Mr. Smith Goes to Viena: El vals del emperador, de Billy Wilder
“Mientras menos se diga de esta película, mejor”
-Billy Wilder
«Había acabado de regresar de Alemania y estaba buscando un proyecto que sacara de mi mente las imágenes de esos campos [de concentración]. Tenía esta idea de hacer un musical. Me gusta el drama cuando estoy contento y la comedia cuando estoy triste», recordaba el director. En febrero de 1946, Wilder y Charles Brackett fueron entrevistados por Louella Parsons en un programa radial. Cuando la periodista les preguntó que tenían hacer en mente luego de The Lost Weekend, Brackett respondió: -«Esta vez sólo nos divertiremos. Es una opereta llamada The Emperor Waltz». Y Wilder añadió que «En vez del murciélago y el ratón, tendremos a Bing Crosby y a Joan Fontaine», según cuenta Ed Sikov en su libro sobre Wilder. A pesar del entusiasmo de los guionistas, la verdad es que el proyecto surgió como un compromiso de Wilder con la Paramount, que buscaba una nueva película para una de sus mayores estrellas, el actor y cantante Bing Crosby, una auténtica “máquina” de producir dólares en taquilla. Incluso ya antes los dos guionistas habían contribuido a uno de sus filmes, Rhythm on the River (1939).
La idea de Wilder era recrear su patria, en los años anteriores a su nacimiento, de una forma idealizada y desde la óptica de un representante de ventas norteamericano, Virgil Smith, que viaja a la Austria del emperador Francisco José para venderle un fonógrafo y choca de frente con las costumbres europeas. Era, a la vez, una historia de amor entre el americano y una condesa -Johanna von Stolzenberg-Stolzenberg-, con un curioso paralelo entre este romance y el de los perros de ambos. El vals del emperador (The Emperor Waltz, 1948) surgió parcialmente a partir de un incidente real: un inventor danés hizo una demostración de un aparato de grabación magnética al anciano emperador Francisco José, quien no invirtió en el proyecto, pero cuya voz quedó registrada. Un primer borrador del guion estuvo listo entre marzo y abril, y a principios de mayo de 1946 lo llevaron para aprobación del Código de Producción, que lo rechazó por completo debido a “la ofensiva sugestividad sexual inherente al paralelo entre el cruce de los dos perros y el affaire amoroso de sus respectivos propietarios. Tal idea seria, creemos, enormemente ofensiva a variadas audiencias en todas partes”. Tras acceder a algunas de las demandas, los guionistas tuvieron libertad para hacer el filme tal querían, con modificaciones adicionales que fueron apareciendo a lo largo de los meses.
En la primera página del argumento terminado, sus creadores escribieron unas metas estéticas que pueden servirnos para entender los propósitos originales del filme:
A todos aquellos involucrados en la producción:
1. Esta no es una fantasía, ni una opereta. Es una comedia con algunas canciones sueltas.
2. Nuestro accionar no tiene lugar en Graustark, Flausenthurm, o en cualquier otro reino mítico. Ocurre en Viena, 1901. Debe anclarse a ese tiempo y lugar con buenas y fuertes cadenas de realidad.
3. En el reparto, en las escenografías y en el diseño de vestuario que nadie abra la boca demasiado. Por favor, no exageraciones, no comicidades conscientes.
4. Sólo porqué ocurre en Viena, no dejen que todos hablen como Herman Bing. Y sólo porqué es en Technicolor, no permitamos que el emperador luzca una cazadora amarillo canario y una correa de jockey morada.
Y ahora soldados de la Paramount, hacia la nueva gloria,
Por orden del alto mando,
Brackett y Wilder
Pero a pesar de las buenas intenciones, algo ocurrió e hizo del filme un producto artificial, un vehículo demasiado consciente para beneficio de la carrera de Bing Crosby, quién ganaría ciento veinticinco mil dólares por su participación en el filme. Crosby sentía que era el rey de la Paramount y así quería ser tratado. Incluso andaba con un grupo de personas que rescribían el dialogo de todas sus películas si acaso no era lo suficientemente bueno o adecuado. «Para mí no fue una película muy feliz. Pienso que Crosby estaba más acostumbrado a las películas de la serie Road, con Bob Hope, y él trató a El vals del emperador un poco como eso. Y a mí también. Quiero decir que, para él, yo no era ni Dorothy Lamour», se quejaba Joan Fontaine, la coprotagonista de la película. Doscientos cuarenta y nueve mil dólares pagaría la Paramount a la RKO para poder hacerse a sus servicios. Parte de ese dinero iría al productor David Selznick, para quien la actriz estaba bajo contrato.
Con un presupuesto calculado de dos millones ochocientos setenta y nueve mil dólares, la filmación se realizó en exteriores en el Jasper National Park en Alberta, Canadá. Hasta allá se desplazaron 300 personas como parte del equipo de filmación. El 1 de junio de 1946 se inició la producción, que tomaría un mes en completarse. La lluvia dificultó mucho el rodaje, además el hecho de filmar a color exigió cosas adicionales que fueron encareciendo la película: el technicolor blanqueaba las margaritas, por lo que tuvieron que pintar de azul a cuatrocientas flores. Es más, los caminos los pintaron de ocre. Veinte mil dólares costaron los pinos que hubo que sembrar, pues no se veían suficientes en el bosque y noventa mil dólares costó la construcción de una isla artificial que el argumento exigía. Todo esto hizo que al terminar de rodar en Jasper el presupuesto estuviera completamente fuera de control. Súmese a esto el lujo de los vestuarios que Edith Head diseñaría para Joan Fontaine (y por los que fue nominada al premio Óscar) y comprenderemos que las habladurías de los que vieron despilfarros inexcusables en estos detalles no se hicieron esperar.
El rodaje iba a continuar en estudio en Hollywood, donde se recrearían todos los palacios que aparecen en el filme. Pero allí tampoco las cosas fueron fáciles: Wilder se enfermó, los perros no lograban concentrarse, y Crosby continuaba con una actitud entre demandante y displicente que enrarecía el ambiente: “Bing Crosby operaba para él mismo, no para el grupo o para la película”, admitía Wilder. El 20 de septiembre se terminó el rodaje. El costo final del filme: escandalosos cuatro millones setenta mil doscientos cuarenta y ocho dólares. Incluso ahí no terminarían los problemas: la exhibición preliminar de la película enfrió un poco las relaciones de Wilder con el propio Ernst Lubitsch. Este había venido jugando con la idea de que un perro hiciera de intermediario entre una pareja que está discutiendo. Wilder lo invitó a ver una copia sin editar (rough copy) de la película. Todo iba bien, Lubitsch se veía divertido y entretenido, hasta que aparecen los perros. Entonces se enojó. Le mantenía diciendo le al oído a su esposa a lo largo del metraje, «esa es mi historia, esa es mi historia”, ese hijo de perra se robó mi historia», menciona Ed Sikov.
Wilder odiaba hablar de este filme. Y no es difícil comprender su incomodidad. El vals del emperador, vista dentro del conjunto total de su obra, rompe con su propuesta habitual de puesta en escena (el presente, lo urbano) para dar paso a un ambiente bucólico, donde hay tiempo incluso para que Bing Crosby cante y los personajes bailen, abstraídos de una realidad a donde Wilder les gusta ponerlos. Esa artificialidad inofensiva –llamativa incluso dentro de la obra de un director que creaba mundos artificiales disfrazados de realidad- juega en contra del filme, pero sólo porqué uno sabe quien lo dirige. De otra forma se disfrutaría como una comedia musical sin mayores pretensiones, pero bien hecha, entretenida en muchos momentos y algo pícara. Incluso una de las canciones del filme, A Kiss in Your Eyes -basado en el vals Im Chambre séparée de una opereta de Richard Heuberger- se convirtió en un gran éxito.
¿Carece la película por completo de cualquier “toque” personal de su autor? Por el contrario, hay pizcas del estilo del director diseminados allá y aquí que no dejan de causar alegría: la constante crítica al modo de vida de los estadounidenses, puesta en boca de los nobles que están relatando la historia es inconfundiblemente wilderiana, como lo es la tensión social/sexual que causa la presencia de un americano en Europa (tal como en A Foreign Affair, Stalag 17, One, Two, Three, The Spirit of St Louis, o Avanti!), o la burla a la psiquiatría con el papel cómico de Sig Ruman, pero personalmente mi gag favorito es el del perro del protagonista, que imita brevemente la posición del perro de la RCA Victor – aquella de “la voz del amo”.
«La película no resultó como yo quería, pero no fue error de Crosby, fue mío. Estaba evocando mi infancia en Austria -valses, sombreros tiroleses, crema batida- olvidando lo que vino después. Me hubiera gustado hacer la película como un homenaje a Lubitsch. Pero un tributo a Lubitsch no fue». Relegada al olvido por su propio autor, El vals del emperador es, dentro de sus limitaciones, una película mucho mejor que lo el propio Wilder sinceramente creía. Incluso recuperó en taquilla los altos costos de producción. El hecho de haber sido un encargo, un favor al estudio, le quitó meritos ante sus exigentes ojos, pero no es un producto malogrado. Este filme es un hijo de Wilder y la sangre –lo sabemos- no se traiciona con facilidad.
Publicado en el libro Elogio de lo imperfecto: El cine de Billy Wilder, Medellin, Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p. 39-43
©Editorial Universidad de Antioquia, 2008
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