filme causó tanto impacto y fue el número uno en taquilla para la Fox en esa década.

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

La protagonista se llama Ellen Berent y muestra todos las características de una mujer empoderada, de una de aquellas mujeres que asumió para sí un rol típicamente masculino (quizá impulsada por un padre al que veneraba) y que quiere seguir aprovechando tales prerrogativas para sus fines: el conquistar a un escritor llamado Richard Harland. No parece difícil tal tarea si a Ellen Berent le da vida una actriz tan hermosa como Gene Tierney, pero a esa belleza física casi insolente, Ellen le suma una actitud impulsiva, competitiva, de “quemar las naves” que sean necesarias para lograr su objetivo romántico. Ella es una chica de la alta sociedad de Boston, caprichosa y voluble, acostumbrada siempre a ganar y a asumir un rol activo en todo lo que emprende. En todo, incluyendo seducir y proponerle matrimonio a Richard Harland (interpretado por Cornel Wilde), a quien conoce en un rancho turístico en Nuevo México. Ellen quiere para sí una relación romántica y sexual idealizada, una relación que excluya otros lazos familiares, hijos incluidos. Un quimérico paraíso solo para dos, donde nadie más quepa; una eterna luna de miel. Eso, precisamente, es lo que no obtiene.

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

Sin tiempo nunca para estar a solas con Richard y con la intromisión permanente de su madre y su hermanastra, así como la de Danny, el hermano lisiado de su esposo, Ellen se va frustrando progresivamente en su intento de tener un hogar “normal” y de reemplazar el amor que sentía por su fallecido padre, por el amor que siente hacia su marido (que incluso se parece físicamente a su progenitor, tal como ella observa desde que se conocieron). Ella va transformando ese sentimiento en algo enfermizo, absolutamente patológico. Pasamos de estar en un drama “de mujeres” en un Technicolor obsceno en su derroche cromático –cortesía del cinematografista Leon Shamroy- a un film noir impredecible y a todo color, donde nuestra protagonista es una atípica femme fatale, una que no está movida por la codicia o el poder, sino por los celos psicopáticos. Esperen lo impensable. Solo recuerden que a ella nada la detiene, así se le vaya la vida en ello. Su frialdad a la hora de ejecutar sus actos responde a una muy calculada estrategia de depredación que no deja cabo suelto alguno y que desde su óptica es la única forma de quedarse con Richard para siempre.

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

El veterano director John M. Stahl era un reconocido director de “películas de mujeres”, como Back Street (1932), Imitation of Life (1934) y Magnificent Obsession (1935), pero en su prolongada carrera nunca se había encontrado con un personaje como Ellen Berent: bella, segura de sí misma y recursiva, pero a la vez obsesiva y sin introspección alguna. Psicológicamente compleja, representa un meteorito en llamas cayendo a un planeta donde la invitación era al conformismo, a la baja autoestima y al sometimiento a las normas sociales imperantes. Ella nunca encajó ni en su familia ni en su matrimonio y por eso se constituye en un personaje muy trasgresor y, por ende, muy atractivo: es víctima de una pasión y un deseo obsesivos, en una época donde tales sentimientos parecían más que inapropiados y era necesario reprimirlos. Ellen no solo no los reprime, sino que los lleva al paroxismo de lo psicótico, ese donde los colores saturados del Technicolor reflejan con justicia el desbordamiento mental de la protagonista. No todas nacieron para someterse a las normas. Ellen fue una de ellas. Y no fue la única, como pudo verse en filmes surgidos en su estela, como The Strange Love of Martha Ivers (1946) y Temptation (1946).

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

La historia de Que el cielo la juzgue tiene un origen literario, la novela Leave Her to Heaven, escrita por Ben Ames Williams, y cuyos derechos de adaptación cinematográfica adquirió Darryl Zanuck, cabeza de la Twentieth Century-Fox, a petición de los directores John M. Stahl y Otto Preminger y el entonces guionista Joseph L. Mankiewicz. La Fox pagó $100.000 dólares por esos derechos cuando aún el texto no había sido publicado. La novela se convirtió en un best seller al publicarse en 1944, con más de un millón de ejemplares vendidos, y al año siguiente la Fox tuvo lista ya la película, que se benefició del éxito del libro.

El director Stahl fue asignado al proyecto y el guion se encomendó a Jo Swerling, que llegó a Hollywood desde Broadway durante el advenimiento del cine sonoro, y ya había hecho dos éxitos para la Fox, el remake de Blood and Sand (1941) y Lifeboat (1944). Zanuck le exigió ceñirse a la novela original, que tenía un marco narrativo que hacía que todos los hechos fueran contados en flashback. También fue enfático en que se puntualizara en lo posesivo de la conducta de Ellen. El guion incluía que ella, estando embarazada, se provocara una caída y tuviera adrede un aborto: esta fue la primera vez desde que el Código de Producción estableció la censura en el cine de Hollywood en 1934, que en una película se permitió mostrar una conducta de este tipo. Los censores indicaron que “será absolutamente esencial eliminar cualquier idea… de que Ellen planea asesinar al niño no nacido simplemente porque le está deformando el cuerpo a ella. Debe establecerse definitivamente que su motivación para asesinar al niño es que cree que el recién nacido la reemplazará en el afecto de su esposo. Esto es importante para evitar la idea que normalmente está relacionado con lo que podría llamarse ‘aborto’”.

Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945)

El papel protagónico se le ofreció a Rita Hayworth, quien lo rechazó. Zanuck tenía en la nómina del estudio a Gene Tierney, que venía de triunfar con Laura (1944) y decidió darle el papel a la actriz. Con ella estarían Cornel Wilde, Jeanne Crain y Vincent Price. El rodaje trascurrió en varias locaciones, tanto en California como en Georgia y Arizona. Hubo mucha luz, la misma que el cinematografista Leon Shamroy necesitaba para hacer más agresivos los colores de la paleta de Technicolor. La filmación no tuvo eventualidades y, como anécdota, Gene Tierney en medio de las tomas de un largo día de rodaje bromeó diciendo “Ahora me estoy poniendo muy nerviosa y cansada, y podría colapsar, costandole al estudio millones de dólares” (3). Decidieron en ese momento dar por concluido el día. En otra oportunidad, rodando la escena en que Ellen le propone súbitamente a Richard Harland que se casen, el actor no reaccionaba adecuadamente. El equipo técnico que presenciaba como la toma se repetía estaba tan impactado con la actuación de ella, que empezaron a aplaudir y a silbar en señal de aprobación. El director Stahl les hizo un gesto con la mano para que se callaran y le dijo al actor Cornel Wilde, “Todos ellos parecen comprender como hay que interpretar la escena. ¿Tú por qué no lo comprendes?” (4).

Que el cielo la juzgue se estrenó el 25 de diciembre de 1945 en Nueva York y Chicago, y en el resto del país al mes siguiente. Obtendría cuatro nominaciones al premio Óscar, incluyendo una para Gene Tierney, la única vez en su carrera en la que obtendría una. Leon Shamroy ganaría la estatuilla por la fotografía del filme, en el que sería el tercer Óscar de su prolongada trayectoria. La película tendría ganancias locales en taquilla por 5.5 millones de dólares, convirtiéndose en un éxito absoluto.

El director John M. Stahl con los dos protagonistas durante el rodaje

Remato este texto con un diálogo del filme entre Ellen y Richard, en ese entonces recién casados y en su nuevo hogar. Ella le ha preparado una cena y ya están a la mesa. Ella le dice:

-Confío que encontrará la sopa a su gusto.
-Es exageradamente modesto llamar a esta sopa manjar de dioses.
-Yo la llamó consomé “a la pachuli”.
-Cuando contrates una cocinera, enséñale la receta.
-No tengo intenciones de contratar cocinera, ama de llaves u otros sirvientes.
-Quieres decir, por ahora.
-Quiero decir, nunca.
-Tonta.
-No quiero que nadie más que yo haga algo por ti. Quiero atender tu casa y lavar tu ropa y cocinar tu comida.
-Una esclava innata.
-Además, no quiero a nadie en esta casa excepto nosotros.
-¿Nunca?
-Nunca.

En un solo diálogo pasamos de la docilidad doméstica –el escenario idealizado para el hogar de la postguerra- a la advertencia categórica que señala cuales son las condiciones que una mujer “que ama demasiado”, como Ellen Berent, va a exigir. Nadie dijo que serían fáciles. Tampoco nadie les dijo a las mujeres que dejaron sus empleos y regresaron a casa, que formar un hogar con un hombre que volvía traumatizado de la guerra, lo sería.

Referencias:
1. Tomas Schatz, Boom and Bust: American Cinema in the 1940s, Berkeley, University of California Press, 1997, p. 373
2. Marcia Landy (Ed.), Imitations of Life: A Reader on Film & Television Melodrama, Detroit, Wayne State University Press, 1991, p. 231
3. Michelle Vogel, Gene Tierney: A Biography, Jefferson, McFarland, 2010, p. 98
4. Gene Tierney, Mickey Herskowitz, Self-Portrait, Wyden Books, 1979, p. 139

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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