Soldados sin pedestal: Tiempo de guerra, de Alex Garland y Ray Mendoza

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Sin una banda sonora que subraye los hechos, sin background alguno de los personajes, sin protagonistas reconocibles o una voz en off que nos lleve de la mano, Tiempo de guerra (Warfare, 2025),  está hecha con un único material: los recuerdos del grupo de  Navy SEALs -la fuerza de tareas especiales de la Armada de los Estados Unidos- que participaron en la guerra de Iraq y que en noviembre de 2006 hicieron parte de una operación de apoyo, como francotiradores, asistiendo a unos Marines en la ciudad de Ramadi. Uno de esos hombres fue Ray Mendoza, un exmilitar que conoció a Alex Garland en el plató de Guerra civil (Civil War, 2024), donde asesoró y coreografió las secuencias de combate bélico de ese filme.  

Tiempo de guerra (Warfare, 2025)

A partir de esa relación laboral surgió la posibilidad de hacer Tiempo de guerra, en la que Mendoza recibió crédito como codirector.  La película está contada en tono documental, con enorme sencillez narrativa: en plena noche los SEALs ocupan una casa en la ciudad, toman como rehenes a la familia que ahí reside y al otro día ya han montado allí un campo de operaciones que incluye a un par de francotiradores que a través de un hueco en la pared vigilan el sector. Uno de esos francotiradores es Elliot Miller (interpretado por Cosmo Jarvis), a quien la película está dedicada. El resto del metraje es lo que ocurrió en esa jornada, tal como lo rememoran, décadas después, los militares que ahí estuvieron. Esa es su verdad, que por cierto es bastante incómoda a los ojos del espectador, acostumbrado a ver siempre triunfante al ejército estadounidense, cueste lo que eso cueste.

Tiempo de guerra (Warfare, 2025)

En entrevista con Jon Blistein para la revista Rolling Stone (abril 16 de 2025), el codirector Alex Garland menciona que “Realmente no había un modelo al que pudiéramos recurrir para determinar si este principio funcionaría. La pregunta era: ¿qué recursos cinematográficos debían excluirse para ser honestos? ¿Cuál es el proceso mediante el cual uno se acerca a la verdad? ¿Qué es la verdad? ¿Es lo que haría la policía al intentar desmantelar la escena del crimen y comprender una secuencia precisa de eventos? ¿O se acerca más a la memoria y a un estado subjetivo? Creo que nos interesaban más esos estados subjetivos. Y más allá de eso, fue un acto de fe”. Ese acto de fe que Garland menciona es aquel que nos dice que la verdad no reside en la revisión cronológica exacta, sino en la vibración emocional de quienes la vivieron y padecieron. Es una fe radical, una apuesta estética donde el cine no alivia, sino que interpela. La película se instala ahí: en el eco íntimo del recuerdo, no en el manual militar ni en la narrativa del honor.

Tiempo de guerra (Warfare, 2025)

La película funciona como la respuesta –desde el verismo- a Francotirador (American Sniper, 2014) de Clint Eastwood, que es la apuesta convencional por el retrato heroico del tirador sin falla. Tiempo de guerra desmitifica al soldado y lo vuelve un ser falible, temeroso y dubitativo frente a las situaciones fuera de control que llevan inevitablemente al fracaso. El soldado no es una estatua blindada, sino un hombre de carne y hueso que recuerda, que examina sus actos y enfrenta la incomodidad de haber estado ahí, sin triunfos, sino con víctimas, con huellas imborrables en sus cuerpos inválidos.

Tiempo de guerra (Warfare, 2025)

Alex Garland y Ray Mendoza eligen lo esencialmente humano: no celebran al soldado de épica firme, sino que lo despojan de ficción para restituirle su falibilidad. Tiempo de guerra resulta, entonces, una válvula contra el mito del héroe sin mancha. Es una mirada frontal al desgaste emocional, al residuo moral que deja la guerra. Y lo hace con una economía narrativa que, lejos de restarle potencia, le otorga una carga ética más poderosa. La puesta en escena, austera, rehúye cualquier subrayado emocional. La cámara observa, nunca glorifica. Los planos, pacientes, se alimentan de la textura del lugar: muros perforados, sombras que atraviesan pasillos, miradas largas hacia un horizonte y un enemigo invisibles. Esa economía de recursos no empobrece el relato, lo concentra. La tensión surge no de la acción trepidante, sino de la espera, del silencio que se prolonga demasiado, de la respiración contenida antes de apretar el gatillo.

Tiempo de guerra (Warfare, 2025)

En ese sentido, Tiempo de guerra no es un relato de guerra: es un ejercicio de desmontaje. Desmonta el mito del soldado incorruptible, desmonta la narrativa lineal de la gesta, desmonta la idea de que el cine bélico deba erigir un monumento al soldado estadounidense. Lo que queda, cuando el polvo baja y la memoria es la que habla, es un cine que incomoda. En ello, su parentesco más claro no está en otras producciones recientes, sino en aquella obra urente y esencial que fue Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957) de Stanley Kubrick: un filme que, desde otro frente y otra guerra, también desmontó la retórica militar para mostrar el absurdo y la fragilidad humana bajo el uniforme. Garland y Mendoza, como Kubrick, entienden que la guerra filmada sin música ni laureles no es un espectáculo, sino un espejo que devuelve un reflejo áspero, lleno de grietas. Y ahí está su potencia: en obligarnos a escuchar sin filtro, a mirar sin instrucciones sobre cómo sentir, a aceptar que en la guerra —y en su recuerdo— no hay planos limpios, solo zonas grises.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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