Caparazones y leyendas: La tortuga roja, de Michaël Dudok de Wit

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Cuenta la leyenda que un náufrago llegó a una isla por completo deshabitada y allí vivió el resto de sus días. Sus intentos por construir una balsa y echarse al mar fracasaron por completo, como si un espíritu de la naturaleza le impidiera dejar ese lugar. También cuenta la leyenda que esa misma naturaleza –conmovida- iba a proveerle compañía y que ese náufrago tendría junto a él a una mujer que no nació de otra. ¿A qué leyenda me refiero? ¿A una milenaria fábula japonesa? No. A una nueva leyenda, una que se inventaron el animador holandés Michaël Dudok de Wit y la directora y guionista francesa Pascale Ferran a la hora de escribir el guion de La tortuga roja (La Tortue Rouge, 2016), una coproducción entre Wild Bunch y los estudios Ghibli, siendo la primera vez que un realizador no japonés hace un largometraje ahí.

La tortuga roja (La Tortue Rouge, 2016)

De Wit –radicado en Londres- no es un recién llegado. Su tercer cortometraje, Father and Daughter (2000), ganó el premio Oscar y el BAFTA al mejor corto de animación. Es llamativo como los temas y el estilo de ese trabajo -que habla de pérdidas, del mar, de un trayecto vital, de una resolución onírica, y que cuenta además con una narración sin parlamentos- vuelva a retomarlos, expandidos, en La tortuga roja.

El relato propuesto, pese a no contar con la exuberancia creativa de los universos que Hayao Miyazaki construyó para Ghibli, tiene la mezcla de serenidad y fantasía de un cuento japonés y además la animación, con grano en el fondo, hecha con trazos sencillos pero definidos, privilegiando los planos generales que empequeñecen al protagonista, podría perfectamente pasar como hecha por un cineasta oriental. Eso sí, los rasgos de los personajes son occidentales, parecidos a los dibujos de Antoine de Saint-Exupéry para El principito o a los de Hergé para Tintín.

La tortuga roja (La Tortue Rouge, 2016)

La tortuga roja nos invita a soñar. El náufrago de este filme, de quien nada sabemos, sueña durante las noches estrelladas que se va de la isla, que vuela, que hay un puente que lo saca de ahí. Pero cuando está consciente parece también que sueña, pero esta vez son pesadillas: no hay nadie en esa isla, todas las balsas que construye son destruidas apenas unos cientos de metros después de lanzarse al mar por una fuerza desconocida. Pero además va a presenciar un milagro, un hecho misterioso que él acepta sin saber de dónde proviene y que parece una compensación que le dieran por estar obligado a permanecer ahí. No voy a contar más del argumento, pero a partir de ahí la fantasía  es la dueña de La tortuga roja. Ya hay una nueva leyenda entre nosotros.

Hay películas que deslumbran y asombran con su pirotecnia, otras que invitan a la reflexión y a la contemplación. Este bello filme de Michaël Dudok de Wit pertenece al segundo grupo. Quiere que saboreemos con lentitud su historia, quiere quedarse con nosotros como si fuera un recuerdo agradecido.

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