Batallas largamente perdidas: El coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein
Hacia mediados de los años noventa, el director mexicano Arturo Ripstein fue invitado al Festival de Cine de Cartagena. Cenaba en un restaurante cuando se encontró con Gabriel García Márquez, que lo llamó a su mesa.
— ¿Te acuerdas lo que hablamos hace treinta años?, le dijo el escritor.
Ripstein no se acordaba de nada. Hacía muchos años que su amistad con el Nobel se había apagado.
—La novela es tuya. Ya aprendiste a hacer cine; ahora puedes hacer El coronel…, le anunció Gabo.
Arturo Ripstein recordó entonces cuando, tras dirigir su primera película, Tiempo de morir (1966) le pidió a García Márquez –coguionista de ese filme junto a Carlos Fuentes- que le dejara llevar al cine a El coronel no tiene quien le escriba. Ripstein era un novato imberbe. Gabo lo miró, sonrió y le dijo:
—Cuando aprendas te la paso.
Casi treinta años después García Márquez cumplió su promesa. “De una película hecha por un jovencito de 21 años que miraba a un viejo que buscaba su dignidad, llegué a hacer una película de un viejo que busca su dignidad visto por otro viejo”, comentaba Ripstein en una entrevista (1).
El universo literario de García Márquez enfrentado al universo fílmico de Arturo Ripsteín dio como resultado una película que, sin dejar de honrar su poderosa fuente literaria, es una cinta muy afín a los intereses narrativos y formales de Ripstein como autor. No se siente falsedad en el traslado de la acción de El coronel no tiene quien lo escriba (1999) hacia tierras y motivos mexicanos, se siente que la apropiación del tema que hicieron Ripstein y su guionista habitual, Paz Alicia Garciadiego, fue la correcta. No podían recrear una atmósfera que no conocían y por eso prefirieron respetar el núcleo dramático básico y traducir lo demás a sus propios códigos culturales y cinematográficos. La propia guionista –esposa además de Ripstein- lo confirma en una entrevista con Ana Bianco para el periódico Página 12: “Es un texto que tiene ritmo de cuerpo humano y te agarra. Me lo apropié y el truco fue convertir a la novela de García Márquez en un guion mío y en una película de Ripstein. (…) El terror con García Márquez se me quitó cuando la saqué de Colombia, le arrebaté su criatura y la traje acá, a Veracruz, donde yo sé cómo se habla, cómo se come y cómo se piensa. El hacerla mía fue la mejor opción” (2).
El coronel de Ripstein (interpretado por Fernando Luján) luchó en la guerra cristera y es un orgulloso librepensador que sigue creyendo que el influjo mayoritario de la religión es lo peor que pudo pasarle a su país. Pese a su edad, y a lo que le dice la realidad, no se resigna a que sus años en la guerra no sirvieran para nada y rumia su derrota como si fuera la derrota de todos los que lo rodean. Sus servicios como militar incluían una pensión que le va a permitir pasar sus últimos años dignamente, pero es esa la que nunca llega, enredada en algún vericueto burocrático o simplemente olvidada ya por aquellos que tenían que hacerla efectiva. Mientras tanto el coronel y su esposa Lola (la gran Marisa Paredes, probablemente un requisito de la coproducción española) esperan. Han envejecido y enfermado, su hijo murió en una gallera, debieron hipotecar su casa y se están muriendo de hambre.
¿Cómo no han sucumbido a la soledad, al abandono, al luto, a la tristeza? Les impulsan la mínima esperanza en que algún viernes lleguen noticias de la pensión, y sobre todo la dignidad a toda prueba que les impide aceptar y reconocer su ruina personal y económica. Esa vergüenza que nos les permite recibir una ayuda o dejarse ver desvalidos es el filón dramático mejor explotado del filme. No se trata de falso orgullo, se trata de conservar un íntimo pundonor que no les haga colapsar como seres humanos. Es profundamente turbador ver su intento permanente por conservar las maneras, por disimular la ropa mil veces puesta, los zapatos rotos, el paraguas hecho trizas, el hambre que acosa a toda hora. Y lo mejor es que ellos quieren creer que nadie nota lo imposible de su situación, como si hubieran hecho un pacto tácito de mutua ceguera, cuando en realidad es que el coronel y su esposa saben bien cuan insostenible es su máscara.
Ripstein ha hecho una película sobre la decadencia irremediable de dos seres humanos que anhelan conservar su virtud, pero que tienen todo en contra. Nocturna, lluviosa, espectral y pesimista, El coronel de este director es una cinta-réquiem. Hay luto por la esperanza y por el futuro (representados por Agustín, el hijo muerto), hay luto por las ilusiones (la pensión, el gallo de pelea), hay luto por la aporreada dignidad de una pareja cansada de sostener una quimera. Asistimos a los últimos días de un par de vidas que no se merecen su suerte, pero que ya están cansados. La inercia les priva incluso de morirse.
García Márquez siempre consideró que El coronel no tiene quien le escriba era su obra más adaptable al cine: “Quiero decir que la novela tiene una estructura completamente cinematográfica y que su estilo narrativo es similar al del montaje cinematográfico; los personajes no hablan apenas, hay una gran economía de palabras y la novela se desarrolla con la descripción de los movimientos de los personajes como si los estuviera siguiendo con una cámara. Hoy en día cuando leo un párrafo de la novela veo la cámara” (3). Entregársela a Arturo Ripstein era saber que caía en buenas manos, en manos expertas que sabrían apropiarse del material literario y hacerlo suyo. Leamos a Ripstein y lo entenderemos mejor: “Lo que hay que hacer es serle infiel a la obra; la lealtad hay que tenerla con la película. Aunque enfrentarse a un clásico es siempre aterrador y tentador al mismo tiempo. Aterrador porque uno sabe que se enfrenta a los amplios recursos de la literatura, más cimentados que los del cine, y también se enfrenta a la fértil imaginación de los lectores: siendo García Márquez un escritor tan visual, pues cada quien tenía armada su película en la cabeza. Pero aun con el peso que supone hacer una adaptación de este nivel, también es tentador, porque detrás de cada clásico hay una historia bien contada que permanece ante modas y caprichos. Pero la única forma de serle fiel a una obra literaria es traicionarla por completo, porque el cine no admite dos lealtades “ (4).
Referencias:
1. Hari Camino, «El realismo de García Márquez es infilmable»: Arturo Ripstein, página web Centro virtual Cervantes, http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/obra/cine/realismo_magico.htm
2. Ana Bianco “El coronel sí tiene quien lo escriba” http://www.pagina12.com.ar/1999/99-01/99-01-03/pag29.htm
3. Miguel Torres, “El novelista que quiso hacer cine”, en Revista de Cine Cubano, La Habana, Julio 1969, en Alfonso Rentería Mantilla (recopilación y prólogo), García Márquez habla de García Márquez, Bogotá, Rentería Ediciones, 1979, p.48.
4. Hari Camino, Op Cit.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 107 (Medellín, julio-septiembre, 2014), págs.. 50-52
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2014