Lealtades de humo: Lavaperros, de Carlos Moreno

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El cuarto largometraje de Carlos Moreno, Lavaperros (2020) tiene que entenderse necesariamente como una comedia. Y es así porque la idiosincrasia del mafioso local, del “traqueto” de pueblo es en sí misma una caricatura. Lo que hace el filme es una descripción casi antropológica de una fauna humana que es, de hecho, ridícula en su concepción violenta y vulgar de la realidad y de la sociedad. Por eso al mostrarnos su conducta, sus manierismos y su lenguaje, termina Lavaperros convertido en una comedia, pero una que en vez de ridiculizar activamente a su objeto, deja que él lo haga por sí solo. No era difícil: Carlos Moreno y sus guionistas Pilar Quintana y Antonio García, los dejan ser y con eso basta. Necesitaban los autores del filme, eso sí, una notable capacidad de observación y sin duda la tienen para captar “el color local” adecuado, para reproducir con propiedad su manera de hablar, su gestualidad, su lenguaje corporal.

Lavaperros (2020)

La que obviamente está exagerada es la situación dramática a la que los personajes se enfrentan, pues este no es un documental sobre la mafia doméstica, sino una narración de ficción, convenientemente ubicada en los inicios de este siglo –quizá para evitar incómodas identificaciones con personas del presente- y que nos muestra el obligado ocaso de un capo cincuentón, de personalidad neurótica, y por ello extremadamente violento, que teme ser desplazado de la cumbre por un hombre más joven, mucho más ambicioso e igualmente violento. Don Óscar (un magnifico Christian Tappán) es “el duro” de Tuluá, está casado con una exreina y tiene a su alrededor unos matones –Freddy y Milton- como hombres de confianza, y como mayordomo de la casa a un “lavaperros” (el escalón más bajo de la jerarquía mafiosa), conocido como Bobolitro.

Lavaperros (2020)

El mafioso es en esta “narcosociedad” el nuevo gamonal del pueblo, el que impone su ley, no por la tenencia de la tierra y el ganado, sino por el poder que le da el dinero inesperadamente conseguido, ese que todo lo compra, pero que también todo lo corrompe. Sin embargo Óscar –desde que empieza el filme- es un hombre angustiado: le preocupa su masculinidad frágil, la posible vigilancia de la policía, la traición de sus allegados, y el ánimo vengativo de su némesis, Duberney (Marlon Pérez), un hombre joven al que estaba asociado, pero que ahora es su implacable rival a causa de una deuda.

Lavaperros (2020)

La película es el desmoronamiento del imperio de Óscar, carcomido por dentro sin que él lo note, pues está demasiado ocupado lidiando con su paranoia y su stress, que lo hace enclaustrarse lejos de la vista de quienes lo rondan. Óscar por ese motivo se convierte paulatinamente en un personaje menor dentro de esta historia coral que tiene varias vertientes narrativas: de repente personajes que tomamos inicialmente como secundarios empiezan a tomar un protagonismo inusitado: el relato le va dando a cada uno suficiente espacio para que los vamos conociendo y reconociendo, y entendamos que sus trayectorias vitales están destinadas tarde o temprano a confluir colisionando.

Lavaperros (2020)

La estrategia narrativa de las historias cruzadas no es ninguna novedad, de Kubrick a Robert Altman, pasando por Tarantino, este tipo de relato fragmentado ha sido utilizado con fortuna cuando en el guion hay muchos personajes que tienen un factor que los une, así no sea aparente para ellos mismos. Lavaperros en este aspecto remite directamente a Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), de Tarantino, y esa raíz común quiero pensarla como un homenaje consciente de los guionistas, pues hay incluso un par de acordes musicales que resuenan en la memoria cinéfila apuntando a la película de Tarantino, con la que comparte también la ironía, la vocación violenta, el apocalipsis final. Si solo es imaginación mía y Lavaperros nunca bebió de ahí, debe ser entonces que Tiempos violentos ya es parte de la consciencia colectiva y cualquiera la cita involuntariamente.

Lavaperros (2020)

Pero no quiero que esta apreciación sobre una referencia cinéfila le quite valor a la película de Carlos Moreno, que es ampliamente disfrutable. Ser original no es nada fácil en este arte y los filmes viven conectándose con sus antecesores a través de vasos comunicantes de los que se nutren constantemente. Lavaperros se inserta en la tradición de cine negro contemporáneo, de comedia negra llena de ironía. Moreno es fiel a su estilo y sabe de su capacidad para retratar a personajes al margen de la sociedad. Esos a los que les ha tocado inventarse una propia, así sea comprando lealtades que al final son solo humo.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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