Ser un hombre como cualquier otro: Yo, tambíen, de Álvaro Pastor y Antonio Naharro

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Yo, también tengo derecho, puedo enamorarme, siento, deseo, cuento, quiero formar parte de vosotros, del mundo. Soy diferente, como todos, y a la vez pertenezco a vosotros. Yo también deseo amar”, explican los directores Álvaro Pastor y Antonio Naharro en una entrevista. Su película desde el título habla de inclusión, del derecho a pertenecer a una sociedad que tradicionalmente -por prejuicios, por miedo, por ignorancia- da la espalda a las personas con discapacidad física y mental echándolos a un lado, negándoles su humanidad.

Incluso el cine ha hecho lo mismo y cuando debe representar a una persona con un padecimiento de este tipo opta mejor por disfrazar a uno de sus actores de moda, así (supongo que eso será lo que piensan) se facilita el rodaje, ganan tiempo y aseguran premios. Aunque las historias de estas personas siguen por contarse, vienen lentamente apareciendo ejemplos dignos: recuerdo una película de Jaco Van Dormael, El octavo día (Le huitième jour, 1996), interpretada por un actor belga, Pascal Duquenne, que tiene el síndrome de Down. Su maravillosa actuación confirmó que si era posible darles un rol protagónico y no reducirlos a papeles secundarios. Ahora los codirectores Pastor y Naharro se toparon con la vida de Pablo Pineda -34 años, sevillano- que fue el primer europeo con Down en lograr un título universitario, en Magisterio y Psicopedagogía, y a partir de este caso excepcional decidieron contar una historia de amor y superación. Recurren a Pablo, pero no para exponer su vida, sino para aprovechar su inteligencia al servicio de una ficción.

Pablo en la película es Daniel, pero sabemos que la línea entre la vida real y la actuación tiene que ser tenue. Es sorprendente verlo hablar, exponer sus ideas, relacionarse con los demás, trabajar, desear, soñar. En el fondo –y esa es la lección- es un hombre como cualquier otro, con necesidades, con ganas, con el corazón roto. En esa exposición la película triunfa, al darle voz y corporalidad a quienes no la han tenido, contando con un vocero que, como Pablo, acepta su condición, pero no le deja que le imponga barrera alguna. Los realizadores de Yo, también saben que su caso no es la norma y por eso incluyen una pareja –Luisa y Pedro- con un desarrollo intelectual menos brillante, pero no por eso con menos intenciones de sentir y expresar su individualidad.

Pastor y Naharo sabían que pisaban un terreno en exceso sensible y resbaladizo y optaron por la cautela, el respeto y la sensibilidad. En vez del riesgo y la crítica prefirieron el testimonio de vida y la anécdota que nos abra los ojos. Para darle un tono menos complaciente al filme contaron, por fortuna, con una actriz como Lola Dueñas. Una de las musas de Almodóvar (Hable con ella, Volver), ha probado que es capaz de asumir cualquier papel y el de Laura no era menos reto: ella es la prueba que la anormalidad a veces no es asunto de genes, sino también de oportunidades y mala suerte, como es su caso. La relación con Daniel le permite hacer una pausa y recuperar su maltrecha dignidad. Sus galardón en San Sebastián y el premio Goya este año hablan de su compromiso con un papel exigente, al que ella llenó de áspera ternura.

En una escena de la película, la madre de Daniel -al verlo sufrir por Laura- le pide perdón por haberlo estimulado a ser lo que él es, a alcanzar sus metas sin temor, a arriesgarse a sentir. Él la mira: sus ojos tristes, pero abiertos al mundo, saben que no tiene que perdonarle nada.

Publicado en la revista Arcadia No.56 (Bogotá, mayo de 2010). Pág.44
©Publicaciones Semana S.A., 2010

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