Un rostro de muñeca: La bestia, de Bertrand Bonello

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“-Bien, fue muy sencillo. Me dijo que desde muy temprana edad había tenido la profunda convicción de estar predestinado para algo excepcional e insólito, seguramente prodigioso y terrible, que tarde o temprano le sucedería; que lo presentía en lo más hondo de su ser y estaba convencido de ello, y que tal vez aquello le aplastaría” –le dice May Bartram a John Marcher, los protagonistas de la novela breve La bestia en la jungla, publicada por Henry James en 1903. Esa revelación es el núcleo –anecdótico- de La bestia (La bête, 2023) del francés Bertrand Bonello, un filme de múltiples capas narrativas y diversas lecturas, que resulta un reto fascinante para el espectador.

La bestia (La bête, 2023)

Situado en tres momentos en el tiempo: la París de 1910, en Los Ángeles en 2014 y en un lugar indeterminado en 2044, la película, sin embargo, tiene a través de esos 134 años un único personaje protagonista, Gabrielle (Léa Seydoux), no exactamente así de longevo, sino sujeto a tres encarnaciones a lo largo del tiempo. Si miramos la narración desde la perspectiva de 2044, las Gabrielles de Paris y Los Ángeles son sus vidas pasadas (no presentidas, sino demostradas), cuyos traumas están insertos en el ADN de la protagonista del futuro, contaminando con esas emociones pretéritas la posibilidad de acceder a trabajos de responsabilidad, en un mundo donde la infalibilidad sin sentimientos de la inteligencia artificial ha dejado desempleada a buena parte de la humanidad. Gabrielle necesita, entonces, ir a un “centro de purificación” para limpiar su ADN de emociones y pasiones.

La bestia (La bête, 2023)

Este que acabo de describir podría ser el resumen argumental breve de La bestia. Pero limitarse a eso es dejar de lado la enorme ambición de la estructura narrativa de este filme, que es un juego de espejos desconcertante. La sección de Paris de principios del siglo XX es la que recoge el alma del relato de Henry James, pero con una inversión de género: es Gabrielle la que tiene ese ominoso presentimiento, de algo terrible que va a sucederle y que le confió hace unos años en un viaje a Italia a un hombre al que ahora ha vuelto a ver, Louis (George MacKay). Gabrielle es una virtuosa pianista y está casada con un industrial que tiene una fábrica de muñecas. Pero entre Gabrielle y Louis se va formando un lazo a punta de conversaciones, paseos y cenas. Lean este dialogo entre ambos: 

-¿Cómo se crea la cara de una muñeca? ¿Cómo se eligen sus expresiones, sus rasgos? (…) ¿Pero hay varias expresiones? ¿Una muñeca feliz? ¿Una muñeca asustada? ¿Una muñeca triste?

-Solo hay una. De expresión neutral. No transmite emociones.  De esa forma, agrada a todos. 

Ya desde acá están presentes las emociones y su neutralización. Hay otra conversación sobre la música de Schӧnberg y su falta de sentimientos, algo que le pesa a Gabrielle. “-El sentimiento es el comienzo de la emoción”, le dice ella. “-No necesariamente. La emoción puede venir de otra parte”, le responde él. Ese dilema está implícito en sus charlas cada vez más íntimas, pero el director  Bonello introduce más elementos: la paloma dentro de una casa como signo de la muerte de una persona, la visita a una vidente que hipnotiza a Gabrielle y la lleva a ver su próxima vida, anticipándole que Louis solo puede hacerle el amor en sus sueños. Hay muchos cabos que parecen sueltos, pero que el director no deja al azar. Un breve repaso para el lector: un pálpito catastrófico, muñecas, emociones, palomas que anuncian una muerte, una vidente, un amor irresoluto.

La bestia (La bête, 2023)

Paso (artificialmente, pues en la película están entreverados de manera fluida) al segmento de 2014, en el que Gabrielle es una modelo francesa que quiere incursionar en el mundo del modelaje de Los Ángeles, mientras trabaja cuidando una lujosa casa cuyos dueños andan de viaje en Europa. El director Bonello nos hace hincapié en un cuadro que hay en el primer piso de la casa. Es arte contemporáneo, pero si lo miramos con calma veremos que representa el corte trasversal del tronco de una secuoya californiana y sus anillos, esos que representan años, décadas y siglos: el tiempo y las vidas pasadas, tal como en Vértigo (1958), tal como en La Jetée (1962). Esta secuencia en Los Ángeles tiene un espíritu oficiante: el David Lynch de Mulholland Drive (2001) y de  Inland Empire (2006). Formalmente estamos, sin duda a propósito, en territorio Lynch, con todo lo que eso implica. Nada puede entonces sorprendernos, incluyendo un prólogo metacinematográfico del filme que nos saca de la diégesis y nos muestra las costuras de cómo se construyen los efectos visuales del cine frente a un fondo verde. Y si de Lynch hablamos no se extrañen que haya un cambio de personalidades y que ahora sea Louis –en su segunda encarnación- el que sienta que algo muy malo va a ocurrir, pero es que el personaje acá está calcado, desde la psicopatía, por la figura de Elliot Rodger, un joven misógino de 22 años que en 2014 asesinó a seis personas e hirió a trece más cerca del campus de la Universidad de California en Santa Bárbara, antes de suicidarse. Rodger hizo parte de la subcultura “incel” (célibe involuntario), que odian a las mujeres por ser incapaces ellos de conquistarlas (solo pueden tener sexo con ellas en sus sueños). Gabrielle es entonces, su víctima. Hay una paloma, una muñeca ruidosa, una vidente online que la hace consciente de su vida pasada, hay la imposibilidad de una consumación sexual. Este segmento hace también varios guiños al Van Sant de Elefante (Elephant, 2003) y de Paranoid Park (2007) en la descripción de la violencia del asesino serial y en el uso del video para registrar su accionar.

La bestia (La bête, 2023)

La Gabrielle de 2044 es consecuencia de sus dos vidas previas y de lo trágico de ambas existencias. Ese futuro distópico que Bonello imagina es bastante posible. Relegado por la inteligencia artificial a trabajos operativos, el ser humano debe depurar su ADN de emociones que viene arrastrando de vidas pasadas y que “infectan” su subconsciente. Gabrielle es sometida a varias pruebas para ver su sensibilidad frente a eventos traumáticos de su pasado y verificar el resultado parcial de su proceso, de ahí la interconexión con las secuencias de 1910 y 2014, que pueden interpretarse –solo desde esta perspectiva- como flashbacks narrativos. Por eso ella ya es consciente que Louis hizo parte de sus existencias previas, tal como se lo cuenta a Kelly (Guslagie Malanda), la “muñeca” androide que la acompaña durante la purificación de sus emociones y que no solo tiene deseos muy humanos, sino también visiones. En ese futuro la gente va a bailar a discotecas temáticas de años precisos: 1972, 1980, 1963 y allí el malsano universo Lynch vuelve a invadir con fuerza la atmósfera de la película.

La bestia (La bête, 2023)

Así como en el relato de Henry James, la conclusión de La bestia no implica exactamente que algo terrible les pasó activamente a los respectivos protagonistas literarios y cinematográficos. Hay situaciones en las que se recibe el efecto del accionar de alguien o de la omisión de una acción, hay otras situaciones en las que dejamos de actuar cuando claramente debimos haberlo hecho. En esos casos somos receptores o protagonistas pasivos de un desastre que de todos modos nos afecta indirectamente. No nos tiene que caer un ladrillo en la cabeza desde diez metros de altura para hacernos daño, basta con que le pase a alguien que amamos. No nos tienen que purificar el ADN para dejar de emocionarnos como seres humanos que somos, basta con que…

La bestia (La bête, 2023)

Epilogo

“Hay un hombre. Pero solo puede hacerle el amor en sus sueños. Hay que tomar una decisión difícil. Un sentimiento de que no puede hacer algo sin destruirlo todo en el proceso. Como un dolor interno que la devora y la quema lentamente. Pero lo más devastador sería no tomar esa decisión”, le dice la vidente a la Gabrielle de 1910. Pasarán 134 años para que lo entienda. Quizá ya sea demasiado tarde.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. 

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