Siempre nos quedará mañana, de Paola Cortellesi
La actriz italiana Paola Cortellesi debutó como directora con Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani, 2023), un fenomenal éxito que se convirtió en la película más taquillera en Italia en el año de su estreno. Ambientada en 1946, en la postguerra inmediata, y rodada en blanco y negro, parece inicialmente un homenaje al neorrealismo italiano –Roma, ciudad abierta (Roma città aperta) se estrenó en 1945- pero rápidamente el filme se desmarca de esa pesada herencia para adoptar un tono diferente, más libérrimo, subjetivo y personal, hasta por momentos onírico. Esta es la historia semicómica – semitrágica de Delia, un ama de casa romana, casada y madre de tres hijos, que tiene que arreglárselas día a día para subsistir, para sobrevivir en medio de una sociedad paternalista, absolutamente machista, donde solo parece tener el derecho (o mejor, la obligación) de estar callada.
Lo que vemos es su punto de vista, su cotidianidad, los oficios domésticos, los pequeños trabajos que parece realizar casi a escondidas y mal pagados para ayudar al presupuesto familiar que su marido Ivano Santucci (Valerio Mastandrea), parece tener la potestad de manejar y malgastar en juegas y prostitutas. Si Ivano luce caricaturizado en su machismo violento, es porque ese tipo de marido italiano era en sí mismo una caricatura, herencia de siglos de ser los exclusivos proveedores del hogar, perpetuadores de un sentido del honor patriarcal y dueños de un código moral celotípico y misógino, que despreciaba a la mujer y la ponía en el plano de la servidumbre, sin derecho a opinar, a estudiar, a ejercer su libre albedrío. Ivano es una figura temible, ignorante y altiva, un hombre que desfogaba sus frustraciones laborales o profesionales con el saco de boxeo que era Delia (la propia Paola Cortellesi) ante sus ojos.
La directora también caricaturiza a los dos hijos hombres de la pareja –dos diablillos no solo insoportables, sino además procaces- y al padre de Ivano, un anciano altisonante reducido a la cama, quien ha formado a Ivano para ser el macho que es. Paola no tiene compasión con el género masculino, quizá porque los hombres italianos de ese momento tampoco tuvieron compasión ni empatía alguna con las mujeres que constituirán su núcleo familiar. Fueron los victimarios por acción u omisión, y ella quiere que eso lo recordemos. Su mirada tiene compasión por las mujeres protagonistas, Delia, su hija mayor Marcella (Romana Maggiora Vergano) ya casadera, sus amigas y clientes. A todas las une un lazo opresivo que intentan impedir que las ahorque apelando a la solidaridad, a la sororidad callada.
El guion de Siempre nos quedará mañana es episódico y gira alrededor del futuro matrimonio de Marcella con un joven de una familia arribista y colaboracionista, y por ende mejor acomodada económicamente. La película es genial como comedia costumbrista, describiendo la falsa solemnidad de los ritos sociales asociados al compromiso de los jóvenes y al encuentro de ambas familias para formalizarlo. En realidad el tono de comedia se establece de inmediato en el filme, quizá para dulcificar desde la forma fílmica el terrible dolor espiritual y la violencia física a la que es sometida Delia. Ese humor y el uso de elementos no diegéticos como baile y canto en medio de escenas dramáticas o la utilización de canciones en la banda sonora que no corresponden a la época que se está representando, convierten a Siempre nos quedará mañana en una alegoría de la fabulación como escapismo, como bálsamo a las penurias. Pese a la tragedia siempre nos queda la capacidad de soñar, nos recuerda la directora Cortellesi.
Las posibilidades de escape a esa situación personal constituyen una subtrama del filme, una que el guion hábilmente convierte en un macguffin a lo Hitchcock, sencillamente porque como espectadores contemporáneos olvidamos que Delia es una mujer de su tiempo, incapaz de actos heroicos transgresores individuales como los que la película misma aparentemente plantea, para luego introducir un giro final del guion y mostrarnos sus verdaderas intenciones y el valor real de una decisión colectiva que justifica y da sentido a todo lo que vimos en el metraje previo. Alabo profundamente la decisión de la directora, que redondea así un filme con voz de mujer. Corrijo: con una voz no, con un grito al unísono que decía “basta ya”.
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