Solemnidad versus emoción: Duna, de Denis Villeneuve
Duna (Dune: Part One, 2021), está pensada por Denis Villeneuve no como un blockbuster de 165 millones de dólares de presupuesto, sino como una película de serias intenciones artísticas, coherentes con su trayectoria autoral, esa donde el caos, las dudas existenciales, la pregunta por el ser, y el andar a tientas en un mundo hostil, han sido las coordenadas constantes. Su valiosa filmografía empezó en su natal Canadá y aunque ahora lo tenga instalado en Hollywood, esto no ha implicado comprometer su mirada, pese a haber incursionado en un género tan comercial como la ciencia ficción, tal como lo demostró en La llegada (Arrival, 2016) y Blade Runner 2049 (2017).
Al asumir el proyecto de llevar de nuevo la mítica novela de Frank Herbert, Duna, a la pantalla –tras el fallido intento de Jodorowsky y la versión “mutilada” de David Lynch estrenada en 1984- Villeneuve tenía claro, por lo que se ve en el resultado final, que quería hacer una película seria, épica, el inicio de una saga donde los personajes tuvieran capas de complejidad que los distanciaran de los héroes de cartón típicos de una aventura intergaláctica. Se ha mencionado por doquier que Villeneuve ha dicho que quería hacer “una Star Wars para adultos” y eso se evidencia en este filme que prefirió la oscuridad a la luz, la introspección y las dudas antes que el heroísmo ciego e inexplicable, los planos generales por encima de los primeros planos, y una narración sin subrayados apoyada en sueños, visiones, alegorías y flashforwards. Duna no tiene concesiones con el espectador: se sabe solemne y así quiere ser entendida y disfrutada.
Esas intenciones, sin embargo, la convierten en una obra fría y cerebral, admirable pero anémica en emoción. El drama de Paul Atreides (Timothée Chalamet), hijo del duque Leto Atreides, regente de la casa Atreides en el planeta Caladan, es el de un joven que está predestinado a tener un rol mesiánico en “la guerra santa” que se genera por el control del desértico planeta Arrakis, el único lugar del universo donde se produce una especia con propiedades alucinógenas y psicotrópicas, de un valor incalculable. Este es entonces un relato de coming-of-age, de toma de consciencia de unas responsabilidades de las que Paul nada sabía y a las que se resiste. Inadvertidamente ha sido preparado para ello por su madre Jessica (una espectacular Rebecca Ferguson), una bruja de la poderosa cofradía de las Bene Gesserit, que le ha transmitido todo su poder. Al tomar la casa Atreides el control del planeta Arrakis, Paul entenderá el significado de los sueños y visiones que ha tenido, y que van a terminar atándolo a ese desierto y a sus pobladores, los Fremen, pueblo que lleva toda una eternidad esperando la llegada de un mesías.
Esto está contado en Duna con gran elegancia y con igual distancia. Las batallas, combates y muertes que vemos en el filme –muchas rodadas en plena oscuridad- están puestas al servicio de hacer comprensible la lucha interior de Paul, sus temores y sobresaltos. Y esto es loable como decisión del director, pero aleja al espectador de un drama que siente complejo y bien realizado pero lejano, sin conexión emocional con él. La introspección del personaje protagónico y su ambigüedad como héroe son bienvenidas en un momento en que las películas de ciencia ficción y fantasía son dominadas por superhéroes salidos directamente de los cómics. Pero en Duna, Denis Villeneuve estuvo tan atento a darle razones y motivos a su nuevo héroe, que olvidó dárselos al público para interesarse por él.
Lo peor no es eso: lo peor es que depende de ese mismo público y su respuesta en taquilla para que su proyecto se prolongue y se convierta en una nueva película que concluya esta narración necesariamente truncada. El verdadero enemigo de Paul Atreides no es el Barón Harkonnen, sino el gusto del espectador de cine de hoy, enfrentado a las intenciones artísticas y estilísticas rigurosas de un director que, como Denis Villeneuve, prefiere hundirse en su barco antes que recurrir a salvavidas comerciales.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine