El héroe equivocado: Ángeles con caras sucias, de Michael Curtiz

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“Rocky es el gánster más encantador de todo el cine”.
–Andrew Bergman

Una película de gánsteres con James Cagney y Humphrey Bogart debe ser un volcán, pensaría uno sin mayor dificultad. Y aunque en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938) están ambos actores, este volcán no hace la erupción debida porque el momento de la carrera de ambos actores no es el mismo. Cagney era ya una gran estrella, el prototipo del “duro” en la pantalla a ambos lados de la ley, como lo muestran sus roles en El enemigo público (The Public Enemy, 1931) y ‘G’ Men (1935); pero Bogart aún no lo era. En este filme es el antagonista, todavía no es más que un personaje secundario con poco tiempo y espacio para lucirse. Era apenas su segundo filme a las órdenes de Michael Curtiz, aún faltaba tiempo para que interpretara a Rick Blaine en Casablanca (1942) y todo cambiara. Curiosamente, mientras ese momento se gestaba, Cagney y Bogart volverían a estar juntos –también en roles antagónicos– en The Oklahoma Kid (1939) y The Roaring Twenties (1939).

James Cagney y Humphrey Bogart en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

James Cagney y Humphrey Bogart en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Pero hay otro motivo para que Ángeles con caras sucias no estalle con la intensidad esperada y se debe a los propósitos “educacionales” del filme. Esta es una película de gánsteres con una agenda moral; no por nada el coprotagonista es un hombre de la calle, Jerry Connolly (interpretado por Pat O’Brien), un ladronzuelo del Lower East Side neoyorquino que se convirtió en sacerdote católico y que ahora lucha por evitar que los jóvenes de la barriada se conviertan en lo que él era y en lo que infortunadamente llegó a ser su gran amigo y compañero de travesuras juveniles, el notable gánster Rocky Sullivan (Cagney), a quien los muchachos idealizan como el prototipo de bandido al que quieren emular en el futuro. Ya sabemos que la censura de la época no iba a permitir que el mal triunfara, entonces ¿por qué no evitar también que lo criminales de la pantalla se convirtieran en héroes, en modelos a seguir para el público, tal como había ocurrido en los retratos criminales de Little Caesar (1930) y Scarface (1932). Y eso se propone este filme con conciencia social: dar una lección, enseñar que el crimen no paga.

James Cagney y Pat O'Brien en Pat O'Brien en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

James Cagney y Pat O’Brien en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Por supuesto que la presión vino de las autoridades: la Production Code Administration (PCA), coordinada por Joseph I. Breen, al recibir una copia del guion de Ángeles con caras sucias –escrito por Rowland Brown–, le escribió a Jack Warner, jefe del estudio, manifestándole que “es importante evitar cualquier intento de hacer un héroe y un personaje simpático de un hombre que al mismo tiempo demuestra ser un criminal, un asesino y un secuestrador” (1). De igual forma no podían mostrarse escenas con policías muriendo a manos de Rocky. Jack Warner les pasó esas inquietudes al productor Sam Bischoff y al director Michael Curtiz, encargados de complacer los requerimientos de la censura, a través de las revisiones del guion que hicieron John Wexley y Warren Duff (con aportes posteriores –no acreditados– de Ben Hecht y Charles MacArthur). La película originalmente fue un vehículo para aprovechar la fama de un grupo de jóvenes pandilleros que habían aparecido en 1935 en un exitoso drama de Sidney Kingsley y luego en la película homónima de William Wyler –protagonizada por Bogart– Dead End (1937), y que eran conocidos como los ‘Dead End Kids’. En los años treinta, estos chicos hicieron seis películas juntos; entre 1940 y 1945 se convirtieron en los ‘East Side Kids’ y participaron en muchas producciones de bajo presupuesto.

Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Aunque fue pensada originalmente para ser dirigida por Mervyn LeRoy, los derechos de la historia fueron adquiridos por Grand National Pictures, la productora donde James Cagney trabajaba tras su salida de la Warner. Un musical fracasado lleva a la quiebra a esta compañía y Cagney debe regresar a su antigua casa. Con él llega también el guion, que terminó en manos del “director residente” de la Warner, el húngaro Michael Curtiz, vinculado al estudio desde 1926. Este introdujo los cambios sugeridos por la PCA en lo relacionado con la violencia, añadiendo un elemento adicional a la hora de rodar la secuencia con la que se cierra el filme: la ambigüedad referente al sacrificio final de la imagen de Rocky, una postrer cortesía a su amigo sacerdote, que buscaba una lección edificante para los jóvenes de su parroquia.

Pese a esas concesiones demasiado autoconscientes –y condescendientes– del guion, el drama básico de la película permanece incólume. Aunque la historia de dos amigos cuyo destino los pone en lados opuestos de la ley ya había sido explotada antes en filmes como Manhattan Melodrama (1934) y la mencionada Dead End, sin embargo solo ha habido un Rocky Sullivan. Mezcla de carisma y peligro, el personaje que construye James Cagney es portentoso. Combinando la sabiduría que da la calle con todos los vicios aprendidos en los correccionales y cárceles por los que pasó, Rocky parece siempre ir un paso más adelante que cualquiera de los que lo persiguen o lo desafían. Es un lugar común agotado, pero nunca mejor aplicado que acá: Cagney parece haber nacido para interpretar a un tipo como este.

Ann Sheridan y James Cagney en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Ann Sheridan y James Cagney en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

En los jóvenes pandilleros (los ‘Dead End kids’) Rocky encuentra quien lo idolatre, en los demás mafiosos halla quien lo respete y le tema, en el padre Sullivan da con un amigo que no va a fallarle, en Laury (la bella Ann Sheridan, otrora reina de belleza) va a vislumbrar la posibilidad –fallida– de un futuro distinto, quizá feliz. Con nadie encuentra la paz. Siempre se le ve a la defensiva, estableciendo alianzas, huyendo, pensando con cuidado que paso dar. Pero Cagney/Rocky nunca pierde la calma, es el tipo suave y seductor cuando tiene que serlo, pétreo y violento cuando las circunstancias lo obligan. Un instantáneo líder de los delincuentes juveniles de su barrio, se gana su respeto al igualarse con ellos, al tratarlos con la misma rudeza contenida con la que ellos mismos se tratan. Implacable con los que le han traicionado, Rocky no se detiene ante nada para reclamar el dinero que le pertenece. Curtiz y su habitual cinematografista, Sol Polito, lo retratan con esplendorosa y detallada devoción: cuidadosos picados lo muestran en su ámbito natural, contrapicados bien seleccionados lo hacen ver más peligroso, más grande, más temible. La luz impresionista y la música de Max Steiner (otro colaborador consuetudinario de Curtiz) acrecientan el efecto. El último primer plano de Rocky rumbo a su destino final es uno de los más atemorizadores y vigorosos que Hollywood nos ha mostrado alguna vez. Ese hombre parece saber que va a al infierno y quiere, en su ira, llevarnos a nosotros también.

Jame Cagney en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Jame Cagney en Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Filmada entre junio y agosto de 1938 –con una semana adicional frente al calendario propuesto–, Ángeles con caras sucias se debate entre escenas de gran sutileza y otras de gran intensidad y violencia. Haciendo honor a su fama de buen director de secuencias de acción, Curtiz despliega todo su potencial para darle fluidez a la cámara en la secuencia –magníficamente escenificada– en la que Rocky mata a sus principales rivales y luego huye, perseguido primero por los criminales y luego por la policía, a la parte alta de un edificio que funciona como bodega. Tal como se acostumbraba en esa época, Curtiz utilizó balas reales como munición para los fusiles y ametralladoras que francotiradores expertos dispararon contra Rocky. El actor salvó su vida al negarse a asomarse a una ventana, tal como el guion y Curtiz le ordenaban. “Le dije a Mike Curtiz ‘Hazlo en proceso’ (eso era básicamente una superposición)… ‘Hazlo en proceso, Mike. No me voy a asomar’…”, rememoraba Cagney en su autobiografía (2). Segundos después una ráfaga real de ametralladora impactó el marco de una ventana metálica y rebotó contra el lugar por donde Cagney debía asomarse. No es de extrañar que luzca tan agitado, tenso y sudoroso en la larga secuencia. Probablemente eso era lo que Curtiz quería.

 Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Cagney modeló su personaje recordando un tipo que solía ver cuando era niño. Se trataba de un adicto y un chulo que se la pasaba fuera de una taberna húngara. El tipo “se subía los pantalones, torcía el cuello, movía la corbata, levantaba los hombros, chasqueaba los dedos, y luego juntaba sus manos con un golpe suave. Su invariable saludo era ‘¿Qué has oído? ¿Qué dices?’… Hice ese gesto tal vez seis veces en la película –eso fue hace más de treinta años– y los imitadores todavía me están imitando a mí imitándolo a él” (3), recordaba el artista, al evocar que la de Rocky Sullivan fue su caracterización más emulada. La Academia de Hollywood le otorgó una nominación al premio Oscar como mejor actor por este papel, aunque es probable que Cagney se haya preguntado si más que su actuación, lo que era exaltado era el símbolo –moral, social– que representaba su acto altruista final, ese gesto magnánimo en el que Rocky está “aceptando los valores no de una unidad militar, sino del vasto ejército de los anónimamente decentes, de la falange reunida del hombre del común” (4). Era el momento de ver derrumbarse al héroe equivocado, no de glorificarlo. El millón setecientos mil dólares en ganancias que la película obtuvo así lo demostró, pese a que en algunos estados de EE.UU. y en varios países de Europa se censuró la secuencia final, cuando no la película entera, como en Suiza, Polonia y Francia, donde no se exhibió.

Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938)

Paradójicamente, al humillarlo y por ello redimir a su personaje, Cagney estaba convirtiéndose ante los ojos del público de finales de los años treinta en un hombre que asumía su compromiso y su responsabilidad social. Convirtiéndose –sin pretenderlo– en el héroe correcto.

Referencias:
1. Miguel A. Fidalgo. Michael Curtiz, bajo la sombra de “Casablanca”, Madrid, T&B Editores, 2009, p.239
2. James Cagney, Cagney by Cagney, Garden City, N.Y., Doubleday & Company, Inc., 1976, p. 73
3. James Naremore, Acting in the Cinema, Berkeley, University of California Press, 1988, p. 164
4. Richard Schickel, James Cagney, a Celebration, Londres, Pavilion Books Ltd., 1999, p.107

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 98 (Medellín, abril-junio 2012), págs. 114-116
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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