El sacrificio de los peones: La patrulla infernal, de Stanley Kubrick
“El alarde de la heráldica, la pompa del poder y todo el
esplendor, toda la abundancia que da/ Espera igual que lo hace la
hora inevitable. Los senderos de gloria no conducen sino a la
tumba”.
-Thomas Gray (1716 – 1771)
El general George Broulard habla con el coronel Dax respecto a la futura ejecución de tres soldados acusados de cobardía: “Estas ejecuciones van a ser un tónico perfecto para toda la división. Hay pocas cosas más alentadoras y estimulantes que ver a alguien morir… Vea coronel, las tropas son como niños. Así como un hijo quiere que su padre sea firme, las tropas anhelan disciplina. Y una forma de mantener la disciplina es dispararle a un hombre de vez en cuando”. No hay broma, no hay sorna: el general Broulard –para sorpresa y pasmo de su interlocutor- está absolutamente convencido de lo que dice. El sacrificio de sus propios hombres es a sus ojos un bálsamo aleccionador y preventivo, necesario y útil. Lo que no parece considerar este oficial es que los tres soldados franceses que van a morir fueron seleccionados por sus superiores para representar a toda la división 701: ellos no fueron exactamente los cobardes, pero van a ser castigados en nombre de todos los demás.
La historia de La patrulla infernal (Paths of Glory, 1957) –conocida en España como Senderos de gloria– es la de los desafortunados hechos que llevaron al fracaso de una misión imposible, como era la toma del “hormiguero”, una colina en manos alemanas situada en territorio francés. Ese fracaso militar anunciado es el que va a llevar al fusilamiento de los tres soldados. Es la Primera Guerra Mundial, es 1916, es Francia arrasada por las trincheras. Es, también, el aterrador presente y el desconsolador futuro de unos hombres cuyas vidas se convirtieron, sin saberlo, en piezas en un tablero de ajedrez donde la estrategia y el honor castrenses, aunados a egoístas intereses particulares, reemplazaron a la compasión y al sentido común.
En ese punto esta película de Stanley Kubrick es absolutamente clara: los personajes que mueven los hilos de la situación –desde el alto mando francés, pasando por dos generales y llegando hasta un sargento– tienen una agenda poco diáfana. La toma del “hormiguero”, sin importar el número de víctimas, es necesaria para recuperar el buen nombre del ejército galo ante el gobierno y la prensa, sin mencionar el catapultar el ascenso del general Paul Mireau, jefe de la división 701, encargada de la tarea. Más tarde, y ante la debacle militar, el fusilamiento ejemplarizante de tres soldados servirá además para lavar culpas adicionales, pecados de guerra que a nadie le interesa sacar a la luz.
Los soldados se convierten en peones, en fichas intercambiables y sacrificables en pro de “más altos” intereses. Sus vidas son descartables, su muerte es una consecuencia inevitable. Son una cifra más, han sido despersonalizados por completo. El cinismo de los generales, su absoluto desprecio hacia la tropa y su invocación del patriotismo ciego como justificación para su accionar son dolorosos. Es tan corrupta la situación que el genuino idealismo del coronel Dax (el gran Kirk Douglas) no solo es mal interpretado, sino además objeto de burla. Nadie imaginaría que sus propósitos son diáfanos. Sus principios morales son tan incómodos como incomprensibles para sus superiores. “No soy un toro, mi General. No me ponga delante la bandera de Francia para que embista. (…) El patriotismo es el último refugio de los canallas”, le dice Dax cuando el general Mireau (el actor George Macready) invoca sus deberes patrios para que acepte comandar a sus hombres en la toma del “hormiguero” a sabiendas que es imposible triunfar.
Tan pesimista y desencantada perspectiva de la guerra tendría obvias consecuencias sobre la exhibición del filme. Retirada por presiones francesas del Festival de Cine de Berlín, La patrulla infernal vino a estrenarse en Suiza en 1970, en Francia en 1975 y en España apenas en 1986. También fue prohibida en las bases militares norteamericanas estacionadas en Europa por su mensaje antibélico. Pero eso a Kubrick no le importaba, su filme –el segundo de los cuatro en los que va a usar la guerra como tema– era perfecto en los términos del absurdo humano que a él le interesaba explorar. En entrevista con Colin Young manifestaba que “Uno de los atractivos de una historia de guerra o de crimen es que ofrece una oportunidad casi única de contrastar a un individuo o a nuestra sociedad contemporánea con un marco sólido de valores aceptados, del que el público se da cuenta y que puede usarse como contrapunto a una situación humana, individual, emocional. Además, la guerra actúa como una especie de invernadero para la cría forzada y rápida de actitudes y sentimientos. Las actitudes cristalizan y salen al aire libre. El conflicto es natural, cuando en una situación menos crítica tendría que ser introducido casi como un artificio, y por lo tanto parecería forzado o, peor aún, falso” (1). La guerra como un laboratorio, como un criadero de lo mejor y lo peor del espíritu humano.
En una entrevista realizada en 1958, Kubrick se refería a su interés en los soldados: “El soldado es interesante porque todas las circunstancias que lo rodean tienen una especie de histeria recargada. A pesar de su horror, la guerra es un drama puro, probablemente porque es una de las pocas situaciones en que los hombres se levantan y hablan de lo que creen que son sus principios… El soldado tiene por lo menos la virtud de estar en contra de algo o a favor de algo en un mundo en el que mucha gente ha aprendido a aceptar una especie de nada gris, a adoptar una serie irreal de poses para ser considerada normal” (2). A Kubrick le gustan las posibilidades dramáticas de la guerra, el poder convertirla en un lienzo que le sirva para exponer su decepción frente a lo que somos cuando nos someten a situaciones extremas o estamos cegados por la ambición, la soberbia o la locura.
Kirk Douglas sale al rescate de Kubrick
La patrulla infernal surge de la novela Paths of Glory escrita por el inglés Humphrey Cobb en 1935, un texto que Kubrick ansiaba adaptar al cine. El libro de Cobb se basaba en una noticia del New York Times publicada en 1934 que relataba la demanda que hicieron las familias de cinco soldados al gobierno francés por su fusilamiento en 1915, tras amotinarse luego de recibir las ordenes de capturar una posición militar imposible. La corte francesa estuvo de acuerdo en que su juicio fue injusto y a dos de las familias les otorgaron un franco en compensación, a las demás nada. Cobb, que había sido veterano de la Primera Guerra Mundial escribió Paths of Glory encolerizado por esto.
Kubrick y su socio el productor James B. Harris compraron los derechos del texto a la viuda del autor por 10.000 dólares y tras culminar Casta de malditos (The Killing, 1956) le propusieron a Dore Schary de la MGM convertirlo en un largometraje. Ante la negativa del estudio de financiar un filme antibélico, pues ya habían hecho La roja insignia del valor (The Red Badge of Courage, 1951), Kubrick le pidió a Jim Thompson -el autor de novelas pulp que le había ayudado con los diálogos de Casta de malditos – que escribieran el guion en secreto, mientras se suponía que Kubrick estaba adaptando The Burning Secret, a partir de un cuento de Stefan Zweig, para la MGM. El escritor Calder Willingham ayudaría en las reescrituras del guion de La patrulla infernal. Tras la salida de Dore Schary de la MGM, Kubrick y Harris fueron desvinculados por estar desarrollando un proyecto no autorizado por el estudio. Su película de guerra no tenía respaldo de ninguna productora, los agentes de James Mason y Richard Burton se negaron a mostrarles el guion a sus clientes y solo Gregory Peck pareció interesado, pero ya estaba ocupado por el siguiente año y medio.
En 1955 el actor Kirk Douglas había formado su propia compañía productora, Bryna Productions, llamada así en homenaje a su madre, Bryna Demsky. Douglas había visto Casta de malditos y quiso conocer a su autor. Se reunió con él y Kubrick le mencionó el guion que tenía. En su autobiografía de 1988, The Ragman’s Son, Douglas recuerda ese encuentro: “Stanley me dijo que no había tenido éxito echando a andar la película, pero que estaría encantado de dejármelo leer. Leí el guion y me enamoré. «Stanley, no pienso que esta película vaya a hacer un centavo, pero tenemos que hacerla». Yo traté de conseguir financiación pero no fue fácil. El proyecto había sido rechazado en todas partes. Yo tenía buenas relaciones con United Artists y les puse una trampa para que hicieran el filme diciéndoles que tenía un negocio con MGM y que si no querían hacer la película que me lo hicieran saber de inmediato. Al final decidieron llevarla a cabo con un presupuesto limitado, cerca de 3 millones de dólares” (3).
Contradiciendo el recuerdo de Douglas, la mayoría de las fuentes coinciden en afirmar que el presupuesto asignado para el filme fue de solo 900.000 dólares, de los que el actor recibiría 350.000 dólares como protagonista. Kubrick trabajó por 20.000 dólares y por un porcentaje de las ganancias del filme. La patrulla infernal se rodó en Alemania entre marzo y mayo de 1957 en los estudios Geiselgasteig en las afueras de Munich. Se utilizó un campo cercano para hacer las trincheras y “la tierra de nadie” y rodar ahí –con seis cámaras– el frustrado ataque al “hormiguero”. El Castillo Schleissheim (donde Resnais haría en 1961 El año pasado en Marienbad) fue la otra locación principal de un rodaje donde la relación entre director y protagonista no fue sencilla. Leamos a Kirk Douglas: “Stanley podía ser exasperante, pero que talento tenía. Y un tremendo ego. No hay nada de malo en eso. El ego, si no se lleva en exceso, es saludable. Solo estoy interesado en el talento. Pero a dónde íbamos Stanley se aseguró de que pegaran letreros diciendo HARRIS-KUBRICK por todas partes, como letreros de SE ARRIENDA. Me sentí tentado a decir: «Desháganse de todos esos letreros y pongan uno que diga BRYNA». Había sido la Compañía Bryna la que ensambló la película y la que le dio a Kubrick un contrato por tres filmes. Pero deseché ese pensamiento mezquino. Me divertía que estuviera tan ansioso por los letreros HARRIS-KUBRICK. Me sorprende que no quisiera que dijeran solo KUBRICK. Me divirtió menos años después cuando Stanley le dijo a la gente que yo solo había sido un empleado en La patrulla infernal” (4). No por nada Douglas consideraba que Kubrick era “una mierda con talento”. Sin embargo volverían a verse para hacer Espartaco (Spartacus, 1960).
Honor y muerte
La patrulla infernal es un vehículo para las habilidades histriónicas de Kirk Douglas –excelentemente secundado por George Macready y Adolphe Menjou– pero es ante todo una película de Stanley Kubrick, sin importar lo joven que aún fuera. Las dificultades que actor y director tuvieron durante el rodaje reflejan la lucha de poderes entre la estrella/productor que quería sobresalir y el realizador que quería imponer su visión. Sus elegantes movimientos de cámara, sus desplazamientos fluidos, sus planos secuencia y sus claroscuros hablan de un autor al comando de un filme. Nadie duda de las capacidades de Douglas pero este filme hubiera sido menos logrado, menos perfecto, sin Kubrick. Él es quien logra darle sentido y profundidad a este drama, es él quien consigue que su contundencia nos golpeé y nos haga sentir tan abochornados como conmovidos. Si bien Douglas ganó el pulso de tener un personaje completamente diáfano –un héroe sin mácula en una película de Kubrick, cosa insólita– la ambigüedad moral que lo rodea es totalmente de su autor.
Un realizador tan particular como este se dio aquí un curioso lujo, que podría interpretarse por algunos como una concesión, pero que quiero verlo como un gesto redentor. Me refiero a la escena final de la película cuando los soldados reunidos en el casino ven la presentación de una mujer, la única del filme, una alemana (Susanne Christian, que iba a convertirse en la tercera esposa de Kubrick) de la que primero se burlan, pero que cuando empieza muy asustada a cantar una vieja canción melancólica de Frantzen-Gustav Gerdes, Der treue Husar, los va contagiando de nostalgia, de añoranza por el hogar del que están lejos. Para su sorpresa se sienten y se reconocen humanos, pese a tanto dolor, pese a tanto horror. Como Kubrick.
Referencias:
1. Paul Duncan, Stanley Kubrick: Visual Poet, 1928–1999, Colonia, Taschen, 2003, p. 11
2. Gary D. Rhodes (Ed.), Stanley Kubrick: Essays on His Films and Legacy, Jefferson, McFarland & Company, 2007, p. 30
3. Kirk Douglas, The Ragman’s Son, Nueva York, Pocket Books, p. 248-249
4. Ibid., p. 250.
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