¿Quién le teme a Virginia Woolf?: Las horas, de Stephen Daldry

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“No nos queda más que este consuelo: una hora aquí y allá en la que nuestras vidas se abren en una explosión, contra todas las posibilidades y todas las expectativas, y nos ofrecen todo lo que jamás imaginamos”.
– Michael Cunningham

“¿Acaso un libro como La señora Dalloway no fue alguna vez sólo papel vacío y un frasco de tinta?” -piensa Laura Brown mientras prepara una torta de cumpleaños para su esposo. Ella -aunque la presentimos llena de vida- es en realidad un personaje de ficción, creado por el autor norteamericano Michael Cunningham para su novela Las horas, ganadora en 1998 del premio Pulitzer; texto que fue llevado en 2002 al cine por el director inglés Stephen Daldry, en una galardonada película homónima que obtuvo el Globo de Oro como mejor filme dramático del año.

Las complejas relaciones entre la literatura y el cine se entremezclan aquí una vez más, pues uno de los personajes del texto de Cunningham -y por ende de la película- es la propia Virginia Woolf, precisamente en el día que empieza a escribir La señora Dalloway, novela que hará las veces de espíritu oficiante para los otros dos personajes de la obra, Laura Brown y Clarissa Vaughan. La primera está leyendo el libro de Virginia Woolf y la segunda parece estarlo viviendo. “De alguna manera parece como si hubiera abandonado su propio mundo para entrar al ámbito del libro. Obviamente nada está tan lejos del Londres de la señora Dalloway como esta habitación turquesa de hotel, y sin embargo se imagina que la misma Virgina Woolf, la mujer ahogada, el genio, podría habitar, en su muerte, un lugar parecido a éste” -piensa, de nuevo, Laura Brown.

Julianne Moore en Las horas (2002).

Julianne Moore en Las horas (2002).

Las tres mujeres habitan en tiempos y espacios diferentes. Son los años veinte y Virginia Woolf vive en esos momentos en Richmond, un suburbio de Londres a donde ha sido llevada en búsqueda de paz y sosiego. La señora Brown reside con su esposo y su hijo en Los Angeles, a principio de la década de los cincuenta, mientras Clarissa deambula por la Nueva York contemporánea. Y sin embargo, por una extraña mecánica, esas tres vidas parecen reflejarse en cada una, sirviendo como espejo fiel para las demás, en un anhelo de sentido y respuestas a su propio existir como mujeres, soñadoras siempre de una elusiva felicidad que no saben definir con claridad. “Laura ocupa una especie de zona crepuscular: un mundo compuesto de Londres en los años veinte, de una habitación de hotel de color turquesa y de este carro que rueda por la calle conocida. Ella es ella misma y no lo es. Es una mujer en Londres, una aristócrata pálida y encantadora, un poquito falsa; es Virginia Woolf; y es esta otra, esta cosa vacilante e incipiente conocida como ella misma, una madre, una automovilista, un golpe arremolinado de pura vida como la vía láctea” -nos recuerda el autor de Las horas.

Meryl Streep en Las horas (2002)

Meryl Streep en Las horas (2002)

Pero, ¿cómo convertir esos sentimientos en imágenes? Si bien Michael Cunningham utilizó el texto de Virginia Woolf como molde para ambientar, centrar y darle sentido a su novela (bautizada según el nombre que la autora inglesa dio a su libro mientras lo estaba escribiendo), el material resultante -con sus hermosos monólogos interiores y su puntillosa tendencia a la descripción de los estados del alma de sus protagonistas- resultaba difícil de llevar a la pantalla. La respuesta la tuvo el ingenio del guionista David Hare, uno de los más distinguidos dramaturgos británicos contemporáneos. Algunos opinan que su obra puede considerarse una especie de conciencia de su nación entre los años setenta y ochenta, pues muchos de sus dramas se centraron en el declive espiritual, moral y económico de Inglaterra de esos años. Su debut en el cine fue al adaptar y dirigir una de sus obras de teatro, Wetherby (1985), ganadora del Oso de oro en Berlín ese año. Sin embargo, aunque ha continuado dirigiendo, su labor como guionista para otros directores le ha traído gran notoriedad y habría que destacar su labor en Plenty (1985); Damage (1992) de Louis Malle, y The secret rapture de Howard Davies (1993). Las horas es su más reciente adaptación.

Nicole Kidman en Las horas (2002)

Nicole Kidman en Las horas (2002)

Hare anotaba que, “Pienso que el éxito del filme se debe al carácter de Stephen Daldry. Es el más generoso de los directores con los que he trabajado. La mayoría son muy territoriales. Ellos dicen “Es mi visión. Es mi película” y quieren defender siempre su mirada. Stephen quiere siempre escuchar a todos y le parece torpe no hacerlo, pues quiere ver si lo que los otros están viendo le puede ayudar a conseguir lo que quiere. Creo que el carácter del filme sale de él”.

“Bien” -relata el director Stephen Daldry- “Yo estaba leyendo muchos argumentos al momento de terminar Billy Elliot, y todos se parecían a algo ya hecho, pero lo grandioso de este guion es que no se parecía a ninguna otra película… se sentía único. Y lo que amaba acerca del libro de Michael Cunningham, en el cual se basaba David Hare, era que describía de manera brillante las difíciles opciones que tomamos para hacer posible nuestra vida y los momentos de alegría que debemos asir cuando suceden”.

Julianne Moore en Las horas (2002).

Julianne Moore en Las horas (2002).

Las tres mujeres de la película han optado por esas difíciles opciones, buscando -a su manera- ser libres. La película se abre con Virginia Woolf (interpretada con lujo de detalles por Nicole Kidman, en una actuación por la que obtuvo el Oscar de Hollywood) planeando meticulosamente su suicidio en un río, para luego volver en el tiempo al momento de sentarse a escribir La señora Dalloway, una novela sobre una mujer de alta sociedad que está organizando una fiesta, mientras se consume por dentro. Intercalado todo esto con la vida de dos mujeres de ficción, Laura Brown (la actriz Julianne Moore), un ama de casa californiana que encuentra resonancias personales en la novela; y Clarissa Vaughan (Meryl Streep), una anfitriona neoyorquina que planea una fiesta para celebrar el triunfo literario de un amigo moribundo, un poeta quien la apoda “la señora Dalloway”. Junto a cada una viviremos un día, un solo día que puede ser crucial.

Meryl Streep y Ed Harris en Las horas (2002)

Meryl Streep y Ed Harris en Las horas (2002)

“Es la conclusión de un día corriente. Sobre el escritorio en una habitación a oscuras yacen las páginas de la nueva novela, sobre la cual alberga esperanzas desmesuradas y en relación con la cual, en este instante, teme (cree saber) que resulte árida y floja, despojada de verdaderos sentimientos; un callejón sin salida” -escribe Michael Cunningham imaginando la jornada que pasó la escritora inglesa. La señora Dalloway fue un intento de Virginia Woolf para -según sus propias palabras- “presentar la vida entera de una mujer en un único día”. Siguiendo una técnica literaria afín a James Joyce y D.H. Lawrence, la autora emplea un “flujo de conciencia” para capturar las percepciones y pensamientos de sus personajes, buscando acercarse -mediante monólogos interiores y desplazamientos mentales en el tiempo y en el espacio- a lo que encierran sus mentes, antes que a lo que expresan sus cuerpos. “Ahora no diría a nadie en el mundo entero qué era esto o lo otro. Se sentía muy joven, y al mismo tiempo indeciblemente avejentada. Como un cuchillo atravesaba todas las cosas; y al mismo tiempo estaba fuera de ellas, mirando. Tenía la perpetua sensación, mientras contemplaba los taxis, de estar fuera, fuera, muy lejos en el mar, y sola; siempre había considerado que era muy, muy peligroso vivir, aunque sólo fuera un día” -escribe Virginia Woolf en su novela.

Nicole Kidman en Las horas (2002)

Nicole Kidman y Miranda Richardson en Las horas (2002)

La señora Clarissa Dalloway tiene cincuenta y dos años y vive en Londres en un día de junio, con la primera guerra mundial ya en el pasado. Está casada, es madre y hace parte de un grupo social privilegiado. Disfruta los placeres simples de la vida, pero en el fondo la habitan temores e inseguridades. Esa noche ofrece una fiesta y los preparativos la ocupan; sin embargo tiene tiempo para reflexionar sobre su vida y recordar su juventud, cuando podría haber tomado otros rumbos vitales. Recuerda un beso prohibido que una amiga le dio y evoca a Peter, un antiguo enamorado con quien podría haberse casado.

Otro de sus amigos es Septimus Warren-Smith, un veterano de la gran guerra que se suicida ese mismo día saltando de una ventana. La muerte no está lejana de las inquietudes de la señora Dalloway y en algún aparte de la novela se lee que “se preguntó si acaso importaba que forzosamente tuviera que dejar de existir por entero; todo eso tendría que proseguir sin ella”, pero la noticia de la muerte de Septimus le sirve para afirmar sus propias convicciones vitales y para agradecer la presencia de su esposo Richard, que la protege y la acoge siempre.

Nicole Kidman en Las horas (2002)

Nicole Kidman en Las horas (2002)

En Las horas -novela y película- se nos dice que Virginia Woolf siempre pensó en la muerte de algún personaje de su libro. Leamos a Cunningham: “Virginia golpea sus labios con el dedo gordo. Clarissa Dalloway morirá, de eso está segura, pero es demasiado pronto para decir cómo o incluso exactamente por qué. Virginia cree que se quitará la vida. Sí, eso es lo que hará”. Al final se compadece de ella y prefiere crear un personaje más oscuro que termine suicidándose. He aquí la muerte, uno de los elementos que vincula Las horas con la propia vida de la escritora, que para ese entonces ya había cometido dos intentos de suicidio, desatados por su precaria salud mental, y ha sido llevada a Richmond, sin que ese cambio de ambiente hubiera surtido un buen efecto en ella.

En la película veremos tres intentos de suicidio, dos de los cuales se llevan a cabo por completo. El primero es el de la propia Virginia Woolf ahogada en 1941 en las aguas del río Ouse, secuencia con la cual se inicia el filme a manera de prólogo. El segundo es el de Laura Brown en una habitación de hotel, aparentemente influenciada por sus lecturas de La señora Dalloway, pero que su instinto maternal -está embarazada, además- le impide concretar. El tercero es el de Richard, el poeta antiguo amante de Clarissa Vaughan, que -agobiado por el Sida- decide arrojarse por una ventana de su apartamento. “Quisiera hablarle, pero no puede” -es Clarissa ante el cadáver de él- “Apenas reposa ligeramente la cabeza en su espalda. Si fuera capaz de hablar diría algo -no sabe qué, exactamente- sobre cómo él ha tenido el valor de crear y cómo, lo que quizás es más importante, ha tenido el valor de amar durante décadas, singularmente, contra toda sensatez. Quisiera hablarle de cómo ella, Clarissa, lo amó a su vez, lo amó enormemente”.

Meryl Streep en Las horas (2002)

Meryl Streep en Las horas (2002)

¿Por qué la muerte como factor común? Por qué es también una opción, un camino. Dos de estas mujeres no ven otros distintos y se deciden por la solución -radical, lo saben- que dará fin a todos sus conflictos. Un hombre agonizante ve en el paso del tiempo un desafío demasiado grande: “Pero siguen estando las horas. Una y después otra y uno logra sobrevivir a ésa y después hay otra, dios mío. Estoy tan cansado” -se le oye decir. Virginia Woolf no temía morir -para ella era liberarse- y la señora Dalloway tampoco, tal como leemos, “La muerte era desafío. La muerte era un intento de comunicar, y la gente sentía la imposibilidad de alcanzar el centro que místicamente se les hurtaba; la intimidad separaba; el entusiasmo se desvanecía; uno estaba sola. Era como un abrazo, la muerte”.

Presente, entonces, está una situación límite de las que estas mujeres desean escapar. Cada una de ellas es retratada como una adulta infeliz, insegura e insatisfecha con su rol. Virginia Woolf se siente oprimida por el medio que la rodea, por las voces que la persiguen, por la sociedad que no termina de perdonarle sus veleidades literarias que le quitan tiempo a su papel como dócil esposa. Laura Brown se nota inconforme en su prisión familiar, tan perfecta como predecible y aburrida; mientras Clarissa vive en un mundo superficial, girando alrededor de los demás, olvidando sus propias necesidades, sus propios anhelos.

Toni Collette y Julianne Moore en Las horas 2002

Toni Collette y Julianne Moore en Las horas 2002

¿Será el homosexualismo una salida a este hastío? Las tres mujeres –las cuatro si contamos a la señora Dalloway- tienen un episodio en la película en que besan a otra mujer. El beso de Virginia Wolf a su hermana parece un acto de sorpresiva rebeldía frente al acartonamiento circundante; el beso de Laura Brown a su vecina refleja un lesbianismo latente y es a su vez un grito de auxilio; mientras Clarissa, al besar a Sally –su pareja homosexual de vieja data- reafirma su ansia vital tras la muerte de Richard. De las tres manifestaciones esta es la más completa y satisfactoria, como corresponde a una mujer emancipada y libre de cualquier presión externa.

Claire Danes y Meryl Streep en Las horas (2002).

Claire Danes y Meryl Streep en Las horas (2002).

Las tres mujeres representan los logros feministas alcanzados a lo largo del siglo XX y que sólo Clarissa puede disfrutar a plenitud. En los años veinte Virginia Wolf padecía los rigores de una sociedad represiva que la hacía débil y dependiente de los caprichos de su esposo. Laura Brown padece el síndrome del hogar perfecto, tras el que se oculta una doble moral que la hacía ama y a la vez prisionera de su impoluta familia, tan demandante y radical como pocas. Sin embargo, Laura fue capaz de enfrentarse a tan rígidas normas de vida, abandonando su hogar tras el nacimiento de su segundo hijo y yendo tras algo desconocido, parecido a la felicidad. El mundo de Clarissa se nutre de los logros alcanzados por las mujeres en los años precedentes: ahora puede optar, disfrutar, sentir, respirar. Que viva con otra mujer y que haya concebido a su hija por métodos artificiales es un reclamo de independencia frente a los hombres, innecesarios aquí para ser felices.

Parafraseando una de las obras más populares del dramaturgo norteamericano Edward Albee, titulamos este texto ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, pero tras enfrentarnos a Las horas queda la sensación de que más bien pudiéramos decir ¿A quién le teme Virginia Wolf?, para contestar enfáticos que -cuando se trata de reafirmarse como mujeres- la respuesta es que a nadie, absolutamente a nadie.

Publicado en la Revista Universidad de Antioquia no. 273 (Medellín, julio-septiembre /03) págs. 162-168
©Editorial Universidad de Antioquia, 2003

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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