Theo y la eternidad

Compartir:

Juan Carlos González A.

Publicado en el periódico El Tiempo (02/02/12). Pág. 14 
©Casa Editorial El Tiempo, 2012 

La tragedia se posó sobre el director griego Theo Angelopoulos, muerto el pasado 24 de enero, a los 76 años, a consecuencia de una hemorragia cerebral y otras heridas causadas por la moto de un policía fuera de servicio, que lo atropelló cuando cruzaba un túnel en los suburbios de Atenas. Los paramédicos tardaron 45 minutos en llegar al sitio del accidente. Se ha ido un artista genial, uno de los grandes veteranos. Podríamos decirle, como se afirma en su película El paso suspendido de la cigüeña  (1991), “No olvides que ha llegado la hora de viajar. El viento se llevará tus ojos lejos”.
Pero su mirada se quedará entre nosotros. Nacido en Atenas en 1935, Angelopoulos intentó ser abogado, se graduó de literato en París, ciudad de la que fue expulsado de la escuela de cine en 1963. En Grecia se dedicó a la crítica de cine hasta que el golpe de estado militar de 1967 cerró el periódico donde trabajaba.
Su primera película –La reconstrucción (1970)- fue bien recibida, pero el éxito le sonrió por El viaje de los comediantes (1975), su tercer filme. Un eterno favorito de los grandes festivales de cine, obtuvo el León de Plata en Venecia por Paisaje en la niebla (1988), mientras en Cannes logró el galardón al mejor guión por Viaje a Cythera (1984), luego  fue Gran Premio del Jurado por La mirada de Ulises (1994), para cuatro años después llevarse la  Palma de oro gracias a La eternidad y un día (1998). Deja inconclusa una trilogía fílmica que empezó con Eleni (2004) y siguió con El polvo del tiempo (2008).
Angelopoulos fue un autor con una idea muy intelectual del cine. Sus largometrajes son alegorías donde el tiempo, la memoria, la poesía, la historia y la política son temas recurrentes de unas narraciones exigentes que son regresos, senderos, búsquedas, preguntas no respondidas, anhelos de trascender, silencios, noches. Su cine es el de las fronteras, tanto territoriales como personales; sus filmes hablan de refugiados, del exilio, del dolor de estar solos y sin brújula. Maestro del plano secuencia, a sus tomas largas y casi estáticas no llegan los personajes: la cámara los busca desplazándose lateralmente, en un ejercicio juicioso y paciente.

En La eternidad y un día, Anna dice, “Mar adentro viaja tu isla. Una de tus camisas ondea al viento. Tú, protegido en la penumbra de una habitación, saqueado por las voces de la noche. Te miro con los ojos cerrados. Te oigo con los oídos tapados”.  Te seguiremos mirando y oyendo, maestro Theo, investido ya de eternidad

Compartir: