Un dolor real, de Jesse Eisenberg

El segundo largometraje como director y guionista del actor neoyorquino Jesse Eisenberg, Un dolor real (A Real Pain, 2024), resulta ser un ejercicio de humanismo artístico, pues a partir de un relato sin mayor complicación dramática, donde no hay buenos ni malos, ni secretos que revelar, consigue una obra de profunda hondura humana, con todas las contradicciones que implica retratarnos como somos: frágiles, graciosos, complicados, serios, sensibles, nerviosos… adultos como cualquiera. En esa capacidad de vernos (y de verse) encontró Jesse Eisenberg una enorme fortuna fílmica, fruto de su talento y de su experiencia artística.

La película es el viaje de dos primos hermanos estadounidenses, David y Benji Kaplan (interpretados respectivamente por Eisenberg y Kieran Culkin), que viajan a Polonia a rendir tributo a Dory, su abuela paterna recientemente fallecida, una inmigrante que se salvó de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y que se instaló en Estados Unidos e hizo de ese país su hogar. Los dos hombres desean conocer la patria natal de esa mujer y visitar la casa donde vivió. Por eso se embarcan en lo que Benji llama un “tour polaco geriátrico”, acompañados de una pareja mayor judía, una mujer estadounidense divorciada (interpretada por Jennifer Grey) cuya madre sobrevivió a los campos de concentración, y un ruandés sobreviviente del genocidio y convertido al judaísmo, guiados todos por James, un joven intelectual inglés. Por fortuna no es esta una película “turística” sobre Polonia, si eso estaban pensando con comprensible desazón.

Un dolor real trata de dos personas que se aman como los parientes cercanos que son, pero que conocen y aceptan las diferencias entre ellos. Estos primos de la misma edad han sido criados como hermanos, pero cada uno ha sufrido experiencias diferentes que los han puesto en circunstancias vitales distintas. Sabemos que David tiene una bebé, mientras que Benji refiere que su abuela era la persona más cercana a él y que tras su partida ha sufrido altibajos. Con esa información partimos, pues el propósito de la película es irlos conociendo a lo largo de la visita a Polonia.

Este es un estudio de personalidades opuestas que se llevan bien pese a todo. Benji es “el alma de la fiesta”, carismático, expansivo, solidario, fresco, fácil de llevar y ligeramente abusivo; mientras David es neurótico, tímido, controlador, obsesivo… una suerte del personaje que Woody Allen construyó en sus películas de los años setenta y ochenta, pero sin ser nunca una caricatura. A lo que juega Un dolor real es a mostrarnos lo que subyace a esas personalidades. A que comprendamos el dolor que hay ahí encerrado detrás de esas fachadas. Y eso lo logra con empatía, sin estridencias ni falsas notas, dejando que cada uno de los personajes sea y se exprese, con eso es suficiente. No es fácil lograr esa honestidad y esa transparencia en el cine de ficción y acá lo consigue Jesse Eisenberg con absoluta eficacia.

Respecto al propósito original del viaje, este tiene características autobiográficas pues la abuela de Eisenberg, Doris, era polaca y vivió en su natal Krasnystaw hasta 1938. El director y guionista visitó el lugar con su esposa en 2018 y es la casa que vemos en la película. Los dos primos llegan hasta el lugar y es una suerte de anticlímax, pues no hay nada catártico ni emocionalmente trascendental ahí, no hay una conexión con ese pasado, con ese dolor por el obligado exilio de sus familiares. Algo similar ocurre cuando visitan el campo de concentración de Majdanek. Con ese trasfondo y la pesadumbre que visitar ese sitio implica, nos damos cuenta que la película no hace eco del dolor colectivo, sino del individual. Y así como la ciudad de Lublín estaba asombrosamente cerca al campo de concentración y nadie parecía inquietarse por lo que ahí pasaba, cosas que era mejor incluso no saberlas; muchas veces hay dolores personales que nadie nota, de lo bien camuflados o enmascarados que están o porque están ocultos detrás de las paredes y los muros que levantamos para que pasen inadvertidos y podamos seguir viviendo en medio de los demás. Detrás de esa máscara solidaria o sonriente quizá se oculte un hombre adolorido que se las arregla para seguir subsistiendo a pesar de la adversidad.

No hay imposibles redenciones en Un dolor real, sencillamente no puede haberlas. No hay visitas iluminadoras ni epifanías milagrosas tampoco. Hay aceptación de la diferencia, algo que es a veces tan difícil de reconocer y de brindar. No podemos cambiar al otro, solo podemos darle nuestra comprensión, nuestro afecto y compañía. Y estar ahí presentes, pues hay lazos que superan cualquier diferencia, lazos solidarios que nos hacen humanos.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.
