Paraíso perdido… y reclamado: Avatar, de James Cameron

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El advenimiento de las tecnologías digitales de alta definición para el entretenimiento casero está haciendo que el cine se reinvente, buscando atraer a un espectador cada vez más reacio a dejar su hogar y cada vez menos impresionable y conforme con lo que se le ofrece habitualmente. Un filme como Avatar (2009) ejemplifica el uso de las técnicas de tercera dimensión, captura de movimiento e imágenes generadas por computador en pro de la consecución de un espectáculo de entretenimiento de un nivel muy alto y casi imposible de disfrutar en toda su magnitud en un sitio diferente a una sala de cine.

Visualmente, el resultado de esta costosa y dilatada producción es muy logrado y, por ende, difícil de explicar con palabras. La imaginación de sus creadores voló libre y feliz a la hora de diseñar y dar vida a un mundo -Pandora- muy lejano en el tiempo y en el espacio del nuestro, con habitantes nativos, flora, fauna y una cultura e idiosincrasia propias.

Miles de detalles escenográficos embellecen cada escena, particularmente aquellas donde se hace evidente una comunión casi metafísica entre los pobladores de ese planeta y la naturaleza que los circunda. Así mismo, las secuencias de acción -que implican combates aéreos y en tierra- brillan por lo perfectamente ejecutadas. El premio Oscar a mejores efectos visuales está casi que otorgado ya a este filme. El director y guionista canadiense James Cameron corrobora su habilidad a la hora de utilizar a su favor la tecnología disponible más avanzada, tal como Terminator (1984), Aliens (1986) y Titanic (1997) demostraron en su momento, pero su punto débil son las historias que nos cuenta.

Avatar (2009)

Avatar (2009)

Lo que Avatar describe es un violento choque cultural, uno que ciertos westerns (pienso, por ejemplo, en Danza con lobos) y las películas sobre el descubrimiento que hizo Europa de las etnias de otros continentes nos han contado previamente, y donde las culturas nativas sufren un doloroso despojo, ante la ceguera y la ambición de los “conquistadores” (¿se acuerdan de Terrence Malick y El nuevo mundo?), que en este caso se trata de militares terrestres que dan soporte a la búsqueda, por parte de una empresa privada, de un mineral de alto valor comercial que abunda en Pandora.

A la codicia desmedida súmese un soldado infiltrado que terminará -seducido por la exuberancia que allí ve- por hacer suya a la sociedad que prometió minar desde adentro; también añádase el deseo latente de ser alguien diferente, de tener otra identidad que nos libre de ataduras tanto físicas como mentales, y condiméntese con una obvia -pero no por eso menos valiosa- conciencia ecológica, aunada a un mensaje de tolerancia, y con todo esto constrúyase una historia futurista llena de lugares comunes que resuenan en el subconsciente cinéfilo, lo hacen sentir en terrenos conocidos y seguros y le permiten adivinar sin dificultades para dónde va el filme. Es, en últimas, el paraíso perdido por la mezquindad y la voracidad, y a la vez reclamado con dolor por sus reales moradores.

Sin embargo, dejando aparte simplicidades del guion y la mirada ingenua de Cameron, propongo esta vez entregarnos al enorme disfrute sensorial de una película hecha para sorprendernos. Y que lo consigue con creces.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá). 24/12/09 Pág. 1-22
©Casa Editorial El Tiempo, 2009

Avatar poster

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