Noviembre, de Tomás Corredor

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Lo ocurrido en el Palacio de Justicia en Bogotá durante la toma que el grupo guerrillero M-19 hizo entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985 es parte de la herida sin cicatrizar de la historia de Colombia. El asalto institucional perpetrado por este grupo armado, la toma de rehenes civiles, la desmesurada reacción del ejército y el saldo trágico –desaparecidos incluidos- son elementos de una tragedia llena de víctimas por todos los costados. Lo sucedido ahí, más allá de las decisiones judiciales ya conocidas, ha servido para ensayos, novelas, documentales y filmes, un acervo artístico que sirve de agudo recordatorio –para algunos, incómodo–  en una nación que tiende a la amnesia colectiva (y selectiva). Basándose en algunas de las obras testimoniales previas y tras la lectura de los folios judiciales, el director y guionista Tomás Corredor realizó Noviembre (2025), una obra de ficción que recrea lo que pasó al interior del Palacio de Justicia, más específicamente en uno de los baños del recinto.

Noviembre (2025)

Dado que no hay registros visuales de lo que se vivió dentro del Palacio durante la toma, es posible hacer una recreación que suponga –a partir de los testimonios de los que ahí estuvieron- lo que allí ocurrió. Más que pretender verosimilitud en los hechos, el ejercicio dramático del filme apunta a capturar la atmósfera opresiva y tensa de esa única locación. Circunscribir el metraje a un solo lugar cerrado –alternando con imágenes de archivo de la contraofensiva del Ejército- le da a la película un aire teatral, aliviado por los encuadres utilizados y por un montaje que transmite la zozobra de ignorar qué está pasando fuera de los confines del baño. Cuando un nuevo personaje entra a escena trae noticias fragmentadas que van sumando angustia y nada de claridad al grupo humano –guerrilleros y rehenes– ahí confinado. Es curiosa una dinámica dramática que se repite varias veces: cuando un personaje está a punto de salir del baño, de inmediato se lo impiden otros que entran casi en estampida trayendo heridos, muertos o reportes. Están imposibilitados de salir de allí, esa es su maldición, así como lo estaban los personajes de El ángel exterminador (1962), del maestro Buñuel.

Noviembre (2025)

Como la película se abre in media res, en medio de un caos ya desatado, no tenemos oportunidad de conocer a la mayoría de los personajes, y eso contribuye a la confusión –deliberada– de la puesta en escena. Al hacer un filme coral, donde pocos tienen nombre o alias, el director evitó glorificar a alguno, hacerlo un imposible héroe en un contexto donde lo que hubo fue miedo, ansiedad, dolor, improvisación, gritos, desesperación y oscuridad. Este efecto de distanciamiento con el espectador es una neutralidad buscada por el guion. La imagen que la película muestra del ejército, como fuerza que busca recuperar el edificio a cualquier costo, proviene del material de archivo que el país ha visto una y otra vez durante décadas. El interés dramático de Noviembre se concentra en los que estaban cercados por los militares y policías, y exclusivamente en lo que rehenes y guerrilleros eran capaces de oír y de ver, no en las motivaciones de la fuerza pública fuera del edificio.

Noviembre (2025)

La película funciona muy bien como ejercicio de puesta en escena restringida a una sola locación. Logra desprenderse de su acento teatral, transmite claustrofobia, peligro y tensión derivada de un enemigo invisible para sus protagonistas, pero lo mejor es que nos recuerda a escala humana lo que ocurrió. No es el fresco histórico monumental que otros han pretendido hacer, es la constatación de que lo que ahí pasó, más allá de lo simbólico en juego para cada bando en contienda, fue un encierro donde se desdibujaron los límites entre víctima y victimario. Noviembre busca así devolverle cuerpo, latidos y respiración a una historia que el país ha preferido relegar al expediente judicial o al mito televisivo, cuando no a olvidarlo ya del todo. En su economía de recursos, la película logra algo que muchos relatos sobre el Palacio de Justicia no han conseguido: que el espectador sienta el peso del miedo a morir. En ese baño sellado, Tomás Corredor condensa la imposibilidad de una salida colectiva, la verdadera tragedia de un país que sigue atrapado dentro de su eterno laberinto de odios.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.           

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