La pintura siempre inacabada: Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma

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Un hombre es contratado para seguir de cerca a una mujer, para observar sus movimientos. Termina acompañándola, paseando junto a ella, acercándose demasiado a un ser que ignora sus verdaderas intenciones al estar junto a ella. La que describo es la adaptación que Hitchcock encargó de la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, D’Entre Les Morts, para con ella hacer Vértigo (Vertigo, 1958). Una mujer es contratada para observar de cerca a otra mujer. Termina acompañándola, paseando junto a ella, acercándose demasiado a un ser que ignora sus verdaderas intenciones. Es Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019), escrita y dirigida por la realizadora francesa Céline Sciamma. Vértigo transcurre en San Francisco a finales de los años cincuenta del siglo XX, mientras el filme de Sciamma está ambientado en una casona de la costa de la Bretaña francesa en el siglo XVIII. Ambos son relatos de amor.

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019)

La mujer contratada –Marianne- no es una detective: es una pintora, hija de un pintor. Está ahí para hacer un retrato de una mujer que se rehúsa a posar. La tarea de Marianne es observarla tan bien que pueda hacer ese retrato de memoria. La renuente e inadvertida modelo se llama Héloïse y supone que Marianne está ahí como dama de compañía, para estar con ella y acompañarla a caminar por los riscos costeros. Las dos pasean juntas entre el viento marítimo, se acompañan, se miran. La actitud rebelde de Héloïse es un acto de resistencia. Ese retrato va a servir -si el rostro y su cuerpo son aprobados por el pretendiente- para casarla con un acaudalado desconocido de Milán. Su hermana iba a tener ese mismo destino, pero optó por otro acto de resistencia aún más radical.

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019)

“La equidad es una sensación placentera”, dice Héloïse (Adèle Haenel) al hablar de sus días en el convento en el que estaba recluida. A eso aspira ella buscando, como sea, escapar de un matrimonio por conveniencia y a eso aspira Retrato de una mujer en llamas, que nos muestra como Héloïse pasa de ser objeto pasivo de observación por parte de Marianne (la actriz Noémie Merlant), para convertirse ella misma en observadora de quien subrepticiamente la pinta, estableciéndose un vínculo de igualdad en la mirada de ambas: ya no hay una artista y una modelo inmóvil, ahora hay dos mujeres que se observan una a la otra, y en esa observación, se encuentran y se reconocen.

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019)

Esa sororidad se extiende a la criada de la casona, Sophie, una joven con un embarazo no deseado. Las tres se hermanan en el propósito común de ayudarla a abortar. Ya no hay en ese instante barreras de clase: están ahí juntas las tres para apoyarse en un universo donde parece no haber hombres. Y están Marianne y Héloïse para reconocerse primero atraídas entre sí y luego enamoradas. No hay una seductora y una seducida, en este idilio igualitario ambas reaccionaron a la vez, con igual sorpresa y emoción frente a lo que sienten.

Se entregan a un deseo sin nombre, a una pasión desconocida y por eso más atractiva aún, pese a que saben que tienen todo en contra y que una vez terminado el retrato separarán sus rumbos y tendrán que seguir un camino social ya trazado para ellas. Pero ese acto de amor es a la vez un acto político. Privado, sí, pero completamente significativo para ellas, que esa vez pudieron elegir a quien amar, sentirse dueñas de sus decisiones y no sometidas a los deseos esclavizantes y castradores de otros.

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019)

No solo Héloïse es una víctima de su condición y su época: Marianne también lo es. Cuando una caja con sus lienzos se cae al mar ningún hombre le ayuda, puede pintar pero no puede utilizar modelos masculinos, ya tuvo alguna vez que arreglárselas para abortar, y a la hora de exhibir sus pinturas en una exposición colectiva es conveniente que se haga pasar por su padre. Lo que está experimentando, allá aislada de miradas que la juzguen, es una liberación frente a los roles y a los esquemas que se espera asuma como mujer y como artista. Al mostrarnos eso, Retrato de una mujer en llamas se convierte en una celebración, el del placer que produce el autodescubrimiento.

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, 2019)

Pero esta es, así mismo, una película sobre la separación, sobre la memoria y los recuerdos como fuente inagotable e incensurable de gozo. El mito de Orfeo y Eurídice, explícitamente citado y debatido por las protagonistas del filme, se convierte en leitmotiv narrativo, en salvavidas colectivo. ¿Volteó a mirar Orfeo hacia atrás para perpetuar a Eurídice en el recuerdo? ¿Fue un acto de descuido o prisa? ¿O fue Eurídice la que le llamó para que volteara a verla y así en vez de tenerla durante un tiempo finito, la retuviera en su mirada y en su memoria para siempre? La explicación no importa. A eso se aferran, a no olvidarse. Un autorretrato en una página de un libro, una pintura propia, una pintura ajena con un guiño privado, la música de Vivaldi como lazo común… lo que sea con tal de perdurar en la otra, lo que sea con tal de seguir avivando un fuego que jamás va a apagarse mientras vivan, como si tuvieran pendiente concluir un retrato que siempre va a estar inacabado.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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