Mente maestra, de Kelly Reichardt

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Kelly Reichardt siempre ha hecho un cine personal, íntimo, artesanal en su independencia. Pero en esta ocasión ha dado un giro: Mente maestra (The Mastermind, 2025) es su homenaje explícito al Nuevo Hollywood. Con su textura ocre y amarillenta, la película no parece ambientada en los años setenta: parece provenir de ellos, como un found footage restaurado, como el hallazgo de un largometraje inédito de Arthur Penn, Robert Altman o Hal Ashby, fotografiado por Gordon Willis o Vilmos Zsigmond y banda sonora que podría haber sido interpretada en directo por Miles Davis o Bill Evans. De ese grado de autenticidad es la puesta en escena que Reichardt nos regala.

Mente maestra (The Mastermind, 2025)

La película, ambientada en 1970, cuando la guerra de Vietnam definía la vida cotidiana, muestra cómo ese conflicto se filtra en el aire del país como espíritu oficiante y sofocante: se escucha en la radio, se ve en la televisión, ocupa los titulares de la prensa y agita las protestas en las calles. Pero Reichardt no filma el estruendo, sino los márgenes: pese a la omnipresencia, en realidad la guerra es un ruido de fondo en una sociedad que parece seguir su curso sin comprender hacia dónde va. La directora ha descrito esa época como “la neblina del final de los sesenta”: era un país a medio camino entre la desilusión y el espejismo de prosperidad.

Mente maestra (The Mastermind, 2025)

El protagonista, James B. Mooney (interpretado por Josh O’Connor) es ebanista y padre de familia, un hombre sostenido por una estabilidad tan precaria como su ánimo. Vive con Terri (Alana Haim) y sus hijos en una casa suburbana en Framingham. No aspira a más: se mantiene atrapado entre el tedio y la resignación. Su esposa lo sostiene, su madre le presta dinero para proyectos ilusorios. Lo que no encuentra en su vida lo busca en la ilusión de un golpe perfecto. Decide ser el supuesto “cerebro” —la ironía del título del filme es evidente— de un robo de obras de arte planeado con un par de amigos fracasados. El hecho, inspirado en un robo real de 1972 en el Museo de Worcester, está condenado desde el principio. Lo importante no es el crimen, sino el estado psicológico del protagonista: un hombre que no sabe qué desea, pero que siente que merece algo más. “Deberíamos preguntarnos por qué queremos las cosas que queremos”, dijo Reichardt en entrevista con Michael Frank (The Film Stage, 21 de octubre de 2025). Esa frase atraviesa toda su filmografía y aquí se vuelve el centro del relato.

Mente maestra (The Mastermind, 2025)

James no es un delincuente, sino un desorientado. Desertó de la escuela de arte y por eso reconoce el valor —más simbólico que material— de las pinturas que planea robar: cuatro obras de Arthur Dove. Reichardt describe el museo con minuciosidad arqueológica: pasillos silenciosos, guardias somnolientos, adolescentes aburridos, jubilados que matan el tiempo frente a los cuadros. “Me gustaba la idea de que las pinturas de Dove pudieran parecer valiosas para una persona, mientras que otra —alguien como el padre de Mooney— tal vez no lo vea así”, explica la directora. En esa diferencia de mirada, entre lo que se contempla y se desea versus lo que se ignora, la película encuentra una inesperada riqueza emocional. La música de Rob Mazurek —una magnífica banda sonora de jazz— acompaña esa reflexión interior. Esos acordes subrayan la incertidumbre de James: parecen flotar en el aire, suspendidos, como los pensamientos de un hombre que no logra entender qué lo mueve. Es una música que recuerda desde lo sonoro a  The Friends of Eddie Coyle (1973), Taxi Driver (1976) y a The Long Goodbye (1973), entroncando a Mente maestra con ese pasado al que quiere rendir tributo.  La fotografía, con su luz amarillenta y su pátina color tabaco, completa esa sensación de tiempo pretérito. Para esa paleta de colores Reichardt confesó haberse inspirado en el trabajo de Robby Müller para El amigo americano (Der amerikanische Freund, 1977) de Wim Wenders y en las fotografías urbanas de William Eggleston y de Stephen Shore, logrando la textura de una película que no parece filmada en el presente, sino encontrada, revelada para nosotros después de décadas.

Mente maestra (The Mastermind, 2025)

Lo que empieza como una historia criminal se transforma en un estudio de carácter disfrazado de road movie existencialista. El protagonista no roba por codicia ni revancha, sino por impulso, guiado por una especie de desconexión con el mundo que lo rodea (al final eso va a pasarle una dura cuenta de cobro). Esa ceguera es la que la película observa primero con compasión y al final con ironía. Kelly Reichardt define su película como “una historia sobre desmoronarse”. El robo ocurre en la primera media hora, y lo que sigue es el derrumbe de lo que alguna vez fue un plan. “Cuando tienes una trama, hay huellas que seguir. Pero cuando te sales de ella y detienes la historia para dejar que el público mire y observe, eso puede generar su propia tensión. Me gusta filmar las partes que en otras películas suelen cortarse.” Reichardt filma lo que queda después de la acción: el vacío, la pausa, la vida que persiste sin dirección.

Mente maestra (The Mastermind, 2025)

Aunque ambientada hace más de medio siglo, la película habla del presente. “Estados Unidos está en una zanja ahora mismo, pero tal vez salgamos de ella. Mientras tanto, tenemos el cine”, ha dicho. En ese espejo retrovisor de 1970 resuena la desazón contemporánea: una sociedad que ya no sabe para dónde va ni qué desea. Reichardt ha conseguido filmar una película de los años setenta en pleno 2025, no como imitación sino como reinterpretación. No es sobre un robo, sino sobre lo que sucede cuando no se sabe qué se busca.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. 

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