Amores compartidos, de Michael Angelo Covino

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El monólogo final de Annie Hall (1977) resume muy bien la zozobra que refleja Amores compartidos (Splitsville, 2025). En esa escena, ya clásica, Wood Allen está frente a la cámara, nos mira y dice: «Y pensé en aquel viejo chiste —ya sabes—: un tipo va al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano está loco; se cree una gallina.” Y el doctor le responde: “Entonces, ¿por qué no lo interna?” Y el tipo contesta: “Me gustaría, pero necesito los huevos.” Bueno, supongo que así es más o menos como me siento respecto a las relaciones entre las personas. Son totalmente irracionales, absurdas y disparatadas, pero creo que seguimos metiéndonos en ellas porque, bueno… la mayoría de nosotros necesitamos huevos».

Amores compartidos (Splitsville, 2025)

Annie Hall, con una mezcla perfecta de inteligencia, melancolía y conocimiento de causa, diseccionaba la crisis de las relaciones de pareja de mediados de los años setenta a través filtro del humor y la ironía. Lo que en ese entonces se antojaba complejo –lograr ser feliz junto a alguien cuyos intereses no necesariamente están en una sintonía común y cuya independencia no va a ser negociable– parece ahora una tontería frente a los retos afectivos en 2025, que se leen como si fueran un compendio de síntomas y signos clínicos de un malestar crónico incurable: parejas abiertas, poliamor, infidelidad sin remordimientos, egocentrismo exacerbado, necesidad inmediata de gratificación, compromiso inexistente, tolerancia cero a la  frustración romántica, exposición emocional permanente en redes sociales y el haber convertido el amor prácticamente en una transacción.

Amores compartidos (Splitsville, 2025)

Amores compartidos bebe de semejante absurdo y lo expone gráficamente como para hacernos conscientes precisamente de lo absurdo y enfermizo que supone amar en estos tiempos de autismo emocional. Recurre para ello a un extrañamiento dramático, a un tono bufo y esperpéntico que por momentos llega a ser irritante. Las dos parejas protagónicas -Ashley y Carey, Julie y Paul- están descritas con diferentes niveles de caricatura y empatía, tratando de reflejar diversos estereotipos humanos. Julie (Dakota Johnson) y Paul (el director y coguionista Michael Angelo Covino) llevan casados varios años y tienen un hijo pequeño, Russ. Son muy exitosos económicamente y parecen vivir sin sobresaltos. El mejor amigo de Paul, Carey (el coguionista y actor Kyle Marvin), es profesor del colegio donde estudia Russ y está casado hace 14 meses con Ashley (Adria Arjona), una coach de hábitos positivos de origen latino.

Amores compartidos (Splitsville, 2025)

Los cuatro están a punto de sufrir diversas crisis que van desde la separación hasta asumirse como pareja abierta, con todo lo que eso implica. La película no padece de solemnidad, por el contrario su abordaje es intencionalmente sarcástico. Los personajes masculinos parecen dos hombres que han omitido varias dosis de su prescripción de ansiolíticos y antipsicóticos, mientras las dos mujeres son tratadas de manera diferente: Ashley, deseosa de permanentes y novedosas experiencias sexuales, está caricaturizada con brochazos gruesos, mientras que por Julie los guionistas exhiben una inusitada empatía, al punto que es la única persona “normal” en el reparto. De todos modos la película tiene una perspectiva masculina y está guiada por el punto de vista de Carey: Amores compartidos pretende mostrarnos como él y Paul reaccionan -y apenas logran responder- frente a las decisiones y acciones de sus (ex)mujeres.

Amores compartidos (Splitsville, 2025)

Entre exhibiciones de masculinidad frágil, reacciones infantiles y muestras de violencia física que pretenden ser catárticas, Carey y Paul van dando tumbos entre la autocompasión y la torpeza emocional, incapaces de reconocer -es en el fondo un asunto de egos- su propio papel en el deterioro de sus relaciones. Amores compartidos se ríe -a veces con crueldad, otras con difícil ternura- de esos hombres que creen estar explorando y aceptando nuevas formas de amar, cuando en verdad apenas intentan sobrevivir a su propia mediocridad afectiva. Tristemente estamos presenciando como se autodestruyen, mientras pretenden hacernos creer que tienen el control de sus vidas. Esto también aplica para la película, que prefiere en muchas ocasiones optar por los gritos y los golpes –slapstick puro y duro- que por las ideas bien desarrolladas o por las situaciones verdaderamente graciosas (aunque las hay, admitámoslo).

Amores compartidos (Splitsville, 2025)

Todo se reduce a que el ADN de Amores compartidos, por mucho que lo oculte tras una pose agresiva, caótica o rompedora, es el de una comedia romántica, mucho más de lo que Michael Angelo Covino estaría dispuesto a admitir o de lo que sus propios personajes podrían reconocer: que, detrás del ruido y la furia, lo que hay son seres humanos frágiles que, pese a comportarse como adolescentes incomprendidos, en el fondo tienen mucho miedo: a la soledad, al abandono, a los celos, a su incompetencia conyugal. En ese contexto, la vieja paradoja de “la necesidad de los huevos” que evocaba Woody Allen adquiere una resonancia tan pertinente como incómoda: seguimos necesitando del otro, aunque ahora todo parezca diseñado para que tengamos que sobrevivir, fingiendo alegría, entre el vacuo absurdo emocional.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.          

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