Little, Chiron, Black: Luz de luna, de Barry Jenkins
Solo estamos inmóviles en las fotografías. De resto somos un fluir, hijos del tiempo y víctimas de él, dependientes de nuestra carga genética y del desarrollo de nuestra psiquis, sujetos al impacto de las experiencias personales, la educación que recibimos y la cultura en la que crecimos. Cambiamos, evolucionamos, involucionamos, como sea no estamos quietos. Una nueva destreza física aprendida, una mancha en la piel que ayer no creíamos tener, un olvido súbito, un recuerdo que resurge tras años de ausencia: la vida la construimos con cada cambio, con cada salto hacia delante o hacia atrás que damos. ¿Recuerdas cómo eras en tu niñez? ¿Volverías a ser el adolescente que fuiste? ¿Cuándo te sentiste adulto por primera vez? Tres preguntas que tienen que ver con ser, con haber sido. Tres preguntas que podrían corresponder a cada una de las tres partes de Luz de luna (Moonlight, 2016), el segundo largometraje del director afroamericano Barry Jenkins.
Su película habla del tránsito vital de un hombre, de la niñez a la adultez, con todo lo que eso implica en términos del desarrollo de una personalidad que está mediada en la infancia por su fragilidad física y su tamaño –le apodan Little-, la ausencia de una figura paterna (y la búsqueda de una figura sustituta), una madre nada protectora y la sensación inevitable que experimenta de sentirse diferente a los otros, habitado por unas inquietudes sobre su propio ser que los demás parecen no tener. Es la infancia de un niño desatendido, solitario, temeroso y que no logra entender que es lo que siente sobre sí. Little, además, es negro.
La segunda parte es el cenagoso terreno de una adolescencia marginada y señalada. Chiron –ese es su nombre real- es un joven refugiado en sí mismo, victima de todos, incluida esa madre que no solo abandona sino que además abusa. El matoneo es su compañía permanente, su pasión y su cruz. Pareciera que solo el dolor físico lo salva de la tormenta interna que lo mantiene en un laberinto de contradicciones y sensaciones. Chiron experimenta más cosas de las que puede entender. Es un adolescente, adolece, sufre.
La última parte es la máscara que tapa el rostro verdadero. Es la barrera que impide el dolor, es el uniforme que nos hace igual que los demás. Chiron ahora es Black, el padecimiento y el marginamiento transformados en una coraza protectora, en un tanque de guerra, en lo que sea con tal de encajar, de mimetizarse, de olvidar.
Tres secuencias, una sola vida. Tres actores distintos, tres puestas en escena diferentes, tres ámbitos narrativos. Un único ser como línea conductora de este tríptico, Kevin, un amigo de Chiron desde la infancia. Solidaridad, confusión, reto, deseo, aceptación de sí, castigo, remembranza, paz. Todo eso es Kevin, todo eso ha representado Kevin, así Black pretenda haber enterrado su pasado. Pero hay seres y hay cosas que se fijan indeleblemente en nuestra alma. Y no desaparecen. Y ante ellos nos desnudamos. Y, por fin, nos reconocemos.
Barry Jenkins adaptó el drama teatral no producido, In Moonlight Black Boys Look Blue, escrito en 2003 por Tarell Alvin McCraney y lo convirtió en Luz de luna, una amalgama de las experiencias autobiográficas de McCraney y las suyas. Lo que resultó fue un filme que desafía nuestras expectativas sobre el tema de la diferencia y que hace énfasis en el tiempo, en el efecto del tiempo en nuestras vidas, sea como sanadora amnesia o como fijador de vivencias y recuerdos.
La película tiene una mirada reflexiva, intimista, teñida de carencias y soledad. No es un drama de gran aliento, es la existencia de un hombre que creció a los golpes y que pese a ser una ahora fiera herida, aún tiene el valor de aceptar que necesita afecto, como cuando era un niño. Es que no se puede vivir siempre con una máscara puesta, así dé miedo quitársela.