Pasa en el cine, pasa en la vida real: Las estrellas de cine nunca mueren, de Paul McGuigan

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Entre los grandes nombres –y grandes roles- que pueblan el reparto de Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952), de Vincente Minnelli, hay uno aparentemente menor y de breve aparición: el de la actriz californiana Gloria Grahame, que ahí interpreta a Rosemary, la esposa del novelista James Lee Bartlow (Dick Powell), un académico pueblerino que terminará seducido por Hollywood y se convertirá en guionista. Rosemary es una mezcla de inocencia y picardía, y es ella la que empuja a su marido a aceptar la propuesta del cine, para luego sufrir el deslumbramiento y el furor por el que atraviesan todos los recién llegados. Ese pequeño papel, finamente gracioso, le dio a Gloria Grahame el único premio Oscar de su carrera, a la mejor actriz de reparto, derrotando ese año, entre otras, a Jean Hagen y a Thelma Ritter.

Era la segunda vez que Gloria participaba en esa categoría, ya antes había competido sin éxito por Crossfire (1947), en un rol más cercano al que su sensibilidad le indicaba: el de la femme fatale del cine negro, como lo muestran sus participaciones en Roughshod (1949), En un lugar solitario (In a Lonely Place, 1950) o Los sobornados (The Big Heat, 1953). Ella era la “chica mala” del film noir, como tituló Robert J. Lentz su texto biográfico sobre Gloria, una actriz cuya carrera en el cine –entre escándalos conyugales, una mala cirugía cosmética y malas elecciones- se fue apagando. Por fortuna para ella la televisión y el teatro la rescataron y en los años setenta participó en producciones teatrales a ambos lados del Atlántico. Falleció el 5 de octubre de 1981 a los 57 años, a consecuencia de un cáncer.

Gloria Grahame y Glenn Ford en Los sobornados (The Big Heat, 1953)

Mientras residía en Londres a finales de los años setenta, Gloria conoció a Peter Turner, un aspirante a actor casi treinta años menor que ella, con quien sostuvo un romance. Peter y su familia fueron además su apoyo en un momento particularmente frágil de su vida, cuando el cáncer que iba a terminar con su existencia la atacó con fuerza. Tras su fallecimiento, Turner escribió unas memorias de su relación con ella y de esos últimos días, tituladas Film Stars Don’t Die in Liverpool y que fueron publicadas originalmente en 1986.

Son estos recuerdos biográficos los que dieron origen a la película inglesa Las estrellas de cine nunca mueren (Film Stars Don’t Die in Liverpool, 2017), de Paul McGuigan, en la que Annette Bening encarna a Gloria Grahame y Jamie Bell a Peter Turner. Situada entre 1979 y 1981, el filme se ciñe al texto de Turner: el punto de vista es el suyo, el de un joven de Liverpool que trata de ganarse la vida en Londres como actor, y cuya vecina resulta ser la veterana actriz de Hollywood Gloria Grahame. La narración va atrás y a adelante en elaborados flashbacks y flashforwards que van desentrañando para nosotros el lazo que une a ambos. Solo en un momento dado la narración tiene el punto de vista de la actriz, recurso útil para completar un relato que aparentemente tenía un cabo suelto.

Las estrellas de cine nunca mueren (Film Stars Don’t Die in Liverpool, 2017)

La Gloria Grahame que Annette Bening interpreta puede que ya tenga su carrera como actriz de cine en el pasado, pero continua siendo una estrella voluble, caprichosa, dependiente y muy temerosa de sentirse vieja o sin vigencia. Quiere seguir siendo el centro de atracción y con su desempeño en las tablas lo logra. Su contacto físico y sentimental con Peter la reverdece y la hace sentir viva. No sentimos que él se esté lucrando de ella, ni ella aprovechándose de él: ambos se entregan a una pasión que desde el exterior puede verse como enfermiza o por lo menos extraña, pero que para ellos funciona como fuente de alegría mutua. Los saltos en el tiempo que el director McGuigan utiliza le sirven para hacer que la historia gane en un bienvenido dramatismo.

Las estrellas de cine nunca mueren (Film Stars Don’t Die in Liverpool, 2017)

Es imposible acercarse a Las estrellas de cine nunca mueren sin pensar en Sunset Boulevard (1950): ambas películas tratan sobre una estrella de cine del pasado que no quiere aceptar que el tiempo la derrotó, y que conoce a un hombre más joven del cual se prenda. Es obvio que la película de Billy Wilder es un clásico absoluto en su mordacidad y conocimiento pleno de los entresijos de la industria del cine, mientras Las estrellas… es mucho más modesta en sus intenciones: lo suyo es el relato –sin cinismos ni desquites- de un encuentro inusual y breve que derivó en una historia de amor que –a diferencia de Sunset Boulevard– ocurrió en la vida real, con una actriz de nombre y apellido auténticos. Parecería que este tipo de cosas solo pasan en las películas, pero esta vez también ocurrió entre nosotros. Por fortuna Peter Turner escribió el libro que permitió que supiéramos como fue el ocaso final de esta mujer.

Y si habíamos olvidado a Gloria Grahame, este filme está acá para recordarnos –si acaso no lo sabíamos- que sencillamente las estrellas de cine nunca mueren.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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