70 años de El mago de Oz
Un fabuloso año para el cine fue 1939. John Ford presentó La diligencia y El joven Lincoln; Capra hace Mr. Smith Goes to Washington, Lubitsch estrena Ninotchka; en Francia Jean Renoir hará leyenda con La regla del juego, mientras en Hollywood Howard Hawks sorprende con Sólo los ángeles tienen alas. Falta el californiano Victor Fleming (1889-1949), que ese año glorioso estrena dos filmes que se iban a convertir en objeto de culto: Lo que el viento se llevó y El mago de Oz.
El martes 25 de agosto se celebraron 70 años del estreno de esta última cinta, la tercera de las adaptaciones que el cine hacía del texto de L. Frank Baum, The Wonderful Wizard of Oz, publicado en 1900. La Metro-Goldwyn-Mayer había comprado los derechos para el celuloide por cuarenta mil dólares y destinó un presupuesto de dos millones para la realización de una película que contó con 16 escritores, pero cuyo guion sólo se acreditó a tres de ellos, encabezados por Noel Langley; así mismo tuvo la participación “fantasma” de los directores Norman Taurog, Richard Thorpe, George Cukor y King Vidor. Tras un accidentado nombramiento de los actores para los papeles principales (donde se destaca el protagónico asignado a Judy Garland, con apenas 16 años), se dio inicio a un largo rodaje de seis meses, lleno de retos técnicos y dificultades derivadas del enorme aparato de producción.
El resultado no tuvo éxito inicial en taquilla, y apenas empezó a tenerlo cuando la película se comenzó a retransmitir por la televisión en los años cincuenta. En ese momento el público, aturdido por la guerra que impidió que inicialmente disfrutaran el filme, descubrió e inmortalizó el que es hoy un clásico del cine. Un cuento de hadas del siglo XX lleno de magia, símbolos y una mitología propia.
Salman Rushdie en un hermoso ensayo sobre El mago de Oz, afirma que “es un filme cuya fuerza impulsora reside en la insuficiencia de los adultos, incluso de los buenos adultos, para desempeñar su función; es decir hasta qué punto la debilidad de las personas mayores obliga a los niños a hacerse cargo de su destino, lo cual, irónicamente, les permite crecer”. El viaje de Dorothy y su perro Toto, desde la realidad sepia de Kansas hasta los coloridos caminos del mundo de Oz, acompañados del Espantapájaros, el León cobarde y El hombre de Hojalata, es un recorrido de descubrimiento personal, un conocerse por dentro que lleva a esta niña hasta terrenos desconocidos donde probará su valentía, su capacidad de ser leal y ser fiel a sus principios.
Hollywood ponía en práctica su capacidad de fabulación y siete décadas después el sortilegio aún funciona.
Publicado en el Periódico El Tiempo (Bogotá, 03-09-09) pág.1-14
©Casa Editorial El Tiempo, 2009