El arte de criar cuervos: Tenemos que hablar de Kevin, de Lynne Ramsay

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El rojo es el color que define a Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011): los tomates, la pintura, la luz, la mermelada, el esmalte de las uñas, una lámpara, un vestido y, claro, la sangre. Hay entonces una alegoría cromática que nos pone alerta y nos previene sobre lo que puede pasar acá. Además hay continuos y momentáneos flashbacks que nos cuentan que algo realmente muy malo ocurrió. Toda la película nos prepara para atestiguar ese momento, por fortuna tan bien manejado como los demás sucesos que acontecen en esta historia. La mayoría de esos eventos ocurren fuera de campo, sin que los veamos, sin que seamos testigos involuntarios. Tenemos que hablar de Kevin prefiere incomodarnos antes que asustarnos, opta por la sugerencia antes que por los actos explícitos, eleva el conflicto a una lucha de voluntades antes que a un combate de cuerpos. Y eso se le agradece.

Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011), de Lynne Ramsay

Sobre todo por qué esta película habla de los orígenes -¿genéticos?, ¿adquiridos?- de un psicópata, pero no desde la perspectiva del futuro criminal (lo que la obligaría a ser más gráfica y cruel), sino desde el punto de vista de su madre, una mujer que no entiende por qué su hijo parece odiarla desde que nació. Eva Khatchadourian (Tilda Swinton en un rol magnífico) es su nombre, y la película se queda corta en contarnos de su vida pasada como trotamundos y escritora de viajes. Nos da pistas para completar su imagen, pero ese retrato completo hubiera sido muy importante verlo, pues ante el nacimiento de Kevin, Eva asume la maternidad añorando su vida previa frente a la conducta irracional de su hijo. Hay una tensión permanente entre su amor de madre y el rechazo que Kevin siente por ella. La película es la descripción de esa tensión callada (Kevin es un niño normal a los ojos de su esposo, Eva no parece tener familiares o amigos en quien apoyarse para la crianza) entre madre e hijo. La expresión simultáneamente asombrada, defraudada, asustada y adolorida de Eva, contrasta con la mirada implacable de Kevin. Si esta fuera una película de terror sabríamos donde ha depositado el demonio su semilla.

Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011), de Lynne Ramsay

Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011), de Lynne Ramsay

Pero no. No es esta una actualización de La profecía (The Omen, 1976), sino el relato de las consecuencias de una problemática familiar llevada al extremo de lo enfermizo. Llamativamente Tenemos que hablar de Kevin encierra en su propio nombre parte del nudo dramático. Aunque Kevin es “el contexto” de la problemática (como él mismo lo afirma), la verdad es que casi no se habla de Kevin: ¿Dónde están los profesores del colegio para advertir de su conducta? ¿Por qué esta familia no recurre a ayuda especializada? ¿Por qué afrontan este dolor solos y tan pasivamente, por qué no hablan de Kevin con alguien? Cuando la tragedia se abata muchos saldrán a decir que sabían que eso iba a pasar, pero ¿por qué no hablan ahora?

Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011), de Lynne Ramsay

Un lector de este artículo que tenga un hijo que padezca de estos rasgos de personalidad puede sentir que esas preguntas lo tocan. Eso se debe a que la directora escocesa Lynne Ramsay quiso adaptar la novela de Lionel Shriver con la intención de servir de reflejo, de aviso metros antes del abismo. Pero no se preocupen, no estamos ante un sermón filmado, estamos ante una película de suspenso concebido alrededor de un tema que algunas familias viven y no aceptan, o que –simplemente- padecen resignadamente los abusos de ese psicópata que se crió entre ellos, cuervo dispuesto a sacarles los ojos de la manera más dolorosa posible.

Publicado en la revista Arcadia No. 82 (Bogotá, julio-agosto/12). Pág. 36
©Publicaciones Semana, S.A.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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