Sin palabras: Fahrenheit 451, de François Truffaut
-“Pero tómeme la palabra, Montag. No hay nada que descubrir. ¡Los libros no tienen nada que decir! Mire, todas éstas son novelas. Acerca de personas que nunca existieron. La gente las lee y se siente infeliz con su propia vida. Le provoca querer vivir de formas que nunca podrían ser en la realidad”- le dice el Capitán del cuerpo de bomberos a Montag, uno de sus hombres, ante una biblioteca secreta que acaban de descubrir. Su misión entonces es quemar los libros, que no son nada distinto a fuente de infelicidad, insatisfacción y desigualdad.
-“Como verá, Montag, no funciona. Todos tenemos que ser iguales. La única forma de ser felices es sí todos somos iguales. Por lo tanto tenemos que quemar los libros” –continua el Capitán.
Es el mundo de Fahrenheit 451 (1966), la película de François Truffaut inspirada en la novela homónima de Ray Bradbury, publicada en 1953. En la sociedad distópica que el autor norteamericano describió, los libros están prohibidos, así como toda palabra escrita, y los lectores son perseguidos. Los bomberos no apagan incendios, los generan prendiendo fuego a los libros que queman. Truffaut, que era un enamorado de los libros, supo por primera vez de la novela en agosto de 1960. Se interesó de inmediato en el relato, pero solo fue hasta febrero de 1962 cuando se puso en contacto con el escritor. La compañía de Truffaut, Les films du Carrosse, compró los derechos del libro en cuarenta mil dólares a mediados de ese año.
Tras un par de reescrituras y sendos cambios de guionistas, Truffaut y el actor Jean-Louis Richard (ex marido de Jeanne Moreau) tuvieron listo el guión en marzo del año siguiente, pero una nueva versión del guión apareció en el otoño, esta vez escrita junto a Claude de Givray. Sin embargo el proyecto de Fahrenheit 451 no encontraba en Francia un productor que tomara el riesgo de hacer una película que se antojaba demasiado ambiciosa. Por fortuna el productor norteamericano Lewis Allen se muestra interesado y compra los derechos del libro y las adaptaciones que Truffaut ha hecho. El tiempo pasaba mientras largas propuestas y negociaciones iban y venían; Truffaut mientras tanto hace otra cinta, La piel suave (La peau douce, 1964).
Tras muchas indecisiones y renuncias, el actor de Jules y Jim (Jules et Jim, 1962), el austriaco Oskar Werner sería entonces Guy Montag y Julie Christie tendría a su cargo los dos papeles femeninos. La banda sonora estaría en manos del gran Bernard Herrmann. La cinematografía va a encomendarse a Nicholas Roeg. El rodaje se realizó en los estudios Pinewood en Londres, entre enero y abril de 1966. Sería la primera película a color y en inglés de Truffaut, lo que sumó dificultades a un proyecto que parecía no necesitar ninguna adicional.
Pero faltaría otra: la actitud de Oskar Werner durante el rodaje fue fatal. Pasó de amistoso y afable en Jules y Jim a caprichoso, celoso y vedette en Fahrenheit 451, insistiendo en cambiar la naturaleza del personaje. Truffaut tuvo que recurrir en muchas ocasiones a su doble para lograr las escenas que Werner arruinaba deliberadamente o se negaba a rodar. Todo esto le dio inseguridad a un director que estaba filmando en otro idioma, en condiciones de producción a las que no estaba habituado y con el peso de las expectativas de un público deseoso de saber cómo sería su versión de un libro extremadamente popular. Exhibida en competencia en el Festival de cine de Venecia ese año, la cinta se estrenó en París en septiembre y en Nueva York en noviembre con magras ganancias de taquilla y una fría recepción de la crítica. Ray Bradbury –que vio el filme en un preestreno- le expresó su entusiasmo en un telegrama en agosto de 1966: “Que raro es para un escritor entrar en una sala de cine y ver su propia novela fiel y excitantemente contada en la pantalla. Truffaut me ha devuelto el regalo de mi propio libro, hecho en un nuevo medio, al preservar el alma del original. Estoy profundamente agradecido” (1).
Fahrenheit 451 no es exactamente una película de ciencia ficción convencional. Truffaut se sirve de ese marco –que incluso no dibuja bien, introduciéndole toques retro- para hablar de lo que le interesa, que son los libros, lo que representa para él la palabra escrita y el valor social que ella tiene. Pone en escena una sociedad completamente hipnotizada por los medios audiovisuales, donde una suerte de “Gran hermano” controla y dicta doctrina sobre lo que las personas deben creer y opinar. Pensar y disentir es peligroso: los libros son, por lo tanto, subversivos. Curiosamente cuando los bomberos descubren los libros y van a quemarlos, lo que asoma son las preferencias literarias de Truffaut: Proust, Dickens, Queneau, Genet, Thackeray, Audiberti, Salinger…
En una entrevista para Arts, Truffaut habla del motivo principal de su cinta y se refiere a algo diferente: “De alguna forma, Fahrenheit 451 es un filme en homenaje de las tretas. El medio ideal de resistencia” (2). Añadiendo en un carta que el largometraje es “una apología del ingenio. ¿Los libros están prohibidos? Pues nos los aprenderemos de memoria. Eso si es ser ingenioso” (3). Truffaut apunta al valor de los ardides a los que se debe recurrir para sobrevivir, algo que en su infancia aplicó y que en el cine volverá a utilizar en La piel dura (L’argent de poche, 1976) y en El último metro (Le dernier métro, 1980). Él fue un sobreviviente y quiso volver los ojos a la recursividad como mecanismo de salvación. Además de mostrarnos los variados sitios donde se esconden los libros, es conmovedora la solución final: volverse un libro ambulante, ser capaz de memorizar un texto y transmitirlo por tradición oral a los más jóvenes.
Ese toque final es muy del estilo de Truffaut, pero la película en el resto del metraje adolece de frialdad y distancia. Quizá haya sido la ignorancia del idioma, quizá haya sido la interferencia de Werner o la escogencia en general del reparto, pero la verdad es que Fahrenheit 451 no es una cinta donde nos compenetramos con los personajes; el drama de Montag –a horcajadas entre el deber profesional y el placer culposo de la lectura– no logra que nos pongamos de su lado y compartamos su pena.
Truffaut entendió que había fracasado. En carta a Bradbury le expresa que: “Puedo decirle con franqueza que respiro con más tranquilidad ahora que nuestra larga y común aventura de Fahrenheit 451 ha concluido. Aunque fue excitante, debo decir que a menudo me sentí apabullado por el alcance del proyecto. Quizá fui muy ambicioso y constantemente temí que mi esfuerzos no fueran iguales a su trabajo” (4). No volvería a rodar fuera de sus dominios.
Referencias:
1. Antoine De Baecque, Serge Toubiana, Truffaut, a biography, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1999, p. 220
2. Carole Le Berre, Truffaut at Work, Londres, Phaidon Press, 2005, p. 78
3. Robert Ingram, Paul Duncan (eds.), Francois Truffaut, Cineasta 1932-1984, Köln, Taschen, 2004, pp. 87-88
4. Antoine De Baecque, Serge Toubiana, op cit., p. 221
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 108 (Medellín, octubre-diciembre / 2014). Págs. 14-15
©Centro Colombo Americano de Medellin, 2014
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