Tema del traidor y del héroe: Elia Kazan, 1909-2003
“Mi nombre es Elia Kazan. Soy griego de sangre, turco de nacimiento y americano porqué mi tío hizo una travesía”, decía. Los contrastes y las divergencias atravesaron la vida y la obra de este autor, debatiéndose entre dos continentes, entre el teatro y el cine, entre este y la literatura. Fue traidor y fue héroe, padeció el desprecio de sus semejantes y vivió también la gloria de los premios y las estatuillas doradas.
Es cierto, Kazan delató a algunos de sus compañeros del Group Theatre ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado de los Estados Unidos en 1952. Estaba ese país en plena “cacería de brujas” y Kazan se convertiría en el más prestigioso de los testigos colaboracionistas. Las consecuencias de ese acto lo perseguirían hasta el fin de sus días: es recordada la tensión que se vivió en el Dorothy Chandler Pavillion cuando la Academia de Hollywood le concedió un Oscar honorífico por la totalidad de su carrera en 1999 y muchos de los asistentes al acto permanecieron en sus asientos como símbolo de su inconformidad ante la distinción que se le hacía. Tenía ya 89 años de edad.
No se arrepintió nunca de su testimonio, pero sí lamentó el daño personal que había hecho a aquellos a quien delató, condenados al ostracismo social y laboral en esos tiempos de radicalismo político. Kazan continuó su labor en las tablas y en el cine, arrastrando una sombra que -sin embargo- no le impidió brillar como autor. Cofundador del Actor´s Studio, fue siempre un excelso director de actores y tuvo la fortuna de descubrir para el cine a intérpretes como Marlon Brando, James Dean, Warren Beatty y Lee Remick, que hicieron a sus órdenes algunos de los papeles más logrados de sus carreras.
¿Quién podría negar la fuerza de Brando como Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo? ¿O la atractiva mezcla de desparpajo y desolación de James Dean en Al este del paraíso? Kazan sacaba de ellos una intensidad dramática que contagiaba a un manojo de filmes que en sus manos se transformaban en clásicos absolutos: La barrera invisible, Nido de ratas, Pánico en las calles, Esplendor en la hierba, y la autobiográfica América, América. Estuvo activo hasta 1976 cuando dirigió a De Niro en El último magnate. Kazan decía en una entrevista en 1970 que “Pienso que cuando usted simplemente escribe un guion y luego lo fotografía de manera mecánica, eso es desde el punto de vista económico lo más práctico y le ahorra mucho dinero, pero pienso que a menudo es un mal negocio. El proceso de rodar una película debe ser creativo, no solo registrar lo que ya previamente se ha determinado antes de que el rodaje empiece”
Acusadas de ser excesivamente teatrales, sus películas son retratos exaltados de gente del común en situaciones excepcionales, enfrentadas a juegos de poder, deseo, represión y prejuicios. Es la obra que nos dejó un hombre que fue frágil y que ya la historia ha juzgado. Queda su cine y ese nos espera, listo a contagiarnos de sus bondades. No esperemos más para descubrirlo.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (17/09/09) pág. 1-16
©Casa Editorial El Tiempo, 2009
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.