Aún latiendo: No todo es vigilia, de Hermes Paralluelo
“Vigilia, no lo eres todo. Hay lo más despierto que tú: la mística. Y ensueños entre párpados recogidos”.
-Macedonio Fernández, 1928
Llegué a pensar que ambos ancianos eran fantasmas. Tal era la falta de contacto con otros seres en ese ámbito hospitalario frío en el que deambulan, donde prácticamente no les dirigen la palabra, donde parecen no verlos. Sobre todo fue Felisa la que me dio esa impresión espectral. Ella le habla a su marido Antonio y este no reacciona ante su presencia, como si ella no estuviera ahí. Felisa se le aparece inesperadamente al lado de un tomógrafo donde a él le están practicando un examen, le reclama que a veces no duerma con ella, y recorre con su caminador esos pasillos eternos y solitarios de un hospital que parece no acabarse nunca y no llevarla a ninguna parte, un laberinto donde no logra encontrar a su esposo enfermo, pero sí da con una sala de espera llena de mujeres dormidas. Ahí se sienta ella también a dormitar sin que nadie la advierta. Sin que ella tampoco advierta de lo improbable de la situación.
A Antonio lo vemos acostado en una cama hospitalaria frente a unos ascensores, una imagen casi surreal en lo casi absurdo de esa circunstancia, en la que nadie hay que lo acompañe ni lo lleve. Antonio le cuenta a quien quiera oírlo sus recuerdos de infancia, de la primera vez que fue a Zaragoza, de su oficio como pastor durante la guerra civil, de su padre al que de niño sacaron de un orfanato y que de mayor fue mensajero entre Muniesa y otro pueblo a 24 kilómetros de distancia; sin embargo Antonio parece estar hablando básicamente para sí mismo, como si notara que nadie lo escucha. Pero más que hablando, evocando. “No todo es vigilia la de los ojos abiertos”, como bien decía el argentino Macedonio Fernández. Llega un momento en que tenemos más por recordar que por vivir.
Este segmento de No todo es vigilia habla de despersonalización, de la soledad que esta pareja de ancianos experimenta durante la enfermedad de Antonio, que es tal, que parecieran ser invisibles ante los ojos de un cuerpo médico y de enfermería indiferente y lejano. Supongo que también es una metáfora de lo que les espera si terminan en una casa de retiro para ancianos, donde Antonio ha buscado plaza, para preocupación de Felisa, que no quiere perder su autonomía y su libertad. El primer monólogo que ella le dirige a su marido –y con el que se abre el filme- refleja esos temores, que son mutuos y que van a constituir el núcleo de la segunda parte de este drama, que ocurre en la casa que ambos comparten en la localidad de Muniesa. No, no son fantasmas. Simplemente los trataban como tal en ese hospital.
Al encontrar una notificación de los servicios sociales del pueblo, quizá la aceptación de la solicitud en la casa de retiro, empieza un tira y afloje entre la decisión de Antonio de averiguar de qué se trata y el miedo de Felisa, que va a intentar por todos los medios posibles que su marido no salga. Hay una involuntaria comedia en esa lucha de voluntades, en la que Antonio tampoco hace mucha fuerza por imponerse. Es más, pareciera que busca que Felisa le impida salir de casa. Él también teme que por su vejez los trasladen a una residencia y ya no sean dueños de sí. Además ya hay una simbiosis entre él y ella –la que da una convivencia mutua de 60 años- que es muy difícil de explicar a unos funcionarios que no los conocen.
No todo es vigilia se mueve al ritmo de Felisa y Antonio. Los espera, les tiene paciencia. La cámara se queda fija mientras entran o salen del cuadro. No tiene prisa. Prefiere componer una puesta en escena preciosista en la que ellos encajan sin esfuerzo. Hay toda una intención estética en la fijeza de esos planos, bellamente construidos para el lucimiento de un par de ancianos más bellos aún, representándose a sí mismos, contando su propia historia. Compartiéndola, generosos, para nosotros. Son los abuelos del director catalán Hermes Paralluelo, él único quizá capaz de convertirlos en actores para nuestra admiración y deleite.
No todo es vigilia se estrenó en festivales de cine a finales 2014 y comercialmente debutó en España hace un año. Apenas llega ahora a nuestras pantallas, pese a tener una coproducción colombiana. No es el momento de lamentar la demora, es el momento de dejarse cautivar por esta pausada historia de amor entre una pareja de ancianos que ya no sabe dónde empieza él y donde termina ella, de lo unidos que están, así –testarudos– no lo reconozcan. Solo saben que aún siguen latiendo.